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28 de marzo de 2020

Bicis, caminos y días dan al hombre sabiduría: por la costa de Omán (1)

Fue cruzar la frontera entre Emiratos y el sultanato de Omán (suena bien, ¿no? "sultanato de Omán") e iniciar una ligera cuesta abajo por una estupenda carretera cuasi vacía hasta las muy azules aguas del golfo de Omán. Todo ello con un sol espléndido y una temperatura primaveral, condiciones que se han mantenido, junto con un cierto fresquito nocturno (que puede pasar de "fresquito" a "frío" en las montañas), durante las algo más de seis semanas que hemos permanecido en el sultanato. Un gustazo de tiempo que solo ocurre durante el invierno omaní, pues a partir de abril parece que las temperaturas empiezan a subir, subir y subir y llegan a los cuarenta y muchos o cincuenta grados en verano, momento en que la gente se enclaustra en sus casas cual monje benedictino... o en plan retiro coronavírico.

Lo de las estupendas carreteras -bueno, sobresaliente en firme y arcén, pero suspenso en cuestas- y que están cuasi vacías ha sido una constante en Omán. Tiene, sin duda, las mejores carreteras a este lado del Mississippi. Si es porque les sobra el dinero, porque hay que activar la economía a base de construir infraestructuras o porque están pensando en el largo plazo (para cuando dupliquen o tripliquen sus actuales casi cinco millones de habitantes) no lo sé, pero si exceptuamos una zona de montaña con estupendos caminos sin asfaltar y algún tramo de carretera sin arcén, lo demás ha sido de lujo.
Acampados en un parque de Shinas. Nos vino a visitar el político que había
gestionado su construcción para invitarnos a su casa. Pero estando ya la
tienda montada y con el gripón a tope, no quisimos movernos.
Haciendo buen uso de que en Omán uno puede acampar más o menos en donde quiera y a nadie parece molestar, no es extraño hacerlo en los quioscos cubiertos que hay en los parques. En uno de esos parques recalamos la primera noche en la costera ciudad de Shinas. Entre la gripe que arrastrábamos desde Emiratos y una competición de los muhecines por ver quién anunciaba más fuerte al mundo la grandeza de Alá, la verdad es que descansamos más bien poco.

Y es que si hay algo en este país son mezquitas. Las hay de todos los tamaños y colores por todo el territorio, en ciudades, pueblos y en mitad de la nada, a menudo muy cerca unas de otras, con villorrios habitados por cuatro y el del tambor, que lucen orgullosos unos cuantos templos. Y sus muhecines gozan de una excelente salud y de un mejor equipo de sonido, así que nadie escapa a sus cinco canturreos diarios, seas o no musulmán.

Son muy pocas las mezquitas en Omán que dejan entrar a los no musulmanes a su interior, aunque sí a los patios que las rodean, en donde uno es generalmente bienvenido con una amplia y franca sonrisa. En esos patios es en donde, además de los consabidos grifos para las obligatorias abluciones previas al rezo, indefectiblemente hay una máquina que filtra y enfría el agua, ya de por sí potable, para que los visitantes sacien su sed (y los ciclistas rellenen sus botellas, claro). Estas máquinas filtradoras-surtidoras son un regalo del cielo para los cicloviajeros, pues no solamente están en las mezquitas, sino en el exterior de muchas casas particulares (supongo que siguiendo uno de los preceptos del islam sobre la hospitalidad y la generosidad hacia los necesitados) o en mitad de la nada, enfriando agua con energía solar y alimentadas regularmente por los camiones cisterna de color azul que recorren continuamente todo el país. Una maravilla.

Dormir en los parques, si bien tiene el beneficio de que suele haber baños limpios, agua fresca y un quiosco limpio y cubierto, también es verdad que en ocasiones tiene su aquel. Hay que recordar que en los países musulmanes lo de salir de copas no se estila precisamente. Lo habitual es reunirse en parques o playas para departir amistosamente con familia o amigos, a disfrutar de la fresca tras cenar, bien sea en esos quioscos, bien sea sobre la arena o el césped, en cualquier caso sacando una alfombra del coche y, tan ricamente, todos al suelo. A ojos occidentales no parece el superplán..., pero no sé por qué es mejor hacer lo mismo con una copa en la mano. Whatever. En una región calurosa como la que nos ocupa, esas reuniones comienzan al atardecer y se prolongan hasta más o menos las doce de la noche, independientemente de que sea una reunión familiar y los niños sean unos críos. Y, siendo el fin de semana los viernes y sábados (hasta hace unos años los fines de semana eran jueves y viernes, pero decidieron cambiarlo a viernes y sábado para compartir parte del finde con el resto del mundo), los jueves y viernes noche, parques y playas están a reventar de gente.

La mezquita de Al Zawawi, una de las más hermosas de Omán.
Nuestro primer jueves en Omán, ahí estábamos tan tranquilos acampados en nuestro quiosco cuando empezó a venir gente y más gente. La playa en sí estaba vacía, pero a eso de las diez de la noche la carretera estaba petada de coches la mayoría ya aparcados, otros mostrando la potencia del último modelo de Mercedes, Lexus o de algún enorme SUV. Y se nota que la gasolina es ridículamente barata, pues no faltaba el que daba rienda suelta al acelerador, haciendo rugir el motor y quemando gomas arriba y abajo para quedarse con el personal. Alguna ruidosa moto hacía el mismo trayecto ida y vuelta repetidamente, como un diapasón. En fin, os hacéis una idea. A pesar de todo ello, no había un ambiente macarra, pues los jardines, aceras y quioscos estaban llenos de familias, de grupos de señoras de riguroso negro, de niños jugando al balón, de niñas andando en bici,... Y las bebidas más duras son té o Coca Cola. Pero incluso con ese ambiente familiar, huelga decir que nos costó conciliar el sueño.

Pocos días antes de iniciar nuestro viaje, el 10 de enero, había fallecido el querido y respetado Sultán Qaboos, que había llevado las riendas de Omán durante casi 50 años. Qaboos había estudiado en Londres, en donde me imagino que se contagió de todo tipo de ideas "peligrosas", y cuando volvió a Omán en 1965, su padre, que ya sospechaba algo, lo puso en arresto domiciliario. Said bin Taimur era un conservador que, a pesar de que Omán ya había encontrado petróleo y empezaba a tener dinero, quería mantener el modo de vida tradicional a toda costa e impidió implantar en Omán todo lo que oliera remotamente a modernidad. Fue en 1970 cuando, en un golpe de estado incruento, Qaboos le quitó el trono a su padre y lo exilió a Londres, en donde murió dos años después, recluido en el Dorchester, un hotel de cinco estrellas junto a Hyde Park que, en fin, no parece mal lugar desde el cual despedirse del mundo aunque esté lejos de casa.

La omnipresente imagen del sultán Qaboos.
El nuevo sultán heredó un país en el que todavía había esclavitud (fue abolida de inmediato, a pesar de lo cual en 2014 el Global Slavery Index afirmaba que Omán tenía 26.000 esclavos, parece que discriminados sociales descendientes de antiguos esclavos), no tenía moneda propia (usaba la Rupia india y el Thaler de Maria Teresa; ahora su moneda, el Rial, está unida al Dólar US), sin periódicos, radio o televisión, sin apenas tendido eléctrico, sin funcionarios, con un único hospital, dos carreteras pisadas (que no asfaltadas), tres colegios y ninguna universidad. La esperanza de vida era de 47 años, cuando ahora es de 77. Un panorama..., aunque bien mirado, las cosas solo podían mejorar.

En un régimen autoritario en plan "dictablanda", Qaboos abrió y modernizó el nuevo sultanato de Omán (solo hay otro sultanato en el mundo, Brunei, con el que tiene muchas similitudes) a golpe de decreto y, con el dinero del petróleo, desarrolló el estado del bienestar invirtiendo especialmente en sanidad y educación, actualmente ambas gratuitas. Toda esta pasta se traduce en que no hay impuestos sobre la renta, las empresas pagan un 15% de impuestos excepto las relacionadas con el petróleo, que pagan 55%. Tampoco hay impuestos al consumo, aunque se supone que en 2021 se implantará el IVA. Hay todo tipo de ayudas y subvenciones y, por ejemplo, los funcionarios pueden retirarse con el 80% del salario tras 20 años de trabajo.

Las mujeres obtuvieron su derecho al voto y a ser elegidas en 1997 y parece que están menos mal que en sus vecinos Arabia Saudí o Irán. Qaboos, cuyo matrimonio con su prima duró solo tres años y no dejó descendencia -se rumorea que era homosexual-, era respetado internacionalmente e hizo a menudo de mediador entre las potencias de la zona, Irán y Arabia Saudí, algo que no siempre ha sentado bien a los saudíes.

Dishdashas más grandes que otras, como la del dueño de este hotel.
Así que Omán se modernizó, pero con un estilo propio y manteniendo sus tradiciones, desde luego nada que ver con la sobrada y ostentación de sus vecinos del Golfo. Este anclaje al pasado se muestra en todos los órdenes de la vida. Así, por ejemplo, los edificios no pueden tener más de siete plantas (nada que ver con los rascacielos de EAU) o, por otro lado, la gente viste con ropas tradicionales. Ellos llevan una sábana inmaculadamente blanca llamada dishdasha, más entallada que la típica chilaba árabe, que en su gran mayoría está confeccionada, al precio de unos 40-50€, por uno de los muchos sastres que hay, todos ellos indios, pakistanís o bangladesís. La dishdasha es una señal de identidad tan importante que el gobierno evita que se desvíe del patrón tradicional y regula su diseño, diseño que para un no iniciado parece más simple que el de un botijo, pero bueno. Vaya tela, nunca mejor dicho, en qué asuntos de alta gobernanza se tiene que meter el ejecutivo. Al cuello de la dishdasha le añaden una borla o un cordón lateral, normalmente perfumado con aceites o incienso. Todo ello simple a la par que razonablemente elegante y tal vez un poco incómodo, aunque eso no parece que les importe a los lugareños, pues todos ellos visten la dishdasha a diario.

El kumma, el gorro que cubre cualquier asomo de calvicie. Muy práctico.
Los hombres van tocados con un masar o un kumma. El masar es un pañuelo bordado de fina lana de cachemira -de donde parece que es originario- con el que se cubren la cabeza. Lo puso de moda el sultán Qaboosh, y sus distintos diseños y diferentes formas de anudarlo permiten saber la región de origen de su portador, aunque hay una combinación de azul, morado y rojo que está reservada a la familia real. El kumma por su parte es un gorro de colores originario de la costa oriental africana, en donde en swahili se llama -me encanta- kofia. Hay que recordar que Omán tuvo mucha influencia en África Oriental y, de hecho, Zanzíbar fue incluso sede del sultanato hasta hace bien poco.

Excepto en las ciudades, a las mujeres se las ve muy poco, siempre encerradas en casa, aunque de vez en cuando en los pueblos se montan mercados para mujeres, como el de Ibra, y ves a un montón de ellas de una vez. Con una vestimenta algo más variada que la de los hombres, la mayoría van completamente de negro en un traje o manto llamado abaya, a veces incluyendo una especie de máscara que les cubre el rostro. Otras, creo que especialmente las beduinas, visten con túnicas o trajes de vistosos colores, entiendo que siempre con pantalones debajo, terminados algunos de ellos con unas tobilleras laboriosamente bordadas. Todas, eso sí, se cubren el pelo y casi toda la piel.

La importancia de cubrir hombros y rodillas.
Con los extranjeros son flexibles en el vestir y solo en las zonas más conservadoras hay carteles exhortando a que hombres y mujeres lleven ropas que, cuando menos, cubran hombros y rodillas.

Siguiendo con el tema de la vida tradicional, la mayoría de la gente vive en casas unifamiliares, apenas hay edificios de apartamentos, ni siquiera abundan en Mascate. La arquitectura es normalmente bastante monótona, casas de una o dos plantas en plan bloques de Lego, con una especie de torre en la que se colocan el o los depósitos de agua. Todas las casas sin excepción están rodeadas de muros, casi como esos fuertes tan abundantes en el país, entiendo que para proteger la privacidad de sus mujeres más que por seguridad. No en vano, Omán será seguramente uno de los países más seguros del mundo.

El sucesor del recientemente fallecido Qaboosh, su primo el Sultán Haitham hereda una economía frágil, endeudada, con desempleo juvenil y problemas fiscales, muy centrada en el petróleo y el gas. Aunque el país nunca ha sido como Arabia Saudí, Abu Dhabi o Qatar, el descubrimiento de petróleo en 1962 sacó a Omán de la pobreza y ha pagado la infraestructura de la que disfruta actualmente. En 2017 Omán era el 19º mayor productor de petróleo y el 22º en reservas, aunque éstas van disminuyendo poco a poco. Para diversificarse, sea en turismo, logística, industria o tecnología, tendrá que superar la fuerte competencia de sus vecinos. Nada fácil, pero por lo menos el sultán tendrá todo el poder en sus manos, pues además de sultán es primer ministro, ministro de finanzas, de exteriores, de defensa y jefe de las fuerzas armadas.

Población extranjera.... comida extranjera. Pakoras, bhaji, samosas, faláfel,....
Aproximadamente el 50% de la población es extranjera: bangladesís, indios, pakistanís, y, en menor medida, egipcios, sudaneses, iraníes y algunas filipinas. Por otro lado, y ante la supuesta incongruencia de que haya 54.000 omaníes en el paro mientras 1,85 millones de trabajadores extranjeros trabajan en el sector privado, el Gobierno ha advertido a las compañías de que perderán los generosos incentivos oficiales si no cumplen el objetivo de incluir por lo menos un 35% de omaníes en sus plantillas. Habrá que ver si los omaníes quieren o no currar en los puestos de trabajo ocupados por los extranjeros.

La carretera hacia Mascate recorre la zona más poblada del país. La costa no es especialmente bonita, aunque las omnipresentes mezquitas, los fuertes que históricamente han protegido a Omán de los ataques que venían del mar y algunos zocos en las ciudades aportan cierto interés. Ciudades, pueblos y villorrios se suceden uno tras otro... aunque si exceptuamos la zona de los zocos a sus horas comerciales, los pueblos y ciudades tenían un aspecto postapocalíptico de lo vacíos que estaban, especialmente al mediodía. Supongo que el calor que hace gran parte del año tendrá algo que ver. No ayuda tampoco a ambientar la zona el que comenzaran a construir una nueva autopista pegadita al mar (que discurre paralela a pocos kilómetros de otra autopista) para lo que un buen número de las casas de las poblaciones de la costa norte hayan sido derruidas, manteniendo en pie solo las mezquitas y los fuertes. Lo malo es que, bien sea por falta de fondos, incompetencia o corrupción, la carretera no se va a terminar y ahora ésta va de ninguna parte a ninguna parte, en un paisaje que parece Beirut en sus peores momentos de la guerra.

Varios días de kilómetros y kilómetros de escombros.
En cualquier caso, para el cicloviajero lo bueno de tanta población es que siempre hay agua fresca disponible, un coffee-shop en el que comer algo y tomar un té (especialmente un karak tea o masala chai, un té importado de la India, preparado con té negro, leche, azúcar y cardamomo), o una tienda de ultramarinos en donde comprar cena y desayuno antes de plantar la tienda para dormir. Los omaníes, por cierto, tienen su particular "drive thru": llegan a los cafés o restaurantes en su coche, tocan el claxon y esperan dentro de su coche con aire acondicionado a tope a que el del café (siempre un inmigrante) salga corriendo a tomar el pedido. La frontera entre ser servicial y servil a veces es muy fina...

Y así, poco a poco, llegamos a Mascate, la ciudad principal de Omán y su capital desde 1793. Con un millón de habitantes y unos 50 km de punta a punta este "Fondeadero Seguro" (que es lo que quiere decir Mascate) es un desparrame de urbanizaciones y edificios, en su mayoría de poca altura, conformando una ciudad sin demasiado interés. De camino a su zona más antigua nos acercamos a las oficinas de inmigración, junto al aeropuerto, para extender nuestros visados y así disponer de treinta días añadidos a los treinta que te dan con el primer visado. Bastará explicar que uno está recorriendo el país en bici y por eso pide una extensión cuando todavía tiene veintipico días disponibles en su pasaporte.

El palacio del sultán en el Viejo Mascate.
Una vez concluidas las labores administrativas, dos zonas ocupan al viajero: el Viejo Mascate, con el palacio del sultán, y Mutrah, con el puerto donde recala el pedazo yate del sultán, la corniche por la que pasear al atardecer y el zoco. Lo de los zocos tiene su componente masoquista, pues sabiendo que no vamos a comprar nada de nada (otro beneficio de viajar en bici), uno se adentra de cualquier manera en esas callejuelas para recibir continuas ofertas de pashminas, dagas, ropa, oro, relojes o cualquier recuerdo de Omán. Supongo que la artesanía expuesta y el ambiente en general menos agresivo que en otros mercados similares merecen la pena... aunque no estoy muy seguro. 

Y de ahí, p'al sur. Para evitar las carreteras principales se nos ocurrió ir hacia el embalse de Wadi Dayqah, lo que nos sirvió como aperitivo para lo que nos íbamos a encontrar días más tarde, con unas potentes cuestas y algunos caminos de tierra sin tráfico en un paisaje agreste salpicado de palmerales de lo más atractivo. De vuelta a la costa empezamos a ver la plaga de langostas que está golpeando la península arábiga y que parece que ya ha cruzado el Mar Rojo y va a ser una catástrofe en el Cuerno de África. Una plaga de miles de millones de langostas que no se había visto en décadas y que devora todo a su paso en Somalia, Etiopía, Kenya, Eritrea, Yibuti. Solo un enjambre con un frente de un kilómetro de largo es capaz de comer lo mismo en un día que 35.000 personas, según los cálculos de Naciones Unidas. Una voracidad legendaria para un insecto de apenas dos gramos de peso.

Para quitarnos el polvo del camino nos pegamos un buen baño en la concurrida poza (sinkhole) de Bimmah, un lago pequeño o charca grande de aguas turquesa, supuestamente creado hace un porrón de años por el impacto de un meteorito. Ahí conocimos a un grupo de españolas y mexicanas que llevan varios años trabajando como profesoras en diferentes colegios internacionales del mundo, anteriormente en India, China y, este curso, en Omán.

Si la poza Bimmah estaba concurrida, durante el fin de semana las playas de la zona están llenas de "sabaderos" (domingueros) en sus inmensos 4x4. Aunque no parecen muy amigos de los baños de mar, sí son profesionales en la preparación de barbacoas al aire libre, con una infraestructura de tiendas de campaña, carpas, mesas, sillas, equipos de sonido y hasta WC portátiles que ya la quisiera más de un chiringuito playero andaluz. Conseguimos de todas formas encontrar alguna cala cuasi vacía en donde acampar y pegarnos unos buenos baños en el mar.

Bañito en el wadi Shab.
Los wadis o uadis son esos cauces secos o de temporada de los ríos de esta parte del mundo. De esta palabra árabe viene la raíz "guad" de algunos ríos españoles como el Guadalquivir o el Guadiana. Los wadis son uno de los highlights de cualquier visita a Omán, aguas generalmente frescas y cristalinas en donde chapotear rodeados de montañas escarpadas y/o exuberantes palmerales. Hay algunos, como Wadi Shab y Wadi Tiwi en esta parte de Omán, bastante populares, sobre todo en fin de semana. Pero sean estos u otros menos concurridos que también visitamos más adelante, son un espectáculo y un respiro para el sudoroso cicloviajero.

Estos dos wadis están ya muy cerca del siguiente destino: Sur, la mayor ciudad omaní de la zona. Además de los habituales zocos y fuertes, Sur es conocido por su construcción de dhows, esos famosos barcos de madera con vela latina con los que Simbad y compañía surcaban y todavía surcan las aguas del Golfo, del mar Arábigo y del Océano Índico. Los pudimos ver de cerca y meternos en alguno de ellos en el único astillero que queda en Omán, astillero en el que no había ni un solo omaní...

Usando por fin una abrazadera de metal que arrastramos en la vuelta al
mundo, para sujetar la tija, hasta dar con el tornillo necesario.
En Sur me tocó ir a varias ferreterías y talleres para intentar arreglar la abrazadera que sujeta a la altura correcta la tija del sillín de la bici. Se me había roto el tornillo de la abrazadera unas cuantas jornadas antes y los sustitutos que había ido comprando no hacían la suficiente presión, así que el sillín se bajaba poco a poco..., o de golpe si me despistaba en un bache. Por fin lo conseguí a la salida de Sur.

Fue en esta tranquila ciudad en donde nos encontramos por primera -y casi única- vez con otros cicloturistas. Fue un pequeño empacho (suizos, alemanes, holandeses, escoceses, todos de golpe), pero compartir las experiencias de otros cicloviajeros es parte de la gracia de esta forma de viajar. Salimos de sur con dos alemanes y un suizo con quienes, impulsados por un buen viento del noroeste, nos dirigimos siguiendo más o menos la costa a ver las tortugas en la Reserva de Ras al Jinz.

Acampados a dos kilómetros de la playa. Los 500 metros que exigía la
regulación no fueron suficientes para el ranger. Nosotros obedientes.
A ésta acuden cada noche durante los meses de verano docenas de tortugas verdes a desovar. Por suerte, es habitual que fuera de temporada también vaya alguna, así que allí fuimos a probar suerte. Nuestro plan era acampar en una playa adyacente a la que van los turistas e intentar verlas durante la noche en esa misma playa... y así evitar los turistas y los pagos a los guías. Desgraciadamente, esa playa forma parte de la reserva y los rangers, que se las saben todas, nos visitaron para obligarnos a que acampáramos más lejos de la playa y prohibirnos que acudiéramos a la playa por la noche. Nos visitaron varias veces para asegurarse de que cumplíamos..., así que no quedó otra que ir antes del amanecer a la zona turística y unirnos a un pequeño grupo para verlas. Por suerte, pudimos ver algunas tortugas, que se llaman verdes por el color de su grasa, no por el caparazón, que es más bien tirando a pardo o negro.

Seguimos durante una jornada más por la costa, pero en dirección sur; atrás dejamos el golfo de Omán y ahora circulábamos junto al mar arábigo, nuevamente impelidos por buenos vientos. Tras una noche en un parque/playa cercano a la población de Asylah, un lugar con ambiente de última frontera, abandonamos la costa para visitar el desierto y las montañas del interior de Omán.

Un abrazo

Da igual cuántos países conozcamos, siempre nos excita la entrada a uno nuevo, especialmente si es por tierra o mar.

Durante varias jornadas este fue el paisaje. A un lado, los escombros de las casas derribadas para la construcción de una autopista que ni llegó ni llegará, y al otro, playas con pequeñas embarcaciones, redes y aparejos de pesca. Esas trampas
con forma de cesta de metal, se llaman gargour y tradicionalmente se hacían con hojas de palmera.

¿Enormes toros? Pues sí, en Omán se estilan las peleas de toros, que se celebran muchos viernes en la zona de Barka, pequeña ciudad por la que pasamos. Pero no hay toreros. Se trata de testa de toro contra testa de toro, a ver quién desplaza a quién. Sin sangre y sin apenas lesiones. La pelea se acaba cuando uno de los dos toros se achanta. Duran un par de minutos, y son gratuitas. Nos mantuvimos lejos de los que vimos cerca de la carretera. Bichos que pueden pesar alrededor de una tonelada de puro músculo. Miedito.
Un clásico en la costa fue encontrarse con sofás y sofás en la playa. Ya que van al atardecer y apenas llueve, mejor estar cómodos, ¿no?
Estábamos en la "terraza" un "café" (en una cutre mesa a la puerta de un cutre chiringuito), y esta mujer vino, tocó el claxon, pidió un par de batidos desde el coche, se los trajeron, pagó y se marchó. Sin bajarse, como hacen el 99% de los omanís varones y el 100% de las omanís.  Al rato volvió, y esta vez se bajó. Venía a traernos una bolsa repleta de todo tipo de frutas. Un acto muy típico que los musulmanes tienen con los extranjeros en sus países.
Sabíamos que Omán iba a estar repleto de mezquitas, ¿pero de cabras?
Un día festivo en la playa. Todos vestidos. Eso que se ahorran en cremas.
Ir pegaditos a la costa tuvo su "aquel" en más de un tramo...
Aunque algún anochecer y algún amanecer nos regalaran escenas como ésta.


Hasta que llegamos a Sohar, la ciudad cuyo puerto el gobierno convirtió en zona franca para que empresas extranjeras se instalaran, en un intento de diversificar su dependencia del petróleo, con industrias de acero y aluminio. Hoy es el mayor puerto y complejo industrial de Omán.

El uso de la bici no es muy común en Omán, tan solo algunos inmigrantes con bicis muy machacadas haciendo un uso urbano, así que cuando nos cruzamos con este omaní y su bicicleta de carretera Bianchi recién estrenada, la parada fue obligatoria. Mohamed estaba estudiando químicas en Nueva York, donde no pensaba quedarse una vez finalizara sus estudios. Demasiada juerga para su gusto. En el curso 2017-2018, el Ministerio de Educación financió las carreras universitarias de 3.500 estudiantes en EEUU y Canadá.
Los vendedores son hombres, los compradores son hombres, y los que se sientan en las puertas de los negocios a ver el mundo pasar té en mano, también son hombres. Omán es un mundo terriblemente masculino.
Por toda la costa norte teníamos un nuevo castillo cada veinte o treinta kilómetros, muy visibles ahora que las casas que los rodeaban han sido derribadas. Y muy restaurados casi todos. En la foto el de As Suwayq, construído por los portugueses en 1620 para defender esta parte de la costa.
La ciudad de Seeb, a donde llegamos una tarde sin contar con ello, empujados por un viento glorioso. No nos pareció tan glorioso cuando tocó cocinar en un parque junto a la costa, y menos cuando vimos que iba a ser completamente imposible montar la tienda, precisamente por ese viento, ya huracanado. Así que acabamos en un hostal cercano al zoco, y tuvimos oportunidad de ver todas esas tiendas de alfombras y muebles que le dan tanta vida al lugar.
Gran mezquita del Sultán Qabus en la capital, Mascate. De las pocas cuyo interior el extranjero no musulmán puede visitar, eso sí, si llega antes de las 11am, que no fue el caso. Presume de tener la segunda alfombra de una pieza más grande del mundo, y ya que no pudimos verla, nos concentraremos en ver la primera (spoiler: la vimos más adelante en Abu Dhabi).
Cuando nos acercábamos en bici al puerto de Mutrah veíamos al fondo este barco y por un momento pensamos que era un crucero, hasta que averiguamos que se trataba del yate del sultán. El de atrás, claro.


Hemos dado con sitios donde acampar muy muy majos. Aquí, a las afueras de Mascate.
Cuando llegas con la caída del sol a una presa rodeada de un circo impresionante de montañas, un lugar que en el mapa parecía el ideal para plantar la tienda, y averiguas que está prohibido acampar allí. Ups.

Amaneceres omanís. El país no solo está lleno de castillos y fuertes, sino también de torres como la de la foto.
En la aplicación que normalmente usamos para orientarnos y planificar la ruta, maps.me, esté camino de unos diez kilómetros no aparecía, pero en la vista satélite de google se veía "algo" y probamos. Empujamos en un par de cuestas, pero el resto ciclable y muy solitario.
Cuando estás tomando un té en una "terraza", y llega un pick-up cargado con cuatro tiburones.
Nuestra pequeña y solitaria cala de arena blanca y aguas esmeraldas junto a la White Beach.
Langostas devoradoras de todo lo verde... 
Wadi Shab, un cañón de altas paredes por donde corría agua impoluta.
Fue la primera mujer que vimos trabajando, como cajera en una pequeña tienda. Nos decía que las mujeres no tenían ningún impedimento para trabajar, pero que en general sus amigas no lo hacían.
Este cementerio podría pasar desapercibido para quien no haya visto un cementerio musulmán antes, tan diferentes como son de nuestros cementerios. En la fe musulmana los cadáveres se envuelven en una tela blanca perfumada (sudario/kafan) y se entierran con la cabeza apuntando a Meca, sin ataúd,. Las lápidas normalmente son de lo más austeras, si hay algún grabado es en escritura árabe, nada de floripondios o esculturas. Todo ello hace que normalmente se respire sobriedad, aunque en Omán la verdad es que más que sobrios parecían... bueno, no quiero ser faltona.
En algunos de los wadis como en el de Tiwi, la carretera discurre en muchos tramos por donde discurre el río. Tiene que ser "interesante" circular por aquí en época de lluvias.
Lo negativo de viajar en invierno es que los días son muy cortos, pero también gracias a ello, disfrutas de todos y cada uno de los anocheceres y amaneceres como el de la foto. 
La tranquila ciudad de Sur, desde donde se veía la población de Al Ayjah al otro lado de la bahía, con su fotogénico faro.


La ciudad de Sur, importante en las rutas de comercio medievales, y famosa por sus astilleros de construcción de barcos de madera, que navegaban a China, India, Zanzíbar, Irak y otros muchos lugares. Eran barcos también usados en la "pesca" de perlas. Hoy en día vimos poca actividad, mucha fibra sustituyendo a la  madera, y cero mano de obra omaní.
El puente colgante de Ayjah, el primero de este tipo en Omán.
De lo mejorcito de Omán, ver desovar a las tortugas y retornar al mar antes de que salga el sol, un madrugón que mereció la pena todo y más.
En el centro los alemanes Chris y Patrick que se habían conocido en el ferry de Irán a Dubái, y a la derecha en la foto el suizo Louis, con cantidad de viajes y experiencia en sus alforjas.


Dromedarios, que por aquí los llaman los barcos del desierto. Hermosa estampa que hemos visto por todo Omán.
Admirable como los niños pueden andar en bici, saltar vallas y jugar a fútbol con esos vestidos tan estrechos.
No es ningún secreto que no somos nada cocinitas pero que nos encanta zampar, así que si tenemos oportunidad comemos de plato, especialmente en Omán donde el plato más común, el biryani, cuesta un rial de media (2,30 euros). Hay muchas variantes, pero en su versión básica es un plato de arroz con especias, un trozo de pollo o pescado, y unos cuantos vegetales con un trozo de limón como aliño.
El país está lleno de camiones cisterna de color azul que transportan agua a los depósitos.
Vendiendo la pesca del día. Esta foto es una excepción en Omán, no hemos visto a niños en barcas de pesca, ni trabajando el campo ni guiando cabras.
El viento es algo a tener en cuenta en Omán, sobre todo si se viaja con tiempo muy limitado -que no era nuestro caso-.
Entradas de este viaje:

1 comentario :

  1. Sin duda una de las mejores cosas de estos paisajes, es la oportunidad de viajar en bici, eso mejora mucho la aventura!
    saludos!

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