Páginas

20 de octubre de 2015

La India: entre montañas y lugares sagrados

En la última entrada de este apasionante relato viajero :-) os contábamos cómo, tras mes y medio en India, la sensación de finalmente llegar a este país se materializó cuando descendíamos de las montañas hacia el calor, el ruido, el tráfico, la suciedad, la pobreza, los olores y, en fin, el fenomenal caos indio. Caos que por un lado -será nuestro lado masoquista- nos gusta por su intensidad y autenticidad -¿qué sería de India si se pareciera a, no sé, Suiza?-, y por otro nos lleva por el camino de la amargura, con tantas situaciones frustrantes y cabreantes. Sin duda, los indios son capaces de lo mejor y de lo peor...

Un indio que vive en EEUU desde hace 25 años y ahora se dedica al coaching y a escribir libros de autoayuda nos dijo que el problema es que, a pesar de la tan extendida espiritualidad india que promulga el amor al prójimo y al universo que te rodea, el indio no empatiza, no se pone en la piel del vecino. Él lo explica por la densidad de población y la histórica necesidad de pelearse contra todo y contra todos para salir adelante, de tal forma que el indio va exclusivamente a lo suyo, en plan apisonadora. Como los chinos, vaya, cuyo ejemplo también usó, y que también hemos sufrido en nuestras carnes. Desde luego esa sensación tiene uno cuando circula por la carretera. El coacher también le echó la culpa al abstracto "sistema", que yo más bien veo como una pobre excusa para evitar responsabilidades individuales.

14 de octubre de 2015

Cuestas imposibles, malas carreteras y un frío del carajo: disfrutando, y mucho, de los Himalayas de la India

- Veeeerygoodmorning, sir. Whereareyoufrom, sir?
- Spain...
- Oooooh, Spainisaveryveryfinecountry, splendid, sir. Andwhatsyourgoodname, sir?
- Er..., Hugo, and yours?
- Verylovelyname, sir! Mynameis Tirurichipiramnavarsujay, sir.

Volver a India nos ha obligado a refrescar nuestro "inglés con características indias". No hace falta que sea Hindish, esa mezcla de hindi e inglés, para no enterarse de nada; aunque sea puro inglés, ya es complicado entenderles. Hablan como ametralladoras sin apenas pausas entre las palabras, con peculiares sonidos intercalados que soy incapaz de reproducir en el texto y con movimientos laterales de cabeza que no ayudan necesariamente a la comprensión, pues pueden querer decir no, sí, a veces, no tengo ni idea, ya he terminado de hacer la foto y, seguramente, muchos más significados. Pero a pesar de las dificultades iniciales, es un gustazo escuchar su rico inglés, adornado con vocabulario victoriano y, sobre todo, volver a poder comunicarse con la gente -con bastante gente, por lo menos-, y así tener conversaciones que vayan más allá del famoso "¡Atkuda!" de Asia Central.