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10 de julio de 2018

Australia (1): pedaleando por el Outback

Tras pasar los estrictos controles australianos de limpieza de bicis y enseres sin problemas -no fuera ser que introdujéramos una plaga en el país, que para eso ya están los propios australianos, sean conejos, escarabajos o cactus-, nos dedicamos un buen rato a montar las bicis en el aeropuerto de Darwin. Fuera, a pesar de ser ya noche cerrada, seguía haciendo un calor tropical. Lógico, pues Darwin no deja de estar bien anclado en el trópico, de hecho más cerca de Indonesia que de Canberra. Pero ¿para eso venimos a la civilizada Australia? ¿No debería gozar el país entero del aire acondicionado? En la calle de nuestro céntrico y no especialmente barato hotel, un buen grupo de aborígenes borrachos gritaba, mendigaba, rompía botellas, se peleaba (con golpes de borrachos, esto es, sin acertarle al contrario). No era una noche especial, una de fiesta tras el cobro del salario o ayuda estatal. Según nos dijeron, todas las noches son iguales. También durante el día uno se topa en esta zona del país con aborígenes borrachos, a medio camino entre la agresiva bronca y el feliz canturreo, hasta las cachas de alcohol o drogas. Tal vez no sea políticamente correcto mencionarlo, desde luego hubiera preferido comenzar con otro asunto, pero es lo que nos encontramos nada más llegar... y, con el follón que estaban montando, como para no verlo. Más adelante, más al sur veríamos más aborígenes y su condición y la complejidad del problema que los asedia será un asunto recurrente en la conversación con cualquier persona con un mínimo de sensibilidad.