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21 de abril de 2019

Costa Rica: "pura vida"..., pero corta

Cinco kilómetros antes de llegar a la frontera entre Nicaragua y Costa Rica ya empezamos a ver camiones varados en la carretera como si fueran ballenas en una playa. El acuerdo transfronterizo centroamericano está muy lejos del concepto Schengen europeo, y a los camioneros les iba a tocar esperar entre 6 y 24 horas para cruzarla, en función de lo que dijeran los del escáner y los de narcóticos, a veces en busca de una mordida, pero normalmente simplemente haciendo su trabajo. O, si la empresa propietaria de lo que transportas no ha estado viva con no sé qué papeleo, como le ocurrió a Nicolás, el camionero guatemalteco con el que estuvimos hablando, te toca pasarte casi una semana mustiamente parado en la frontera, durmiendo en el camión y comiendo lo que se pueda. En el otro lado de la línea imaginaria, en el sentido de Costa Rica a Nicaragua, más de lo mismo, con larguísimas colas e interminables esperas. Sufrida y frustrante vida la de los camioneros centroamericanos, que pasan más tiempo en labores aduaneras y administrativas que conduciendo.

6 de abril de 2019

Crónicas nicaragüenses

Dos horas y media tardamos en cruzar la frontera entre Honduras y Nicaragua. Desde hace un tiempo se exige un permiso para entrar en el país, que debe tramitarse en línea con una semana de anterioridad. Mal pensado que es uno, suponía que la situación política un tanto "movida" de la que hablaré posteriormente, les había obligado a controlar quién entraba y quién salía de Nicaragua, no fuera a meter las narices donde no debía. Y, sin embargo, este requisito burocrático es previo. De cualquier manera, siendo esto Centroamérica, el despistado viajero todavía puede saltarse parte del proceso y conseguir el permiso en el momento: el jefecillo de turno de inmigración le pedirá un montón de información (por ejemplo, fecha de entrada y salida de todos los países visitados en los últimos meses, buff), alguna que otra fotocopia y cursará el permiso en su nombre.

Nicaragua, el segundo país más pobre de América después de Haití, llevaba diez años creciendo a buen ritmo, cerca del 5% anual, de los mejores de la región. Un clima de consenso entre el gobierno y la patronal, los buenos precios de sus principales exportaciones (café, oro, carne), el apoyo de los organismos internacionales, los más de 500 millones de USD en petróleo al año que recibía de Venezuela, todo remaba en la misma dirección. Mientras tanto, el presidente y exguerrillero sandinista Daniel Ortega y su mujer y vicepresidenta Rosario Murillo iban socavando las instituciones democráticas, cortando la cabeza al que la asomara sobre el orden establecido y construyendo una dictadura. Como una dictadura en un principio da estabilidad y los empresarios ganaban dinero, no había grandes quejas.