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27 de noviembre de 2014

Montenegro

Ya solo el nombre, Montenegro, resulta
evocador, como de cuento, una suerte de Sildavia de Tintín, entre medieval, aventurero y, siendo un "monte negro", también un poco siniestro. Antes de llegar al país uno está convencido de que los montenegrinos van por la calle a caballo, con cota de malla, lanza y estandarte.

Una vez dentro de sus fronteras, el paisaje, sea natural o urbano, no te defrauda, todo lo contrario: ciudades amuralladas con imponentes montañas tras ellas; picos de más de 1.500m a pocos metros del mar Adriático, inmejorables atalayas para vigilar si vienen los piratas; inexpugnables bahías tan encajadas entre montes que parecen fiordos; el mayor lago de los Balcanes, compartido con Albania y centro de contrabando en otros tiempos,...

20 de noviembre de 2014

De montañas y mares, religiones y guerras...y bureks

Aunque la entrada en Serbia fue acompañada de una buena sonrisa del aduanero, cielos azules y horizontes lejanos, todo comenzó a "engrisecerse" conforme nos acercábamos a Belgrado. Ciudad de más de millón y medio de habitantes, no nos pareció especialmente bonita, ni sus monumentos algo memorable, ni los pocos recuerdos de la guerra, en forma de edificios medio derruidos, algo especial. Pero eso mismo le quita presión a la visita y uno se dedica a pasear agradablemente y sin prisa por sus concurridas calles, llenas de gente y de ambiente. Y a disfrutar del desayuno en el hotel :o) Y es
Entrando a Belgrado cruzando el Danubio
que las millas acumuladas de Bego nos permitieron dormir tres noches en un pedazo hotel de la capital serbia y cada mañana, desde la terraza, un desayuno pantagruélico nos iluminaba el día.

Eso sí: acostumbrados a los pueblos de las zonas rurales, poblados por mayores y algunos niños, pero poca gente joven, la capital nos dio la sensación de rezumar vitalidad, energía y juventud. Belgrado es famosa por su marcha nocturna, algo que, ejem, me temo que no catamos. ¡O tempora, o mores!, que dicen los cursis.