Fue cruzar la frontera entre Emiratos y el sultanato de Omán (suena bien, ¿no? "sultanato de Omán") e iniciar una ligera cuesta abajo por una estupenda carretera cuasi vacía hasta las muy azules aguas del golfo de Omán. Todo ello con un sol espléndido y una temperatura primaveral, condiciones que se han mantenido, junto con un cierto fresquito nocturno (que puede pasar de "fresquito" a "frío" en las montañas), durante las algo más de seis semanas que hemos permanecido en el sultanato. Un gustazo de tiempo que solo ocurre durante el invierno omaní, pues a partir de abril parece que las temperaturas empiezan a subir, subir y subir y llegan a los cuarenta y muchos o cincuenta grados en verano, momento en que la gente se enclaustra en sus casas cual monje benedictino... o en plan retiro coronavírico.
Lo de las estupendas carreteras -bueno, sobresaliente en firme y arcén, pero suspenso en cuestas- y que están cuasi vacías ha sido una constante en Omán. Tiene, sin duda, las mejores carreteras a este lado del Mississippi. Si es porque les sobra el dinero, porque hay que activar la economía a base de construir infraestructuras o porque están pensando en el largo plazo (para cuando dupliquen o tripliquen sus actuales casi cinco millones de habitantes) no lo sé, pero si exceptuamos una zona de montaña con estupendos caminos sin asfaltar y algún tramo de carretera sin arcén, lo demás ha sido de lujo.