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17 de abril de 2020

La península de Musandam. Omán (3)

El fuerte viento de cara que sufrimos pedaleando de camino a Shinas o el hecho de que la víspera la web de la naviera no nos permitiera comprar el pasaje, ya nos deberían haber dado alguna pista. La verdad es que ya nos imaginábamos algo, pero como en la naviera nadie nos cogía el teléfono y la esperanza es lo último que se pierde, ahí nos presentamos en el puerto de Shinas con nuestra mejor sonrisa. Desgraciadamente, las recepcionistas se encargaron, entre bocado y bocado, de confirmar que el ferry a Musandam, nuestro destino, estaba cancelado por fuerte viento y mala mar. No estaba retrasado, sino cancelado, lo que implicaba tres días de espera hasta el siguiente barco.

Para los que, como yo antes de venir por aquí, no tengáis clara la geografía de la zona, la península de Musandam es un exclave de Omán, separado del resto del país por Fujaira, un emirato perteneciente a Emiratos Árabes Unidos. Este emirato a su vez alberga otro exclave de Omán a mitad de camino, Madha. Exclave de Omán que, también a su vez, alberga otro exclave de EAU, Nahwa. Clarísimo, ¿verdad? Pues ahora que ya tenéis un mapa exacto, preciso y detallado en la cabeza, seguimos.

La opción de ir por tierra, pedaleando hasta Musandam y cruzando varias fronteras había sido nuestro plan inicial hasta que supimos que la frontera directa por la costa este estaba abierta solo para los omanís y emiratís, además de implicar varios visados. Otras nacionalidades tienen que cruzar la montañosa península y entrar por la frontera oeste, frontera por la que íbamos a salir al acabar nuestra visita de la península. Así que estaba descartado lo de ir por tierra y solo quedaba esperar tres días por la zona hasta el siguiente ferry.

Al llegar a Omán semanas antes habíamos parado en Shinas y, no habiendo hotel en la ciudad, habíamos acampado en un parque del centro urbano. Pero por el bien de la comunidad y la concordia entre los pueblos del mundo, no era plan pasar tres días en un parque infantil en el mero-mero, asustando a los candorosos e inocentes niños cada vez que un servidor saliera de la tienda, maloliente, desarrapado y sin afeitar. Por su parte, la aplicación iOverlander señalaba una especie de reserva de aves a pocos kilómetros al sur de Shinas, con baños y quioscos para poder acampar. Mala suerte la nuestra, el parque estaba cerrado por unas obras que habían comenzado justo el día anterior. Total, que dado que los dioses no estaban con nosotros y que hacía un viento del carajo que hubiera hecho cuasi imposible plantar la tienda en un lugar desprotegido, nos fuimos a un hotel. Suponía deshacer veinte kilómetros, pero con el ventarrón que estaba pegando no tardamos gran cosa en llegar.

Tres días después rodeábamos el golfo de Ormuz (en inglés es "Hormuz" y siempre me hago un lío) en un mar en calma y entrábamos en el puerto de Khasab (pronunciado "Jasab"), la capital de Musandam.

Península Musandam en el estrecho de Ormuz. Fuente: Geocurrents
Cuando en 1971 los británicos decidieron largarse de la región, los territorios que hasta entonces administraban se unieron para formar los Emiratos Árabes Unidos. Si bien en general el reparto territorial fue claro, en algunos casos hubo mucha disputa sobre qué territorios pertenecían a quién. En ocasiones el reparto se solucionó preguntando a los jefes locales, como los anteriormente mencionados casos de Madha y Nahwa. En cuanto a Musandam, Omán consiguió negociar la propiedad de esta región en su favor, interesado como estaba en la importancia estratégica del territorio para controlar el estrecho de Ormuz. Eran los tiempos en que Omán pintaba mucho más que los nacientes emiratos, aunque no pintaba lo suficiente como para apropiarse de toda la costa este y por ello Musandam está desconectado del resto del Sultanato.

Así que Musandam es esa punta que conforma el estrecho de Ormuz. Éste separa a Omán de Irán por solo 39 km en su parte más estrecha, 96 km en su parte más ancha. La cercanía a Irán explica el que el contrabando fuera un negocio tan floreciente cuando Irán sufría el embargo internacional. Durante lo que se vino a llamar el "Marlboro Time" a finales del siglo pasado y principios de éste, hasta 5.000 (sí, cinco mil) lanchas rápidas llegaban cada día en solo 45 minutos desde Irán a Khasab cargadas con unas cabras a mitad de camino entre el despiste y el mareo destinadas a los mataderos de EAU, cabras que intercambiaban por té, electrónica y, sobre todo, tabaco, mucho tabaco. En Irán se fuma una barbaridad. Era tan exagerado el contrabando y estaba tan expuesto que hasta formaba parte de los tours turísticos. Conviene mencionar que se trataba de contrabando para las autoridades iranís; para las omanís todo era legal, se pagaban impuestos, aranceles y todo, aunque habría que ver si Omán había firmado algún acuerdo sobre el embargo o había mantenido su habitual neutralidad.

Es en esta península donde las altas y rocosas montañas de Hajar se precipitan sobre el mar y forman un precioso laberinto de islas, acantilados y khors creando un paisaje que cualquier guía en inglés que se precie tilda como "dramatic". Los khors (pronunciado "jors") son como fiordos pero sin serlo, pues, como todos sabemos, los fiordos son creados por glaciares y por aquí, glaciares, lo que se dice glaciares, más bien pocos. Sean fiordos, rías o lo que sean, el resultado es bastante espectacular y hay quien llama a esta región omaní la Noruega de Arabia... aunque en lo restante (el frío, la nieve, los renos, Santa Claus, todo eso) exija bastante imaginación. Es todo tan montañoso y escarpado que a la mayoría de estos fiordos solo se puede llegar en barco y en tiempos suponía buen refugio para piratas. Hoy los piratas se refugian en rascacielos de cristal. La zona está poco habitada y ha permanecido relativamente virgen ecológicamente hablando. A pesar de que el 20% del petróleo mundial (el 35% comercializado por mar) pasa por este estrecho tan, en fin, estrecho, uno puede ver delfines, tiburones y hasta ballenas en sus costas (aunque nada parecido a la riqueza del Mar Rojo), mientras los zorros, cuya caza está prohibida, se pasean por las playas sin temor a ser molestados.

En una de estas playas establecimos nuestra base al llegar a Khasab. Como en otras playas de Omán cercanas a poblaciones, la playa de Bassa está muy concurrida al atardecer. Hay chiringuitos en una zona de la playa y los coches pueden llegar hasta la orilla, así que es lugar de reunión de grupos de amigos, que sacan una alfombra del coche, el té, la barbacoa, halva para postre... y tan ricamente a pasar el atardecer a la fresca. Como en el resto de Omán y siempre que seas mínimamente civilizado todo el mundo ve normal que acampes en la playa y nadie te molesta. Cada noche las reuniones terminaban temprano, nos dejaban dormir tranquilos y amanecíamos junto al mar silencioso sin más compañía que las gaviotas y algún zorro. Un lujo de sitio.

Juguetones delfines que perseguían a nuestro barco.
Nos apuntamos a una excursión en dhow (recordaréis que es el barco típico de estos mares) para visitar esos famosos khors, un par de islitas y bucear (sin botellas) en sus límpidas aunque un tanto decepcionantes aguas (menos peces y corales de los esperados). Guiados por un tunecino, un egipcio y un bangladesí, nos acompañaban en este tour británicos, italianos, belgas, franceses,..., y un par de alemanas adolescentes que, inasequibles al desaliento, se sacaron unos cinco mil selfies cada una mientras ponían morritos y posturas, sin prestar la más mínima atención a todo lo que les rodeaba. Impresionante. Quiero pensar que es solo una fase de la vida y que nuestro futuro está en mejores manos que en esas.

Desde el barquito lo cierto es que los fiordos son imponentes y si encima navegas acompañado de delfines jugueteando alrededor del dhow todo resulta de lo más agradable, por muy turístico que resulte. Uno de los destinos fue Telegraph Island, que tiene una historia curiosa. En el s. XIX el correo entre Londres y Bombay tardaba más de un mes en llegar a destino. Desgraciadamente el telégrafo tampoco era la bomba: en 1857 un telegrama urgente solicitando ayuda frente a la Gran Rebelión de India había tardado la friolera de 40 días en llegar a Londres. Menos mal que era urgente.

Anclados junto a la isla Telegraph.
Con el objetivo de acelerar las comunicaciones entre Londres y sus posesiones en Asia, en 1864 se instalaron 2.400 km de cable submarino entre Karachi en la actual Pakistán y Fao en Iraq. Ello permitiría que los telegramas no tardaran más de un par de horas en llegar a destino. Y tardaban dos horas porque, como en los cables de cobre la señal va debilitándose, el sistema necesitaba repetidores. No antenas repetidoras, sino repetidores humanos, esto es, alguien que recibe un telegrama, lo reescribe y reenvía hasta la siguiente estación. Con el fin de evitar riesgos con los lugareños se eligió un lugar remoto para esta estación repetidora, aislado de todo: una micro-isla deshabitada de 160m de largo por 90m de ancho, situada al fondo de un fiordo deshabitado en una región deshabitada del ya de por sí bastante deshabitado Golfo. Vamos, que no había ni blás por la zona. Ahí colocaron a unos cuantos pobres técnicos que se pasaban todo el santo día desarrollando el muy creativo trabajo de recibir y retransmitir mensajes en códigos morse: infinitos puntos y rayas a ritmo de Parkinson. Al final de la jornada lo más que podían hacer era dar vueltas patibularias a la mini-isla (recordemos: 160m x 90m) bajo un sol de justicia. Nada de pubs, teatro o Netflix. El mismo Robinson Crusoe tenía más ambiente en su isla que estos tipos, así que normal que con el tiempo se volvieran medio majaretas. Tanto es así que en esta isla se acuñó un dicho inglés, "to go round the bend" que significa volverse loco. A los tres años de ver cómo el lugar afectaba a la salud mental de los técnicos (y seguramente a la calidad de los mensajes que tenían que reenviar) cerraron el repetidor y lo trasladaron a la isla iraní de Hengham, imagino que con más distracciones.

Las "poblaciones" de la península de Musandam.
Otro día decidimos coger las bicis y meternos hacia el interior de la península para ver las montañas y los fiordos desde otra perspectiva. La subidita a Khor an Najd se las trajo pero las vistas merecieron la pena. Por el trayecto -con viento en contra- hasta Sal al A’la pudimos ver, además de preciosas montañas y curiosas formaciones rocosas, unas pocas poblaciones como recién salidas de Marte: una casa ahí, la otra allá, la otra más allá, azotadas por el viento, ni una brizna de hierba, nada urbanizado,... pueblos inhóspitos donde los haya. Pero siempre con una tienda de comestibles regentada por un indio simpático y con ganas de conversación (como para no tenerlas), que se preguntará todos los días por qué dejó el bullicio, el color y la alegría de India por el inhóspito desierto omaní. Ya sé la respuesta, pero de todas formas...

La carretera que nos iba a devolver a EAU debería aparecer en los libros de ingeniería tanto por su belleza como por su técnica. Tal vez también debería aparecer por lo mucho que imagino que les habrá costado. A veces sobre la misma orilla, a veces sobre el mar, esta carretera recorre una costa recortada, agreste y complicada de bahías, golfos, montañas y acantilados que, con escaso tráfico, da gusto pedalear..., a pesar de que a veces eso implique unas cuestas de quitar el hipo y, como no, un fuerte viento en contra cuando vas de norte a sur.

El castillo de Bukha.
Al poco de dejar Khasab uno puede adentrarse por un wadi bordeado a ambos lados de viviendas y palmeras datileras y, varios kilómetros tierra adentro, ponerse a buscar petroglifos con más o menos éxito entre los canchos y peñascos. Terminamos el día ya cerca de la frontera con Omán, en la atractiva ciudad de Bukha. Una población con una pedazo de playa situada en una preciosa bahía protegida por unas imponentes montañas custodiadas por fuertes y torres de vigilancia. Una ciudad desconocida que en cualquier otro país sería un destino vacacional internacional de primer orden.

Ahí pasamos nuestra última noche en Omán. Al día siguiente solo nos quedaban unos kilómetros para abandonar un país que nos ha gustado y al que quién sabe si volveremos.

Un abrazo
Acampábamos al atardecer en la playa de Bassa y a la mañana recogíamos el campamento para volver de nuevo a la tarde.

Sí, la península de Musandam también tenía sus fuertes y castillos, como el resto de Omán. En la foto el castillo de Al Khmazera, en Khasab.

En Khasab vimos más niños en las calles jugando fuera de sus casas. Al igual que en occidente las enanas se pintan las uñas imitando a sus madres, en oriente medio se las pintan de henna.

Aprovechando la última sombra antes de emprender la subida.

Implacables cuestas las de Musandam.

La subida mereció la pena. Fantástica vista sobre los famosos "fiordos" de esta parte del mundo.

Las vistas al interior de Musandam también eran fantásticas, pero cuando estás sobre una bici te ponen de lo más nerviosa.

Las formas de las montañas eran muy locas.

Y las carreteras al interior acababan así, abruptamente. Como para continuar.

No tenemos claro si dimos con los petroglifos o si los niños del lugar han tenido compasión con los que se atreven a acercarse para buscarlos, y han dibujado cuatro garabatos en las rocas.

El escarabajo fue probablemente el insecto que vimos más veces en Omán. Montones de libélulas en los canales de regadío. Y bichejos nuevos para nosotros.

Y llegó la hora de dirigirnos de vuelta a Dubái, serpenteando la abrupta costa oeste de la península de Musandam.

Paredones a nuestra izquierda todo el tiempo.

Habíamos visto en la aplicación de mapas que usamos que la carretera iba sobre el mar y no entendíamos nada, hasta que vimos la impresionante obra reciente que había ganado terreno al mar para hacer más segura la carretera. La carretera vieja, pegada a los acantilados, había sufrido más de un corte por caída de rocas.

No era la mejor época del año para bucear, y el snorkel que hicimos no nos abrió el apetito, así que el fondo de estos mares se quedan para otra oportunidad.

Los azules del mar y del cielo, y los colores de las rocas. Una carretera que mereció la pena.

El paredón que rodeaba la tranquila población de Bukha.

Acampamos junto a un cementerio musulmán.

Protegidos del brutal viento de aquel día.

Última noche en Omán. Todo un acierto de país.

El retrato del difunto sultán Qabus Bin Said sobre un billete de 20 riales. Oímos poco del nuevo sultán, Haitham, mientras estuvimos allí. En el billete también podéis ver el escudo de Omán, las dos espadas cruzadas con la daga en el centro.
Esta fue nuestra ruta por la península de Musandam. Más detalle en nuestra ruta en Google.

Entradas de este viaje:

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