Ya lo anunciábamos: Mozambique supone "volver" a África. Al África calurosa, de malas carreteras y peores -o inexistentes- aceras, transportes imposiblemente abarrotados que se caen a pedazos, intenso contacto físico y penetrante olor a sudor, desorganización y lentitud general, pobres habitaciones de hotel con duchas de agua fría (o simples cubos de agua) y electricidad errática, restaurantes con menús limitados (arroz, pollo, "blandiblup" de maíz), pobreza y basura por las calles y cucarachas, mosquitos -y hasta algún escorpión despistado- al poder. Pero también el África de la relajación, sonrisa fácil y buen rollo. Suena un poco masoquista, pero nos gusta "esta" África...
Tras casi 500 años de presencia, los portugueses abandonaron Mozambique en 1975, prácticamente de la noche a la mañana. Frelimo (Frente de Liberación de Mozambique), que ya había comenzado su resistencia más o menos violenta en los años 60, tomó las riendas del país e instauró un régimen comunista, aparentemente con cierto éxito inicial, aunque para 1983 el país estaba prácticamente en bancarrota. Sea como fuere, eso de tener vecinos comunistas le ponía muy nervioso al gobierno sudafricano que, como hizo en Angola, se dedicó a desestabilizar Mozambique, con la creación de la guerrilla Renamo (Resistencia Nacional de Mozambique) y la consiguiente guerra civil. El objetivo de Renamo no era otro que fastidiar (con j) y se cargaron las pocas infraestructuras del país. Puente que veían, puente que hundían.
Ídem con los intelectuales o cualquier persona medianamente preparada. Así que cuando en 1992 se firmó la paz tras casi dos décadas de guerra, Mozambique era uno de los países más pobres del mundo. Desde entonces, gobernado por un Frelimo más moderado y siguiendo una economía de mercado, Mozambique apunta como una de las nuevas estrellas africanas..., aunque tiene mucho camino que recorrer.
Entre otras cosas de vital importancia -como los pasteles de natas o la feijoada..., y también la burocracia-, los portugueses dejaron el idioma. El portugués es hablado cotidianamente por los mozambicanos, no sólo con los visitantes, sino también entre ellos mismos debido a sus innumerables lenguas locales, así que la comunicaçao es relativamente sencilla. Por nuestra parte hemos tenido que desempolvar nuestro "portuñol", echarle algo de imaginación y, para casos de emergencia, parece que bastante gente habla inglés.
Maputo es una ciudad agradable, de arboladas avenidas dedicadas a personajes de dudoso pasado como Kim-il-Sung o Mao-tse-tung en memoria a su historia izquierdosa, avenidas con cafés y terrazas, bonitos edificios coloniales (muchos en pésimo estado de conservación estilo La Habana) y relativamente poco que ver, lo cual le quita a uno la presión esa de "hay que ver, visitar, hacer,...". Así que paz y relajación, paseos -algunos de ellos demasiado largos- bajo el tórrido sol, visitas a mercados y, en fin, poco más. Basta decir que la única actividad reseñable fue la asistencia a un estupendo concierto de música tradicional japonesa (empapándonos de cultura local, ejem, ejem) que hubiera hecho las delicias de Kurosawa.
Para descansar del tremendo stress de Maputo nos fuimos a Tofo, playa paradisíaca de anuncio de Fa, con arenas blancas y aguas cristalinas, llenas de pececitos de colores..., bueno, y de manta rayas y tiburones ballena, bichejos de entre 5 y 12m de largo (los mayores peces del mar) con los que buceamos y nadamos un rato. Tirarte del bote y verte a un metro de un monstruo de esos que te mira como si fueras a ser su almuerzo (uno se tiene que recordar varias veces que los tiburones ballena sólo comen plancton) es una experiencia, glups, inolvidable.
Cruzamos nuevamente el trópico de Capricornio para llegar a Vilankulo, pueblo sin mayor atractivo pero base logística para visitar el archipiélago de Bazaruto. Éste lo visitamos en una excursión en velero de vela latina o triangular (dhow típico del África oriental) por aguas turquesa, que muestran un arrecife coralino donde disfrutamos del mejor buceo (sin botellas, snorkel) que hemos hecho en mucho tiempo. Ni un aquarium tiene tantos pececitos.
Abandonamos la costa para ir hacia el oeste del país, Inchope, Chimoio, Tete, zona pobre, agrícola y, por lo menos en temporada de lluvias, muy verde. Alguna mente sádica ha decidido que los buses de Mozambique salgan a la inhumana hora de las 4 de la mañana. Será para viajar con menos calor, menos tráfico o para evitar que los comatosos viajeros se quejen de las condiciones del bus o de la carretera. El caso es que hemos tenido que pasar por el aro y coger buses a esas intempestivas horas.
Kapuscinski dice en "The Shadow of the Sun" que europeos y africanos tienen una concepción diferente del tiempo. Para los europeos el tiempo es algo lineal, inexorable, independiente a cualquier ocurrencia externa. Para los africanos, sin embargo, el tiempo es relativo, elástico, influenciable por el hombre. El tiempo se manifiesta por medio de eventos y estos dependen del hombre. Según Kapuscinski, para el europeo una reunión se celebra a una hora determinada, para el africano, cuando sus participantes están presentes. Supongo que por eso los autobuses generalmente no tienen hora de salida fija (a la europea), sino que salen cuando todos los viajeros están presentes (a la africana).
Paul Theroux, en su "Dark Star Safari" también habla de las interminables esperas africanas y afirma que en todos de los muchos libros que ha leído sobre este continente se mencionan. Suscribimos. Y lo mencionamos :-)
Cuando la furgoneta o el bus para, nos asaltan decenas de vendedores. Da igual que sea en una estación de autobuses, en una parada o en mitad de la nada. Ahí están ellos y ellas para venderte plátanos (un racimo de unos 20 plátanos por 0,25€), piñas (5-7 piñas por 0,75€), cacahuetes, refrescos, madalenas, pollo frito, pinchos morunos,... En las estaciones hay además otros productos: gafas, relojes, abanicos, cazuelas, cubiertos, termos, ropa, cinturones, en fin, de todo. La venta se hace a menudo en el último momento, justo cuando la furgoneta va a partir. Con la confianza en los demás propia de los africanos, el vendedor entrega el producto y, cuando el bus empieza a correr, el vendedor hace lo propio (pobres, a 40º y con los plátanos o lo que estuviera vendiendo a cuestas), a sabiendas de que el comprador no le va a fallar. Incluso cuando el bus coge velocidad y no da tiempo a entregar el dinero en mano, el comprador acabará lanzando las monedas por la ventanilla.
Las "chapas", nombre de las furgonetas en Mozambique, son de las que meten 24 personas en donde en Europa entrarían no más de 11 o 12. Sabes que, una vez dentro de la furgo, todo movimiento corporal por encima del pestañeo va a resultar imposible. Y con este calor... Concentrarse y no sentir, que diría Mafalda. Par colmo no sólo meten personas: en uno de esos transportes conocimos a unas cabras (ni en el sentido bíblico de "conocer" ni en el portugués de "cabra" -mujer de mala vida-). Norit y sus amigas, bastante incómodas las pobres, nos deleitaron con buenos berridos y olorosas deposiciones en el camino hacia Malawi. Ya os contaremos cómo nos fue por este país.
Un abrazo
Bego estas muy guapa en la foto. Pobres cabras!si sitio para saltar en el bus. NO hay derecho!.
ResponderEliminarUn abrazo para los dos. Mónica