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25 de julio de 2015

Ciudades míticas y campos de algodón en Uzbekistán

Aunque siempre intentamos tener una referencia sobre el valor de la moneda antes de cruzar una frontera, cuando en ese país, como en Uzbekistán, lo que impera es el mercado negro, no hay referencia que valga; salvo la de otros viajeros, claro. Así que tras bastante pelea con los cambistas nada más cruzar la frontera, nos timaron vilmente, por suerte no demasiado, pues cambiamos poca pasta.

Menos mal, de todas formas, que estuvimos todo ese tiempo junto a la frontera: un currela vino a decirnos, en ruso o en uzbeko, no sé, que teníamos que volver. Tras muchas dudas (a nadie le gusta volver a entrar en la zona fronteriza, menos cuando has estado haciendo algo supuestamente ilegal como cambiar dinero en el mercado negro) lo seguimos: resultó que no habíamos pasado por aduanas. Fue un acierto volver, o la posterior salida del país sin el papelito aduanero de entrada hubiera sido una pesadilla.

Primeros días de pedaleo en Uzbekistán, mucho verde
Empezamos a pedalear en Uzbekistán con mucho calor y, cómo no, el viento en contra. El paisaje fue poco a poco cambiando sobre el desierto turkmeno. Aunque seguíamos en el desierto, los campos de algodón ya empezaban a aparecer y, junto a ellos, los canales de agua. Con tanto cultivo era difícil encontrar un lugar en donde plantar la tienda, de forma que, animados por su sugerente nombre, entramos en la población de Olot en busca de alojamiento, y quién sabe si algo de fuet.

El pueblo disponía de, siendo generosos, un sucedáneo de hotel. Inicialmente abierto, su dueño me invitó a beber junto con su grupo de vociferantes y muy embriagados amigos -amigos en plena fase etílica de exaltación de la amistad a la que me querían unir-, mientras a duras penas negociábamos el precio en ruso/uzbeko/qué-sé-yo. Tras un par de cervezas que fui obligado a beber sin remisión -que a fe mía que me entraron de cine tras la calurosa pedalada-, y una llamada a un amigo que sí hablaba inglés, el hotel misteriosamente fue declarado cerrado. Las cosas del alcohol en copiosas cantidades, supongo. Terminamos acampando junto a la carretera en un campo de albaricoques que nos dejó la lona de la tienda guapa de tanto albaricoque maduro o en fase de putrefacción que había en el suelo.

Súper simpáticos los uzbekos
Las carreteras uzbekas son bastante penosas, bacheadas, rotas, en obras, a veces prácticamente inexistentes. Por suerte, los coches nos han respetado bastante y no hay demasiado camión. Por esas carreteras los uzbekos nos saludaban al grito de "¡Otkuda!" (aunque suena "atkuda" y quiere decir "de dónde", en ruso), tras lo cual llega la pregunta de a dónde vas. Las conversaciones continúan en perfecto ruso por su parte y cara de póker por la nuestra, aunque muchos de ellos, inasequibles al desaliento (y, más de una vez, animados por los excesos de vodka) siguen impertérritos en la lengua de Tolstoy a pesar de nuestras estultas caras y nuestros silencios.

Impresionante Bukhara y su minarete Kalan
En menos ocasiones, aunque con más gracia, al vernos exclaman eso de "Oh my God!", frase que llevamos escuchando desde Irán. De ahí no salen, pero por lo menos nos salta la sonrisa a la boca. Es, por cierto, una falacia eso de que los mayores hablan ruso y los jóvenes, inglés. Según nuestra (lo admito, corta) experiencia, la mayoría de los jóvenes no hablan ni papa de inglés y sí hablan (o chapurrean, no soy quien para medir su nivel) ruso.

Por fin llegamos a Bukhara, Buxoro, Bujara (escríbase como se quiera), seguramente un poco eclipsada por la archiconocida Samarcanda, a pesar de ser la ciudad más santa de Asia Central y una preciosidad de lugar. Incluido el minarete Kalan, desde el cual ajusticiaban a los criminales con un expeditivo "Hala chaval, a volar". De todas formas, tras la paliza de Turkmenistán, nos tomamos Bujara con tranquilidad. Fueron cinco días de relax, descanso y encuentro o reencuentro con viajeros: Thomas, Matthew, Heike, Graham & Annie, Germán, Camille & Esra, Daniel & Magdalena, Annie,...

Pedazo minarete el de Khiva. Y sin terminar
Aparcadas las bicis, nos pillamos un taxi compartido para recorrer los 400 kilómetros de desierto que separan Bujara de Khiva. Con tan mala carretera y tanto calor, creo que llegamos más cansados que si los hubiéramos pedaleado. A pesar de ello, mereció la pena. Khiva es una especie de ciudad museo, completamente amurallada y cuajada de edificios históricos. Las murallas seguramente eran para protegerse de la arena circundante más que de potenciales enemigos, pues éstos hubieran llegado exhaustos tras la travesía por el desierto y a nadie hubieran podido atacar. A diferencia del minarete de Bujara, el minarete más popular de Khiva no era para ajusticiar a nadie, sino para poder ver la distante Bujara. Pena que no lo terminaran.

Vemos a muchas mujeres guapas, bastante más que los hombres. Ellas visten con ropas tradicionales, una especie de blusa larga o de traje corto, con pantalones debajo. Parece un poco un pijama (una lástima que no utilicen el sexy traje tradicional turkmeno), pero no les queda mal. Algunas de ellas tienen, o se pintan, una ceja a lo Frida Kahlo, supongo que les parecerá estético. Y a muchas niñas les rapan la cabeza. Si es por tradición, estética o por piojillos escolares, no hemos sabido aclararlo.

Los dientes de oro siguen siendo populares en Uzbekistán
Las caras ya reflejan que estamos en Asia Central: las hay eslavas, mongolas, chinas, uigures, coreanas, afganas, persas, europeas,... Y es que están todos mezclados. Stalin, en su política de "divide y vencerás", dibujó unos fronteras de separación entre los diferentes "stanes" que dejaba a uzbekos en Turkmenistán, tayikos en Kirguistán, kirguizos en Tayikistán, etc. Aunque ha habido graves disturbios -muertos incluidos- y en algunas ciudades de la zona todavía hay tensiones entre los distintos grupos étnicos, a los ojos del viajero ahora parece tranquilo. No me extrañaría, sin embargo, que en el futuro algún dictadorzuelo saliera de sus problemas planteando una guerra contra algún vecino para recuperar su "robada soberanía nacional".

Cúpula de Bukhara
El presidente uzbeko, Karimov, podría ser uno de ellos. Un dictador que encierra a sus críticos y a pacíficos musulmanes en manicomios o en la cárcel, o que mata a cientos de manifestantes como hace diez años en Andijan, es soportado por Occidente como mal menor frente al lío afgano algo más al sur. Con cerca de 80 años y débil de salud, la duda es si le va a suceder su multimillonaria hija exembajadora, ex mujer de negocios, ex rockera Gulnara Karimova (parece que en arresto domiciliario, no se sabe si con el beneplácito o no de su padre) o la señora Nazarbayeva, jefa parlamentaria del partido gubernamental. El tiempo lo dirá.


Plov, plato típico de Asia Central
Hablando de cosas más mundanas, queridas madres, no estamos comiendo demasiado. Por una lado el exagerado calor le quita a uno el apetito y solo pensamos en beber (bebidas azucaradas, sobre todo). La comida no es, de todas formas, algo destacable en esta parte del mundo: carne y más carne, especialmente mucho cordero, con un sabor intenso para desgracia de Bego. De lo más nos ha gustado ha sido el plov (una deformación de pilaff, supongo, o viceversa), un plato un tanto grasiento pero muy sabroso a base de arroz, tirillas de zanahoria, pasas y algo de carne de cordero hecho en cazuela de barro. Y a la hora de la cena..., pues una vez se me cayeron los (últimos) espaguetis que acabábamos de cocinar al suelo -suelo lleno de deposiciones ovinas, para más inri-, en otra ocasión se nos acabó la gasolina del hornillo y cenamos una sandía, otra noche fueron unos suculentísimos (ejem) instant noodles... Desastre.

A falta de combustible para el hornillo, cenando sandía con sandía.
Ese ayuno involuntario nos colocó a la par con la población local, en pleno ramadán. Aunque lo cierto es que aquí el ramadán no se sigue con la misma intensidad que en otros países musulmanes y probablemente ni nos hubiéramos dado cuenta de que se estaba celebrando si no nos lo llega a decir alguien. Y eso que Uzbekistán probablemente sea el más musulmán de esta región de Asia Central, incluyendo grupos mas o menos integristas. Para lo bueno o para lo malo, algo tendrá que ver que Stalin cerrara 26.000 mezquitas y que en 1989 en Uzbekistán solo quedaran 80.

Transportando algodón
Pedaleamos casi continuamente junto a campos de algodón. Lo del algodón, el mal llamado "oro blanco", merece una mención. Por de pronto, llama la atención la cantidad de canales de agua que hay por todas partes para regar el sediento algodón. Y cómo se despilfarra esta agua, especialmente teniendo en cuenta que gran parte del país es un desierto. Pero todos sabemos del desastre ecológico del mar de Aral, a punto de desaparecer desde que desviaron el curso de los ríos que lo alimentaban para irrigar los campos de algodón. Los campos generalmente se riegan a base de inundarlos de agua; aunque eficaz, desde luego no es el sistema más eficiente. Y menos cuando, insisto, el país es un desierto...

Venta de algodón
Décadas de monocultivo y la lenta desaparición del mar de Aral, que ha saturado la tierra con sales, no han ayudado precisamente a mejorar el suelo. Con pobres cosechas y precios controlados, los granjeros no pueden pagar ni maquinaria ni mano de obra. Pero el gobierno no les permite alternar el algodón con otros productos. Tiene que ser algodón, todo el tiempo. ¿Solución? En el otoño, la población, niños, jóvenes y adultos, está obligada a trabajar en los campos de algodón (en esta época, tal vez sea porque eran vacaciones escolares, hemos visto muchos niños trabajando en el campo, pero especialmente cuidando del ganado). Esta práctica ha sido condenada internacionalmente y gigantes de la distribución como Wal-Mart han boicoteado los productos confeccionados con algodón uzbeko. El gobierno uzbeko, que siempre lo ha negado, finalmente introdujo una ley en 2009 prohibiendo el trabajo forzado para menores de 16 años (a los adultos que les den, aparentemente). Varias organizaciones denunciaron en 2012 que todavía existía esta especie de esclavitud.

Campos siendo regados al anochecer
Todo comenzó hace unos cien años cuando los rusos introdujeron, y los soviéticos expandieron, una variedad americana del algodón, que les hizo aumentar las cosechas exponencialmente y ser los primeros productores mundiales. Moscú fabricaba prendas de algodón con la materia prima barata de las repúblicas de Asia Central.

El algodón no solo esclavizó a la población, hirió de muerte el Aral y llenó el ambiente de insecticidas cancerígenos, sino que corrompió todo el sistema cuando los políticos empezaron a inflar estadísticas, desviar fondos, etc. Solo cuando un satélite espía captó por casualidad una imagen de campos vacíos donde debía haber cosechas empezó a haber detenciones, ejecuciones y suicidios. Las cosas parece que están cambiando (nosotros hemos visto plantaciones de frutales o trigo, entre otros), aunque poco a poco.

Pero volvamos al trayecto. Ni más ni menos que a Samarcanda, ciudad que aglutina todo el romanticismo de la ruta de la seda, de nombre mítico al estilo de Timbuctú, Mandalay, Cuzco o Aretxabaleta. A diferencia de Timbuctú, Samarcanda no decepciona.

Madraza del complejo de Registan en Samarcanda
Parece que es obligatorio incluir en cada blog en el que se menciona Samarcanda el célebre poema de James Elroy Flecker (1913):

We travel not for trafficking alone,
By hotter winds our fiery hearts are fanned.
For lust of knowing what should not be known
We take the Golden Road to Samarkand.

También Alejandro Magno pasó por Maracanda (así se llamaba Samarcanda por aquel entonces) y dijo aquello de "Todo lo que he oído sobre Maracanda es cierto, excepto que es más bella que lo que jamás había imaginado".

Yo seguramente también dije alguna frase lapidaria similar al ver el apabullante Registan con sus preciosas madrazas, pero desgraciadamente mi biógrafo estaba despis y se ha perdido para los anales de la historia.

Los restos del palacio de verano de Timur, Aq-Saray
Además de Alejandro Magno y Elroy, todo hijo de vecino ha pasado por Samarcanda, incluido el simpático y dulce Gengis Khan, que la arrasó allá por el 1220. Por suerte el emperador Timur o Timerlan decidió hacerla su capital en 1370 y, durante los siguientes 35 años, hizo de ella la ciudad mítica que ahora es.

Y de Samarcanda primero hacia el sur, después al este y después al norte, para entrar a Tayikistán por la frontera abierta a los extranjeros. Shakhrisabz, cuna de Timerlan, estaba completamente en obras, pero todavía pudimos disfrutar de sus templos, madrazas y ruinas varias. Parece que en el futuro va a convertirse en un destino turístico.

Bajando el puerto camino a Shahkrisabz
A partir de ahí comenzó una de las zonas más bonitas y relajadas del país, una región rural, verde, bucólica, "colinosa", con gente aún más agradable y hospitalaria que en el resto del país, que ya es decir. Dejaban sus aperos para saludarte, te invitaban a té, daban media vuelta a sus camionetas para regalarte una de las sandías que transportaban, etc.

Nuestra despedida de Uzbekistán fue una invitación a acampar en un enorme campo de manzanos a dos o tres kilómetros de la frontera. Adivinad qué fruta comimos de postre.

Un abrazo
Incluso fuera del circuito turístico de Bukhara, nos encontrábamos con impresionantes madrazas
"Suzanis", preciosas telas de habitualmente algodón bordadas habitualmente con seda. No cabían en las alforjas...
Con Germán de Girona (www.monkeyonthebike.com), que también viaja hacia el este
Cuando no son una simple jarra en el suelo a la entrada del restaurante/garito, estos son los "lavabos" de Asia Central: un lavabo con un depósito que rellenan cubo a cubo.
Samosas cuadradas, samosas redondas, samosas de media luna, samosas rectangulares... qué ricas son las samosas.
Llamativa la venta de gorros en Khiva, a más de 40 grados Celsius a la sombra. Y es que en esta misma ciudad en invierno las temperaturas son bajo cero....
Rincones de Khiva
Patios de Khiva, cada cual más impresionante
Detalles de Khiva
Khiva al caer la tarde
En Bukhara despidiéndonos de Simón (izquieda), alemán que quiere estudiar en una Facultad de Medicina donde no ha conseguido acceder por nota, con lo que está haciendo tiempo para acceder por edad. Nos lo encontraremos de nuevo en Tajikistán Y Pierre, francés que conocimos en Teherán, con un posgrado en Finanzas recién acabado, dando una vuelta en bici antes de comenzar en el aburrido mundo laboral. Jóvenes con ideas claras, ¿verdad?
Pan casero (es muy típico en Asia Central tener horno en casa y cocinar su propio pan) y yogur casero. ¿Qué más se puede pedir?
Carteles faltones y reflejando muy poco la realidad, siempre son hombres los que se dedican al negocio de lavado de coches.
Samarcanda
Y aquí está el salto. En Samarcanda.
¿Os he dicho que me flipan las cúpulas? Esta, la de un mausoleo de Samarcanda
Turrón uzbeko
Un puesto que visitamos siempre en los mercados, el de los frutos secos. Nuestros clásicos, que encontramos en casi todos: nueces, cacahuetes, orejones, dátiles, y pasas. Almendras y avellanas muy pocas por aquí.
Sombreros uzbekos. Ya veréis los de Kirguistán, nada que ver.
Mercado de Samarcanda. Muy céntrico y muy genuino.
La parte "verde" en una hora tranquila del día.
Un clásico snack de Asia Central: las bolas de yogur. Artesanales, se ven hasta las huellas de las yemas.
Vendedoras de pan con sus carritos. Samarcanda.
Mantis, otro clásico de Asia Central. Una especie de raviolis rellenos de cordero y verduras.
Despidiéndonos de Samarcanda. Im-pre-si-o-nan-te haber llegado en bici hasta aquí.
Lo mejor de los puertos, las vistas (claro: se me ve a mí, dice Hugo).
Barrenderas de Shahkrisabz
Algunos edificios tienen ya aires de otras tierras...
Cuando llevamos varios días acampando, la verdad es que da un poco de "palo" el estado en el que llegamos a ciertos hoteles
Movimiento de mercancías en verano
Algunas mujeres se dibujan una ceja única como algo favorecedor. Y algunas niñas imitan a sus mayores...
Rebaños guiados en este caso por mujeres
Amanecer en Uzbekistán
Niñas recogiendo y transportando la leche al final del día
Vendedora de manzanas
La pesadilla de todo ciclista, cuando por fin toca la cuesta abajo, llena de baches que impiden correr.
Pedaleando a la velocidad a la que se pueden ver... buitres...
Paisajes del sureste de Uzbekistán
Más sureste de Uzbekistán
"El" trapo. Trapo - normalmente de menor tamaño - sobre las mesas de todos los garitos de Uzbekistán, que se usa para t-o-d-o. Con él llega el camarero y limpia la mesa. Con él llegan los comensales y se limpian las manos y los morros. Y no se cambia!!
Pastorcillos
Porta-sandías
Haciendo amigas en un pueblo del sureste de Uzbekistán
¿Qué hacer con los dineritos que sobran de un país antes de cruzar la frontera? ¿Con lo complicado que suele ser cambiarlo? Irse al mejor restaurante de la última ciudad/pueblo y darse un homenaje. Platazo de plov. Vergonzosamente, no pudimos con él.
De lujo alojados entre manzanos. De lujo nos han tratado y hemos estado en Uzbekistán. Gran país.



3 comentarios :

  1. ¡La vendedora de manzanas me ha llegado al corazón! ¡Qué fotos! Sé que me repito pero es que me encantan.
    Hace poco leía en una revista de viajes cosas de samarkanda. Tienes razón en lo que dices: haber llegado hasta allí en bici es toda una hazaña, también a la ciudad anterior, pero es que Samarcanda es lo que es...
    De la revista: el 22 de mayo de 1403 González de Clavijo, embajador español de Enrique III, partió del Puerto de Santa María (Cádiz) en compañía de un fraile y un escudero, y luego de pasar por Rodas, Constantinopla y Trebisonda, desembarcó allí para proseguir su viaje por tierra a través de los actuales Turquía, Irak e Irán, para terminar penetrando en la Gran Bukaria (actual Uzbekistán) cuya capital, Samarcanda, albergaba la corte de Tamerlán. LLegaron en septiembre de 1404. (casi como vosotros!)
    (Y esto también me llamó la atención): la cripta (mausoleo de Gur-eAmir) acoge los restos de Tamerlán junto a los de su nieto y otros familiares. El sitio donde descansa el conquistador está marcado por una gran lápida de nefrita de Mongolia que lleva inscrito un inquietante augurio: «Si yo me levantase de mi tumba, el mundo entero temblaría». De hecho, el 22 de junio de 1941, el mismo día en que el arqueólogo soviético Mijail Gerasimov exhumaba su cadáver, Hitler invadía Rusia.
    Cuídate, que te veo un poco delgaducho y el salto no te ha quedado tan espectacular.
    besos y besos

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  2. Sois auténticos héroes. Sois mi modelo a seguir. Saludos desde El Puerto de Santa Maria. Mucha suerte.

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