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24 de octubre de 2018

Estados Unidos (1): entrando por Montana

Dejamos Canadá -con ganas de volver- y entramos a EEUU por el estado de Montana. Como durante nuestros recientes viajes habíamos visitado países pertenecientes al "eje del mal" como Irán, Libia, Sudán, etc., EEUU nos exigía un visado. El proceso incluía una entrevista en una embajada americana, entrevista que mantuvimos en Kuala Lumpur. El visado concedido es para diez años, pero la duración de estancia concreta depende del de inmigración cada vez que uno cruza la frontera. Al final, como era de esperar ante gente seria y responsable como nosotros, no hubo problemas y nos concedieron un visado para seis meses, suficiente para el recorrido que teníamos en mente.

Nuestra intención en los EEUU era seguir la ruta de la Gran Divisoria para bicis de montaña, también conocida por sus siglas GDMBR (el atento lector recordará de la anterior entrada que es ese camino que divide el continente entre sus vertientes Atlántica y Pacífica), pero con mucha flexibilidad, aprovechando cualquier oportunidad para meternos en un parque nacional y disfrutar de los magníficos paisajes y vida animal de esta parte de EEUU.

Eureka, nuestro primer pueblo en EEUU.
En un país en el que cada vez es más difícil fumar tabaco (el fumeteo legal de cannabis, sin embargo, está en ascenso), entramos en Montana por el Valle del Tabaco, planta cuyas hojas los indios (o Native-American, si nos ajustamos a los estándares de corrección política) consumían cuando llegaron los blancos (o, por seguir en el mismo tono, Caucasians, sobre todo franceses) por estos lares, pero después se dejó de cultivar, entiendo que desplazándose a tierras más sureñas, tierras a las que "importaron" esclavos negros africanos (origen, obviamente, de los African-Americans) para su cultivo.

Pocos kilómetros después encontramos Eureka, como no podía ser de otra manera, (¡Eureka!) aunque no encontramos ninguna referencia a Arquímedes en todo el pueblo. Tras aprovisionarnos de todo lo necesario en ese gran templo americano, el supermercado -que, por cierto, nos pareció más caro que en Canadá-, acampamos en el parque del pueblo, habilitado para ello pues no había camping como tal. Un cartelito le avisa al confiado campista de que a las 07:30 de la mañana los aspersores de riego se ponen a funcionar. Lo malo es que alguien (o el horario de verano) ha decidido que empiecen a soltar chorros de agua a presión a la nada cristiana hora de las 06:30,... y no han cambiado el cartel. Total, nos despertaron a "aspersorazos" (pensaremos que era un camping con ducha incluida, un lujo) y así nos quedamos, calados para desayunar.

Armados hasta los dientes. Sol, mosquitos, y ahora osos.
Y hablando de parques, comenzamos pronto con las visitas a éstos, en este caso parques nacionales, pues el Glacier National Park está muy cerca de la frontera. De hecho, un poco más al este de nuestro camino hace frontera con Canadá y comparte la gestión de un parque transfronterizo. En la entrada a Glacier National Park (llamado por algunos el "No-Glacier National Park", pues poco a poco sus glaciares van desapareciendo debido a ese cambio climático que su presidente niega), en un popular establecimiento de venta de pasteles de los que huelga decir que dimos buena cuenta, un turista se dejó un espray antiosos y otro, un espray antimosquitos, este último mucho más útil que el anterior. Prefiero pelearme contra un par de grizzlies antes que con los mosquitos del parque.

Por 80$ compramos un pase anual "familiar" (cuesta lo mismo para una persona que para cuatro) válido para todos los parques de EEUU durante un año, una ganga comparado con los 35$ que hubiéramos tenido que pagar por entrar en este parque únicamente.

Fuego, red antimosquitos, espray, goretex... nada podía con los mosquitos.
Ya que menciono el espray antimosquitos, he de decir que los mosquitos nos masacraron en el camping de Quartz pero curiosamente no había ninguno en el camping principal, Apgar, también junto a un lago, también entre pinos. ¿Quién entiende a los mosquitos? De uno a otro camping fuimos por una zona vedada a los vehículos y que nadie parece visitar... pero tampoco vimos osos, solo sus deposiciones, repletitas de semillas de arándanos. Arándanos de los que también dimos buena cuenta a riesgo de despertar las iras del algún oso.

Sin demasiada creatividad y con una cierta carga de metonimia, los primeros exploradores españoles bautizaron a esta gran extensión septentrional montañosa "Montaña del Norte", de donde obviamente viene el nombre actual de Montana. Lo que ocurre es que la mayor parte del estado, de hecho toda su zona este, no es montañosa..., pero bastante tenían los españoles con explorar estas inhóspitas tierras entre indios y animales salvajes como para fijarse en esos detalles. En cualquier caso, Montana es la quintaesencia del paisaje rural del salvaje oeste americano: grandes (enooormes) espacios abiertos, praderas, montañas, bosques, ranchos con casas de madera, con sus característicos graneros y con bandera americana (banderas americanas hasta en la sopa, la verdad), cochazo o camioneta inmensa en el garaje, junto a una enorme caravana... Absolutamente todo es grande, tridimensional como diría alguna amiga. Aparentemente se puso de moda entre las estrellas de Hollywood el tener un rancho en las Rocosas y de vez en cuando se ven auténticas mansiones.

El bus/casa con moto atrás que tira del coche con bici atrás y canoa encima.
Y no es la excepción.
Sus carreteras también son la quintaesencia de lo americano. Continuamente nos cruzamos con autobuses caravana (no de transporte, sino de turismo para uso privado, mejor ver una foto para saber a qué me refiero) o caravanas, que, no contentos con su inmenso tamaño, arrastran una enorme camioneta 4x4, que a su vez arrastra una barca. Entre uno y otro puede haber moto y/o bicis. Se ven todo tipo de juguetes en las carreteras americanas: motos de todas cilindradas, motos-triciclo, coches-triciclo, caravanas, autobuses/caravana, coches antiguos, 4x4, quads, camionetas elevadas, etc.

¡Y es que las Harley Davidson vienen hasta en triciclos!
Mención aparte merecen los moteros de esas enormes (sí, me repito, pero es que realmente todo es enorme) y bruñidísimas Harley Davidson, todos ellos disfrazados de "moteros del infierno", con cuero, tatuajes, banderas americanas ondeando al viento, la mayoría sin casco (y sin pelo, esto es, friéndose la sesera), entrados en años y en kilos. Algo positivo es que se ven bastantes mujeres conduciéndolas..., la gran mayoría de ellas con la misma estética que ellos (eso sí, con pelo). Más de un motero lleva también, bien como bandera o como pegatina, la bandera de Gadsden: una bandera revolucionaria histórica (1775) de los EEUU, de color amarillo con una serpiente cascabel enroscada en posición defensiva y el lema "Dont tread on me", o "No me pisotees", que viene a querer decir "No te metas conmigo". Aunque en un principio era la representación de una postura defensiva frente a cualquier opresión (la serpiente cascabel solo ataca si es atacada), con el tiempo ha pasado a ser el símbolo de la libertad individual ante cualquier intervención de quien sea, incluso de tu propio gobierno. No es de extrañar que haya sido tomada como símbolo por el Tea Party.

Primer periódico que tuvimos en nuestras manos. Armas accesibles a tutiplé.
Aunque son pocos (apenas llegan a un millón de habitantes en un estado de 380.000 km2, esto es, del tamaño de Japón, que tiene casi 130 millones), gente hay para todos los gustos. Yo diría que esa es una de las primeras conclusiones a las que llega cualquier viajero a Estados Unidos: que esos clichés tan manidos sobre este país (incultos, simples, fanáticos, conservadores, pro armas, pro pena de muerte, racistas, etc.) tienen un recorrido limitado, reflejando solo una parte de, por qué no decirlo, este gran país, diverso como pocos. Montana es sin duda un estado eminentemente conservador, que votó por Trump (mejor no hablamos de política), religioso, amante de las armas, de la libertad individual (no son obligatorios ni el casco en la moto ni el cinturón de seguridad en los coches; si te quieres estampar en un accidente y dejar esparcidos tus sesos por el asfalto, allá tú) y seguramente de la pena de muerte, todos ellos temas tabú que hacemos lo posible por no tocar. También tiene su grupillo de rednecks, esos catetos provincianos que te sacan el dedo medio a pasear, en una señal de todo menos amistosa, en cuanto te ven circulando por "sus" carreteras. Y, claro, también ves los cowboys y cowgirls, con toda la parafernalia necesaria: botas camperas, blue jeans, cinturón de gruesa hebilla, camisa a cuadros abotonada hasta el gaznate y sombrero vaquero.

Se bajan de su vehículo, te preguntan cuatro cosas, y claro, como todo el
mundo sabe que los ciclistas nos alimentamos de cervezas... je, je.
Pero también tiene su grupo de liberales, más o menos avergonzados por la deriva populista que está sufriendo su país, y que no pierden oportunidad para asegurar que ellos no votaron por Trump. También te encuentras a unos cuantos hippies marihuaneros y, sobre todo, a los locos por los deportes al aire libre, asiduos a la vida de la montaña, que tienen en este estado un enorme patio en el que jugar. Sean del pelo que sean, en su gran mayoría son gente abierta y afable, generosa y curiosa, dispuestos a entablar conversación con el primer sudoroso ciclista que se les cruza por el camino, a ayudarte si es preciso o a invitarte a una cerveza.

Súper Tom y súper taller que tenía.
Uno de ellos es Tom, un antiguo piloto de B52 de las fuerzas aéreas, octogenario y republicano, con un hijo gay arrejuntado con un Native-American, hijo que cultiva marihuana comercialmente... en la huerta de Tom. Todo muy curioso y si el conservador padre ha llegado hasta los 85 con ese panorama familiar tan ajeno a sus ideas, tan conservador no será. El caso es que Tom, aficionado a las bicis y a su construcción y cuya casa está junto a la ruta GDMBR, permite acampar gratuitamente en su jardín a todo ciclista que pase por delante de su casa. Sin aviso previo ni nada: pasas al jardín, saludas y te quedas. No solo eso, sino que Tom se presta a reparar la bici del ciclista de turno en su bien dotado taller; en mi caso me reparó la maltrecha pata de cabra trasera de mi bici. Buen tipo, este Tom.

En toda la zona abunda la vida salvaje y, por tanto, los cazadores. No todos los animales están disponibles para su caza; por ejemplo, el león de montaña está protegido, pero de acuerdo con Tom, siendo esto Montana, no hay protección que valga: si te molesta, sacas el rifle y te lo cargas.

La cárcel de Ovando donde dormimos.
En el populoso Ovando (81 habitantes) dormimos en la cárcel. En una antigua cárcel, se entiende, que los del pueblo abren para que los cicloturistas duerman en ella. Se llama el hoosegow (pronúnciese "husgau" con h aspirada), que viene del español "juzgado". Si te da mal rollo, siempre puedes plantar la tienda en el parque gratuitamente. Llama la atención que la influencia española llegara tan al norte. Así, por ejemplo, fueron los españoles los que llevaron los caballos a Montana allá por el año 1700. Uno se pregunta cómo se trasladaban hasta entonces los indios, esos que en las películas parecen centauros de tan cercanos que están a sus caballos.

Reencuentros. De Mongolia a Lincoln, y de Lincoln a Helena.
El paisaje, montañoso, boscoso y con unos cuantos lagos, no es tan espectacular como el de la graníticamente abrupta provincia canadiense de Alberta, pero sigue siendo una pasada. A pesar de la enormidad del lugar y de lo vacío que está, en Lincoln nos encontramos por pura casualidad ("Mmmmh, yo a ti te conozco de algo") con una pareja con la que habíamos coincidido dos años antes en Mongolia, Misha (ruso/americano) y Sylvia (suiza), que viven en San Francisco. El mundo es un pañuelo.

En Helena, la grandiosa capital de Montana (con 30.000 habitantes, menor que cualquier villorrio chino), nos alojamos en casa de una Warmshower, Melinda, que, a pesar de sufrir todo tipo de enfermedades en carne propia o en la de sus familiares cercanos, ahí estaba con una sonrisa y con ganas de hacernos scones para nuestros desayunos o una pedazo tarta de chocolate para celebrar nuestros cuatro años en ruta. No deja de sorprenderme la generosidad de esta gente. Tanto es así que nos acabamos quedando tres noches cuando en un principio solo íbamos a estar una.

Con Fernando y Veronika, escapando de los incendios.
En esta ciudad habíamos quedado con Fernando y Veronika, dos cicloviajeros, él de Basauri y ella rusa/lituana, que llevan en la carretera prácticamente desde el mismo tiempo que nosotros y a quienes habíamos conocido en Camboya. Resultó divertido y agradable pedalear con ellos durante unas semanas en dirección sur.

Las últimas etapas de Montana antes de llegar a Wyoming y Yellowstone en compañía de Fernando y Veronika fueron calurosas y con fuerte viento (en contra, claro). El humo de un incendio cercano (a unos 25km de distancia), había oscurecido el sol, mientras las cenizas, confusamente parecidas a copos de nieve, caían suavemente sobre nuestras tiendas y nuestras cenas. Esa noche dormimos con todo recogido por si el incendio avanzaba y había que salir en volandas. Al final el viento se calmó y el frío nocturno aplacó algo el fuego. Fueguecitos a nosotros...

Un abrazo
¿Y cómo se elige por dónde pedalear en Estados Unidos? Pues a pesar de que hay rutas preestablecidas por todo el país, cuando ves este mapa de la Wilderness Society indicando dónde están las áreas "salvajes" (en verde claro y oscuro), lo tuvimos claro, íbamos a recorrer el oeste del país.

Con todo el espacio que tienen por estas tierras, una afición que desarrolla más de uno es la de coleccionar vehículos antiguos en sus terrenos, algunos realmente bien restaurados.
En las películas americanas y en sus noticias vemos la presencia constante de policía, y no dudo que así sea en las grandes ciudades. Pero los estados por los que hemos pedaleado, apenas tenían presencia policial.
Una constante sí que ha sido las consultas de quiropráctica, están en todas partes.
Y las maquinarias de riego.
Y las referencias a Jesús.
Y a los veteranos, agradeciéndoles su labor.
Los carteros no llegan a todas partes, y es curiosa la agrupación de buzones hasta el punto donde llega el cartero.
EEUU ha sido nuevamente tierra de acampada y de tirar de hornillo, lo que no tiene porque estar reñido con comidas aburridas, y cada día nuestra avena, nuestro arroz y nuestra pasta se ven más "glorificados". Cuánto daño hace instagram, ¿eh?
Montana, estado de osos. Aunque realmente nos han acompañado hasta la frontera de México, habiendo presencia de osos en los cinco estados por los que hemos pasado.
Un tramo del parque nacional Glacier tuvo su "cosa", ya que fueron 30 km por donde no circulaban coches ni peatones. Estábamos solos, las bayas estaban todas maduras (dimos cuenta de ellas) y las deposiciones de los osos fresquitas. En un momento dado me pareció ver uno a unos 20 metros en el bosque, pero Hugo y el espray antiosos me sacaban ventaja, así que me limité a mirar al frente y seguir hacia adelanta, concentrada en que no me estallara el corazón.
En los parques nacionales de Estados Unidos no apagan los fuegos a la primera, sino que dejan que esos fuegos sean los que regeneren los bosques, y así, pasamos por más de una zona que había sido arrasada por el fuego.
Un jovén "elk". Un hermoso ciervo que se puede ver en las Rocosas.
El lago McDonald es el mayor del parque nacional Glacier y se encuentra en un valle glacial. Los campings de este parque como de muchos en Estados Unidos, tienen ya muchos años y no han sido renovados, con lo que no hay duchas, así que nos tocó probar sus gélidas aguas.
No os coso a fotos de flores, que tengo decenas, porque muchas eran nuevas para nosotros, y porque hemos tenido la suerte desde junio a octubre, a pedalear entre flores todos los días, incluso en las zonas más áridas. La de la foto es una bear-grass (Xerophyllum tenax)
En el Glacier National Park el objetivo era hacer algún trek, y nos decidimos por el Highline Trail, una caminata que acabó siendo de 18 kms, muy recomendable. El camino arrancaba en la repisa de una pared vertical conocida como la Garden Wall. No para aquellos con miedo a las alturas.
Las vistas sobre el parque a lo largo de toda la ruta eran espectaculares. ¿Veis a Hugo abajo a la derecha?
Y las vistas en el camino mejor aún si cabe. Arriba a la izquierda un chipmunk o ardilla rayada (tamias), a la derecha un ciervo, abajo a la izquierda una marmota canosa (marmota caligata), que todas las mañanas van de madriguera en madriguera haciéndose visitas unas a las otras, y a la derecha un urogallo que nos deleitó con un cortejo a una hembra que pasó de él olímpicamente. También vimos cabras montesas y ciervos de cola blanca, pero los osos de nuevo, esquivos. A las dos semanas un chico que sigo en Instagram hizo esta ruta y se dieron con un oso...
Lo mejor del trek fue un desvío a un collado desde donde ver el glaciar Grinnell, tristemente en recesión. De los 150 glaciares que había en este parque hace no tantos años, solo quedan 25 que se estima desaparecerán en las siguientes dos décadas.
Establos de Montana.
Sobrecogedora la hospitalidad para con los ciclistas en muchos lugares de Estados Unidos. En la foto habíamos llegado a un puerto, y dimos con esta señal y siete millas más tarde con la cabina para ciclistas en cuestión. 
Encuentros en la carretera: Silas, un joven americano en monociclo (SilasUnicyles en facebook), debajo Alaine y Paul del estado de Washington, arriba a la derecha el americano Chris tres años en ruta (@pedaltothemetal en facebook), los argentinos Sergio y Aldana en furgo por todo el continente (@siganmelosbuenos en facebook), y Albert un chico catalán haciendo parte de la Gran Divisoria).
Curiosidades. Una pequeña librería en un jardín donde intercambiar libros. En Helena.
A ambos lados de la foto Fernando y Veronika, tras casi un año de habernos conocido en Camboya. La tercera por la izquierda, súper Melinda, un amor de persona, y a la derecha de Hugo Monique, una belga que se había arrancado este año en la comunidad de warmshowers y había cogido carrerilla. Y sobre la mesa, la mejor tarta de chocolate que hemos comido en el viaje, hecha expresamente por Melinda para nosotros. ¿Se puede ser más maja?
Melinda nos llevó en Helana a visitar el mercado de los sábados, donde solo pueden vender agricultores de la zona. Entre ellos había un puesto muy concurrido, regentado por huteritas. La leyenda dice que no van al colegio -desconozco si es cierto- y era divertido verles contar con los dedos.
Arco de entrada a una propiedad hecho con esquíes, con perro y todo custodiándolo. Cuando el paisaje se hacía monótono, siempre teníamos con que entretenernos.
Sharon y Bryan nos dejaron poner las tiendas en su garaje y disfrutar de su compañía dos noches. Tenían dos hijas, la mayor a punto de comenzar la universidad, y con ella aprendimos lo complejo que es buscar financiación para los estudios. Ahorros propios, lo que aporten tus padres, becas, donaciones y préstamos. ¿Donaciones? Sí, había solicitado varias y conseguido algunas de ellas. Repartidas por familias que por una u otra razón perdieron algún hijo y cada año donaban para la educación de extraños. Una de ellas la había conseguido comprometiéndose a no probar el alcohol en su primer año de universidad. Curioso, ¿verdad?
Para una cena Veronika nos preparó una sopa Borsch versión Veronika para chuparse los dedos, así que os dejo la receta porque estaba francamente rica: kefir, remolacha hervida cortada en tacos, pepino pelado en tacos, huevo y patata cocidos en tacos, eneldo y cebollino finamente picados, y sal al gusto.
Virginia City, hoy en día un pueblo fantasma que revive los meses de verano.
Un nido de osprey, ese águila pescadora tan presente en estos estados.

2 comentarios :

  1. esto es genial. Estoy haciendo la vida incorrectamente.

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    1. Bueno, tú no te lo montas mal del todo... Más bien al contrario

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