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8 de septiembre de 2018

Australia (3): vuelta a la civilización

El Mawson trail es otra preciosidad de camino que recorre el sureño estado de Victoria. Transcurre por una zona inicialmente minera y posteriormente agrícola, entre montañas y valles, con angostas gargantas cuajadas de árboles goma. Árboles que se llaman así no sé muy bien por qué, porque no es que sean elásticos, más bien al contrario: sus enormes ramas se parten sin avisar, así que no es recomendable acampar bajo ellos. Lo malo es que los de turismo no le enseñan a uno una foto del árbol goma y hasta que te enteras de cuál es, no te atreves a acampar bajo ningún árbol desconocido. En mi caso, prácticamente todos.

Algunas de las minas de la zona se llevaron la riqueza casi sin avisar. El pueblo de Leighton Creek fue desplazado de su emplazamiento original para explotar una enorme mina de carbón que, mira tú por donde, estaba justo debajo. Mala suerte. O buena, según se mire, pues les hicieron un pueblo nuevo con unas infraestructuras que ya las quisieran pueblos de más entidad. Pero un buen día se terminó el carbón -o ya no lo quisieron más, no lo sé-, y casi todos los currelas se largaron por donde habían venido, dejando atrás un pueblo fantasma, con esas estupendas infraestructuras vacías. Afortunadamente para nosotros el supermercado había decidido permanecer en el pueblo y, necesitados como estábamos tras las penurias del Oodnadatta trail, pudimos comprar comida. Pero el invierno en el sur de Australia no es baladí y, tras una primera noche a cero grados en la tienda de campaña -y nada menos que sesenta noches seguidas acampando- decidimos que la segunda nos la íbamos a pasar en un hotel con una cama y buena calefacción. Somos débiles, ya lo sé.

Primero se quedaban anonadados mirándonos, y luego se alejaban corriendo.
Seguimos nuestro camino hacia el sur acompañados por canguros y emus, pero nos seguía llamando la atención la cantidad de aves que hay. Los simpáticos periquitos compiten con la risa maníaca de las kookaburras, mientras las urracas se mantienen atentas a nuestros movimientos (aparentemente en primavera, cuando anidan, las urracas atacan a los viandantes) y un montón de otros bichos alados de nombre desconocido pululan por el cielo, creando una sinfonía difícil de obviar.

Más adelante, en la zona de Nilpena en los Flinders Ranges, nos encontramos con otros bichos, pero un poco más viejillos. En concreto, unos 550 millones de años, ahí es na. Son fósiles, de una tremenda importancia científica pues rellenaron un hueco de la historia del mundo digamos vivo, hasta entonces ignorada. Y hablando de ignorancia, los fósiles serán muy importantes, pero a nosotros lo que más nos gustó fue el paisaje, muy "dramático", anglosajonamente hablando.

Este recortado paisaje se fue suavizando y se fue haciendo más rural, con mucho cereal y, ya más cerca de Adelaida, mucho vino. Lo del vino, la verdad sea dicha, está un poco fuera de lugar en esta parte del mundo. Viñedos con ovejas, bien; viñedos con vacas, vale; pero viñedos con canguros, en fin, como que no pega mucho. Y ya si le pones algún emu cerca, resulta muy raro, ¿no?

El tiempo no acompañó entre los viñedos.
De cualquier manera, los que nos tocó ver son unos viñedos que yo tildaría de humildes, nada que ver con las palaciegas mansiones de Francia, las bodegas de diseño de España, las grandes haciendas sudamericanas o incluso las pulcras casonas sudafricanas. Aunque parece que otros valles vitinícolas australianos son más lujosos, en esta zona concreta todo es más de andar por casa. Por lo menos exteriormente, pues cada vez tenemos (o, por lo menos tengo) menos interés por el vino y no visitamos ninguna bodega por dentro, no fuera a ser que nos obligaran a beber sus caldos. Además, estando en el hemisferio sur, seguro que a uno se le sube antes a la cabeza (buenísimo el chiste, eh?).

La llegada a Adelaida. Un shock tras casi tres meses por el "campo".
Y por fin, tras más verdes colinas y algún estupendo descenso, Adelaida y el mar. ¡Habíamos cruzado Australia de costa a costa! Es Adelaida, la capital de Australia Meridional, una tranquila ciudad -algunos dicen que aburrida-, con muchos, muchos parques, aún más iglesias, interesantes museos y unos cuantos edificios notables en su zona centro, además de bastante vida multicultural en sus calles peatonales, cuando menos en horas "cristianas". Vida multicultural, además, pues Australia dejó hace tiempo de ser ese enclave blanco anglosajón en las antípodas para estar bien enraizado en Asia.

Visitamos de todo un poco y nos dimos nuestro pequeño baño de cultura y costumbres, pero no me avergüenza decir que donde realmente pasamos tiempo fue en su bien surtido mercado, en concreto en las secciones de quesos y pastelería, un espectáculo tras tantas semanas por el árido desierto australiano.

Como el tiempo apremiaba (nuestro visado expiraba a los tres meses) y el clima no acompañaba (el invierno australiano por estas latitudes no tiene nada que envidiar a los inviernos centroeuropeos) decidimos viajar en tren hasta Melbourne.

El centro de Melbourne.
Si Adelaida parece multicultural a los ojos de un ñoñostiarra, Melbourne es como la ONU en sesión plenaria. La zona en donde nos alojamos estaba cuajada de restaurantes somalíes, etíopes, indios, chinos y hasta algún italiano e irlandés despistado. Las calles del centro son un alarde de variedad étnica, comercial y culinaria. Da gusto pasear y ver gente..., aunque daría más gusto hacerlo en una estación del año algo más calurosa. Habrá que volver.

Conseguimos empaquetar y meter las bicis en un taxi al aeropuerto, desde donde volaríamos a Vancouver vía Beijing en un vuelo de esos absolutamente interminable. Una vez en el aeropuerto de Melbourne, el de facturación nos dejó un tanto helados al preguntar "¿Tenéis la autorización eTA para visitar Canadá?" Habiendo viajado en el pasado a ese país en unas cuantas ocasiones sin necesidad de visado, permiso o autorización
Yes! Que meter la bici de Hugo en una caja estándar no es moco de pavo...
ninguna, ni siquiera habíamos indagado esa posibilidad. Cuanto más viajas, más relajado (o inconsciente) se vuelve uno. Por suerte es un permiso que se puede cursar online y que se otorga de inmediato a las personas de historial y aspecto probo, elegante y responsable. Huelga decir que Bego recibió el suyo en un par de minutos y pudo facturar hasta Vancouver. En mi caso, que no reúno ninguna de esas condiciones, los canadienses se lo pensaron más, así que solo pude facturar hasta Beijing, confiando en poder recibir la autorización mientras volaba. Así fue y tras tropocientas horas de vuelo y cambio de fecha incluido, llegamos a Canadá un tanto perjudicados pero sanos y salvos.

Un abrazo
El campamento ya recogido en el barranco de Parachilna. Resultaba amenazador plantar la tienda entre estos gigantes "gum trees" después de que nos advirtieran del peligro de rotura de sus ramas sin previo aviso.
Con lo cortos que eran los días el anochecer siempre nos pillaba rodando, a nosotros y a estos otros.
Hicimos el "Mawson Trail" en versión "aquitanagustito". Es un camino que convierte los menos de 500 km por carretera asfaltada de Blinman a Adelaida en 900 km por senderos/pistas/carreteras sin asfaltar. Está recomendado para bicicletas de montaña, pero los tramos que elegimos pudimos recorrerlos sin problemas.
Encuentros cercanos. ¡Qué animal tan extraño cuando lo observas detenidamente de cerca! En una ocasión, un individuo bastante grande se quedó atrapado en una alambrada por la que trataba de cruzar huyendo de nosotros, y tuvimos que ir a su rescate. Nos bufaba como loco mientras conseguimos desenroscarle la pierna, y luego se quedó inmóvil y probablemente confundido, al otro lado de la valla.
La primera cordillera del Mawson Trail fue la de los Montes Flinders, una sierra de más de 400 km.
Vista desde el mirador Razorback.
Como veis por la abundancia de plumíferos quizá no era la mejor época para hacer el Mawson Trail pero no éramos las únicas. A la derecha dos hermanas australianas que a pesar de tener marido e hijos, se liberan una semanita todos los años para hacer un viaje en bici. Y a la izquierda una pareja de americanos, que se estaban tomando dos años sabáticos en bici, y habían arrancado por Australia.
¿Veis el pico sobre la cabeza de Hugo? El Pico Santa María, el más alto de los montes Flinders.
Había que subirlo para ver el Wilpena Pound, un anfiteatro natural en forma de hoz que cubre casi 80 kilómetros cuadrados.
Es otro monte considerado sagrado por los aborígenes quienes piden que no se suba. Así como respetamos sus deseos en Uluru, en este caso no lo hicimos. A pesar de ser fin de semana y hacer buen tiempo, apenas cinco personas llegamos a la cumbre aquel sábado, y todas lo hicimos con respeto.
Las formaciones de esta zona nos dejaban con la boca abierta.
Pues yo no conocía los emus, esa especie de avestruz australiana. Si se asustanban y salían corriendo no había manera de alcanzarlos. Estos bichos alcanzan los 50 km/hr. En el libro de Bill Bryson aprendí que hasta el ochenta por ciento de las plantas y animales de Australia no existe en ninguna otra parte. Ahí es nada.
Bye bye Pico Santa María. Con agujetas y el plumi, hacia el sur seguíamos.
Arkana Hill detrás.
Elder Range detrás, despidiéndonos de los montes Flinders.
Vuelta al asfalto.
Y vuelta a las terroríficas señales.
En el sur se complicaba más acampar por libre. En este caso lo hicimos junto a una señal de "no camping", pero montamos la tienda al anochecer y recogimos de madrugada. Batimos récord con nuestras 60 (¡SESENTA!) noches consecutivas durmiendo en la tienda de campaña, difícilmente lo batiremos de nuevo.
Las vacas que más vimos fueron éstas de cara blanca, ¿Hereford?
Y continuábamos viendo molinos de viento de ruedas de metal. Era exactamente como lo describía Bill Bryson, un mundo olvidado, mágicamente conservado. Según él, como el Medio Oeste americano de hace un porrón de años.
Penúltima escapada por pistas antes de Adelaida.
Las bajas temperaturas y la mayor presencia de tiendas mejoraron nuestra dieta, y ya podíamos llevar en las alforjas cosas frescas y disfrutar de salmón con queso fresco, o camembert con humus en medio de una jornada de bici.
La estación de tren de Quorn de 1879 que ha visto muchos cambios, y que a día de hoy aún sirve de estación de trenes de vapor y diesel turísticos, el ferrocarril Pichi Richi.
Y última zona de pistas. Mil ganas de llegar a la civilización y dos mil de no dejar todo "esto". A esta parte los australianos se referirían como el "bush", todo lo que es vagamente rural. Y a partir de un momento sin determinar el "bush" se convierte en "outback". Osea, del mar entras en las ciudades de la costa, de allí pasas al bush, de ahí al outback, unos 3.000 km más allá vuelves al bush, después te encuentras en otra ciudad, y detrás el mar de nuevo. Fácil.
En el "bush" cercano a Adelaida vimos montones de ovejas.
Preocupados por todos.
La zona rural del sur de Australia y sus suaves colinas.
Vimos dos zonas vitivinícolas. El valle Claire y el valle Barossa.
Paisajes del sur centro de Australia.
Por más de una pista hubiéramos tenido problemas con lluvia, pero afortunadamente no fue el caso.
"Barossa fue colonizado por granjeros alemanes que iniciaron una industria vinícola en Australia. Hoy en día los australianos son uno de los pueblos más entendidos en vino, pero es bastante reciente. Una historia que se cuenta a menudo es que el experto en vinos británico Len Evans, en una visita al país en los años cinucenta, pidió un vaso de vino en un hotel de pueblo. El hotelero lo miró fijamente un momento y preguntó: "¿Qué pasa? ¿Es usted maricón?". Aunque ahora los vinos por los que se conoce a Barossa sean famosos -Chardonnay, Cabernet Sauvignon y Shiraz- no hace mucho, hasta los años ochenta, el gobierno pagaba a los viticultores para que arrancaran las cepas de Shiraz y produjeran el dulce y pegajoso Rieslings". Bill Bryson. Pero vamos, que el valle de Barossa era muy turístico, y lo dejamos rápidamente atrás.
De vuelta a la civilización. Dicen que Adelaida es la ciudad olvidada. Bien considerada pero en medio de la nada, luego no muchos australianos la visitan. El centro es hermoso y lleno de restaurantes, pubs y cafeterías de lo más animados. Pero nuestro favorito sin duda el mercado. Cuánto gusto junto.
Cafetería del mercado de Adelaida.
Tienda de quesos del mercado de Adelaida.
Quizá tras cuatro años fuera de casa nos asombren las cosas más tontas. Pero ver en el hall de una iglesia esta tableta con ranura para tarjeta bancaria para poder hacer tu donación, nos dejó muy sorprendidos. ¿O quizá prefieras vía PayPal?
Adelaida está llena de parques e iglesias.
The Art Gallery of South Australia.
Un detalle de uno de los trabajos que encontramos en la galería de arte aborigen.
Hubo que recurrir a una peluquera china para permitirse un corte de pelo a precio viajero. Esta tenía 53 añitos y no callaba. Que había sido contable pero que se aburría frente al ordenador, así que había aprendido peluquería y venga.
The Overland fue el tren que nos llevó de Adelaida a Melbourne. La historia del ferrocarril en Australia tiene su coña. Pero dejo que Bill Bryson os lo cuente. (...) Por varias razones misteriosas relacionadas con la desconfianza y envidia entre regiones, los ferrocarriles australianos tenían varios anchos de vía. Nueva Gales del Sur tenía vías de metro y medio. Victoria optó por un ancho más cómodo de 1,60. Queensland y Australia Occidental decidieron economizar con un ancho de 1,10 (similar al de las atracciones de feria; la gente debía de ir con las piernas colgando de las ventanas). Australia Meridional tuvo la gran idea de aceptar las tres. En los viajes entre las costas este y oeste los pasajeros y las mercancías tenían que cambiar cinco veces de tren, en un proceso enloquecedor y tedioso. Finalmente la cordura se impuso y se construyó una línea nueva.
Por fin en Melbourne. Vista de los rascacielos detrás del Queen Victoria Market.
Otro mercado lleno de gusto y productos de delicatessen.
El café es algo en Melbourne. En realidad en todo Australia, y lo pillas desde el primer momento en que ves que los precios van de 5 a 8 dólares australianos (3-5 euros). En este puesto del mercado presumían de tomarse su tiempo para preparar tu café, y de filtro tenían tan solo tres, de Ruanda, Brasil y Bolivia, con unas descripciones de lo más atractivas (honeycomb and nougat with roasted almonds and a creamy mouthfeel). No sé yo si triunfaría en Donosti...
Con Hugo lo que triunfó fueron los borek, esas empanadas de las que tanto disfrutamos por los Balcanes.
El tranvía de Bombardier (fabricado en Melbourne) circulando frente a la catedral de St Paul.
Una vista cuasi nocturna de Federation Square, una plaza que tuvo su controversia cuando se construyó, en 2001, y que fue muy apreciada por diseñadores pero no tanto por el público en general. Nosotros la vimos siempre vacía a pesar de estar en pleno centro de la ciudad.
Nos alojamos cinco noches en un Airbnb del barrio de Newmarket / Flemington, que tenía curiosos edificios de otro pasado.
¿Dónde está Wally? La estación de Flinders, el lugar más concurrido de todo el centro de Melbourne.
Y cómo no nos dimos una vuelta en bici por el sur de Melbourne. En esta foto se aprecia a la izquiera la torre Eureka de 297 metros de altura.
Lo mejor del barrio de Fitzroy, los grafittis.
Se olía el dinero en este barrio. Negocios independientes en vez de cadenas, casas cuidadas, buenos coches...
Pedaleando junto a la Royal Exhibition Building. Lo que tuvo que ser este edificio cuando se inaguró en 1880.
En todos nuestros viajes nunca habíamos encontrado un sistema de transporte tan enrevesada y endemoniadamente complicado como el myki. Ni con horas de estudio logramos entender cómo funcionaba su sistema de tarifas, ni cuando teníamos que pasar la tarjeta por el lector y cuando no. Dónde se compraba, dónde se rellenaba, y todo para esperar media hora en medio metro de asfalto entre dos carriles un viejo tranvía que supuestamente pasaba cada diez minutos. Mucho campo de mejora.
Cuando se hace turismo en días de mucho frío se acaban visitando lugares como éste, la biblioteca central de Melbourne, calentita.
China Town en Melbourne.
Nos habían advertido del incremento de vagabundos en las calles de Melbourne y efectivamente vimos muchos. La principal causa dícese ser el elevado coste de la vivienda y la falta de viviendas sociales.
A pesar de ser invierno y a pesar de ser el casco obligatorio para todos, vimos mucha gente moviéndose en bici. Detrás de esta chica el edificio Building 22, donde está el centro de información de la universidad RMIT. Modernos todos ellos.


12 comentarios :

  1. hace mucho que no vemos el salto de Hugo, ¿que pasa, que te estas haciendo mayor?. Mira que viendo tanto marsupial saltador podías haber hecho un salto en pareja. A ver quien saltaba mas, el animal.....o el canguro ;)
    Igor.G

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    1. Los canguros son animales sensibles y bastante tienen ya como para que venga un vejete como yo y les deje en ridículo en un salto.

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  2. esto es super, disfruté la lectura, ¡gracias!

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    1. A ti por comentar... Ya que no vas a ir a los Andes en una temporada, tendrás que venir a la Península Ibérica a seguir practicando tu español

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    2. ja, me gustaría eso. No puedo decidir entre Sudamérica o Asia Central para el próximo año ... o simplemente dejar de trabajar. Estoy aburrido de trabajar.

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    3. El castellano que se habla en Asia central es peor...,😀

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    4. Me sentiría como en casa entonces ..

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  3. No sé cuánto dinero necesito en el banco para fuck (fuckar? jaja) el trabajo ...

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  4. No deberías erradicar el vino de tu dieta; además de rico y "alegre", las comunidades más longevas y de mayor calidad de vida (Blue zones), consumen mínimo 3-4 vasos semanales. Gran ciudad Melbourne! IRZ

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    1. Si son longevas no será por el vino; está archidemostrado que el alcohol no es bueno para la salud. Hay mucha leyenda (fomentada por los sospechosos habituales) sobre las falsas bondades del vino...

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