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8 de abril de 2020

Desiertos y montañas de Omán (2)


Separados como están por una buena cadena montañosa, históricamente la costa y el interior de Omán han ido bastante por libre, con guerras, desacuerdos, uniones y desuniones entre ambas regiones hasta que, por fin, en 1959 la costa venció con ayuda de los británicos la Jebel War o guerra de la montaña y casi, casi, unificó el país. Para acabar de conformar el Omán que conocemos hoy en día todavía quedaba la rebelde región sureña de Dhofar, junto a Yemen, que se acabó de unir al resto del país -parece que a regañadientes- en los años 70 del siglo pasado. Bueno, lo de unidos es un decir, porque Dhofar sigue físicamente separada del resto de Omán por unos 900-1000 km de puro desierto, una zona seguro que con menos densidad poblacional que Teruel o Soria: la "Omán vaciada".

Si las jornadas anteriores pedaleábamos bordeando el mar, ya sea el Golfo de Omán o el Mar Arábigo, ahora lo hacíamos bordeando el precioso desierto omaní. En un par de ocasiones dirigimos nuestras pedaladas para adentrarnos en él y disfrutar de ese mar de arena. Por suerte, bien hay poblaciones que tienen el desierto encima y basta con pedalear por las calles del "extrarradio" para sentirse en el desierto, bien hay carreteras asfaltadas que cortan por el medio de las arenas del desierto durante varios kilómetros y uno puede verse prácticamente rodeado por arena sin necesidad de empujar nuestras pesadas bicis por ella, solo lo justo para separarnos unos metros de la carretera y acampar entre dunas. Estas espectaculares montañas de arena pueden llegar hasta más de cien metros de altura (en algún sitio he leído hasta 300 m) y con Google Earth se ve cómo todas están dispuestas en líneas regulares de norte a sur, desplazándose por efecto de los vientos hacia el interior unos diez metros al año. Como si en la vecina Arabia Saudí no tuvieran suficiente arena ya.
Aldabas a primera vista iguales, pero de sonidos diferentes.
Esta es zona conservadora, tradicional y religiosa, con muchas mezquitas por todas partes, además de fuertes y casas fortificadas. Se llega al extremo de que las puertas de las casas antiguas tengan algo que ya vimos en Irán: aldabas distintas para hombres y mujeres, para que quien vaya a abrir la puerta sepa a qué atenerse. Imaginaos que la casera no se ha tapado la punta de la nariz, abre la puerta y se encuentra a un hombre. ¡Horror, deshonor, oprobio, ignominia! En fin, es bastante enfermizo lo de esta gente, aunque en otros aspectos de la vida esa misma gente sea tan estupenda. Así que por aquí aún se ven menos mujeres que en el resto de Omán, ni en la calle, ni en los restaurantes (siempre hemos visto vacías las secciones para familias, separadas del resto del restaurante) ni en las tiendas tradicionales, en donde son los hombres los que atienden y los que compran. En los grandes hipermercados como Lulú o Carrefour es otra cosa y hay cajeras y dependientas, pero eso sí, bien tapadas, no nos vayamos a desmayar.

Echaremos de menos, por cierto, nuestro hipermercado favorito, Lulú, en donde, bastantes noches antes de acampar nos pertrechábamos de hummus, baba-ganoush, jebne, labneh, sambousek, samosas, falafel, panes ricos, frutas y verduras de todo el mundo..., y algún que otro engordante bizcocho, que para algo estábamos pedaleando día sí y día también.

Aal-Hamuda, el fuerte de Jalan Bani Bu Ali, pendiente de ser renovado.
Bien para protegerse de las agresivas tribus vecinas o de todo aquel que pudiera pasar cerca de Omán con más o menos aviesas intenciones, fueran estos navegantes persas o portugueses, este país es una de las naciones más fortificadas del mundo, cuando menos en relación a su población. Hay más de 500 fuertes o castillos diseminados por su geografía; es difícil encontrar alguna ciudad o pueblo que no tenga al menos un fuerte o una torre de vigilancia. Generalmente los fuertes son grandes estructuras de ladrillos de adobe -del árabe al tob o barro- o, en menor medida, piedra. Imponentes por fuera, por dentro resultan a menudo un tanto decepcionantes, pues generalmente están vacíos o con un escasísimo mobiliario y decoración, que poco o nada dicen de su pasado, todo ello en unos paisajes a menudo espectaculares. Además de estos fuertes y castillos hay casas fortificadas, ciudades amuralladas y torres de vigilancia en la costa y en las cimas de montañas. En los últimos años se han ido recuperando del abandono y la ruina pero todavía les queda mucho trabajo por hacer.

Abandonamos la carretera principal para meternos de lleno en la montaña, hacia Wadi Bani Khalid. Unas cuantas potentes cuestas nos dieron la excusa perfecta para remojarnos en las cristalinas pozas de este wadi. Bueno, nosotros y nuestras mugrientas ropas, porque uno debe bañarse evitando una exposición excesiva de sus carnes, no vaya a despertar pensamientos impuros entre los lugareños. Así que las impurezas y los sudores se quedaron en el agua. Pasamos la noche ahí en compañía de una interesante pareja de eslovenos y al día siguiente, río arriba y lejos de las miradas de los lugareños, pudimos chapotear pertrechados únicamente de nuestros pecaminosos bañadores.

Wadi Bani Khalid: palmeras, acantilados y pozas de aguas cristalinas.
El contraste visual entre el agreste y rocoso paisaje montañoso, los muy verdes y frondosos oasis llenos de palmeras datileras y un cielo azul casi añil resulta siempre un espectáculo de colores vivos e intensos. Un contraste muy parecido al que supone ir caminando sobre pedruscos resecos bajo un sol de justicia y casi sin transición meterse entre esas palmeras, llenas de sombra y de un silencio solo roto por el murmullo de un arroyo o un canal a tus pies. Si fueran cipreses en lugar de palmeras, algunos oasis podrían recordar a claustros benedictinos.

Se estima que hay unas ocho millones de palmeras datileras en Omán que en total producen más de 150.000 toneladas anuales. Así como del cerdo nosotros aprovechamos "hasta sus andares", de esta palmera, a la que los omaníes llaman "árbol de la vida", se aprovecha la madera para construcción; las hojas y ramas para cestas, cuerdas o hacer medicinas; y, por supuesto, los dátiles, bien para comerlos directamente, bien para hacer vino, vinagre o condensarlo en un sirope para endulzar comidas... o para hervirlo y lanzárselo al enemigo desde fuertes y castillos. Hay docenas de tipos de dátiles diferentes. Su contenido en azúcar de 40-80% los protege de las bacterias y así pueden durar años (y yo que pensaba que el azúcar atraería a las bacterias...). La sabiduría popular omaní dicta que esta palmera datilera necesita "tener sus pies en el agua y su cabeza en el fuego", algo que Omán ofrece por su extensa irrigación de oasis, aguas subterráneas y canales, y por su sol ardiente. Con estas condiciones es muy generosa: crece unos 40 cm al año hasta los 30 m, vive unos 150 años y produce (solo la palmera hembra) unos 100 kg de dátiles al año que se recogen entre agosto y diciembre.

En casa de Mohammed con tres de sus cuatro hijos.
Nuestra vuelta al valle nos llevó a más desiertos y dunas, a más fuertes y casas fortificadas, a más mercados y barrios tradicionales, algunos abandonados, otros no. En Ibra conocimos a un personaje que en el pasado se había dedicado más o menos a la música (en términos deportivos sería un "amateur compensado"), que quería practicar inglés con nosotros y, probablemente su principal objetivo, necesitaba compañía para beberse un par de cervezas. El alcohol está físicamente bastante restringido (solo se sirve en algunos hoteles y restaurantes) y supongo que socialmente no muy bien visto por estos lares. El individuo de marras había nacido en Burundi (el atento lector recordará de la anterior entrada de este blog que Omán ha tenido históricamente mucha influencia en África Oriental, hasta el punto de tener su Corte en Zanzibar) y mientras estábamos con él se encontró con un amigo con quien habló en swahili. Nuestro músico se llamaba Mohammed, otro Mohammed más. Mohammed es probablemente el nombre de pila más usado en el mundo, con unos 150 millones de varones que se llaman así o cualquiera de sus variantes: Muhammad, Mohammad, Mohamad, Mohamed, Mahoma, Mafumet, Ahmed, Mehmet, Memet, Mamadou y unos cuantos más. Aunque ahora que los chinos han prohibido llamar a los niños así (lo de los chinos y su ansia de control tiene bemoles), a saber qué pasará...

El mercado de mujeres de los miércoles en Ibra, toda una rareza en Omán.
En Ibra acudimos al mercado de mujeres, Souk al Hareem o Souk al Arbaáa o zoco de los miércoles. No, no había mujeres a la venta, sino que las mujeres eran las vendedoras y, en principio, las únicas compradoras en el mercado, aunque con el tiempo, los y las turistas han ido acudiendo a éste y ahora se ven también hombres. De todas formas, tras varias semanas en Omán viendo casi exclusivamente a varones, resulta una reconfortante novedad ver también a mujeres comprando y vendiendo, participando activamente en la sociedad, aunque esta sociedad les obligue a ir completamente tapadas. Por lo menos, no todas van de negro riguroso y las beduinas dan algo de color al conjunto. Se comercia con telas, confección, cosméticos, comida.

Otro mercado digno de ver es el de Nizwa, ciudad principal y antigua capital del interior, cuya parte antigua ha sido parcialmente renovada con un resultado algo artificial pero bastante atractivo. Como siempre, es difícil saber dónde hay que poner la línea en la renovación de barrios y monumentos. Pero, como digo, lo mejor de Nizwa es su mercado. Siendo como somos demasiado tímidos para pedir permiso para una foto y no inclinados a "robarlas", el mercado de las cabras de los viernes en Nizwa es una estupenda oportunidad para retratar a los lugareños en sus ropas tradicionales y sin posar ante el objetivo. Es un mercado de subasta, en el que los dueños de los animales, vestidos en sus ropas tradicionales e inmunes a las fotografías de los turistas, van dando vueltas a una plaza arrastrando (o portando, cuando son muy jóvenes) a las cabras, mientras gritan a voz en cuello el precio del animal en cuestión. Los potenciales compradores también los llaman a gritos para revisar al animal y negociar el precio, generalmente también a gritos, todo ello mientras las cabras balan a pleno pulmón. Todo es un fenomenal follón de lo más plástico, pero dentro de un cierto orden, pues parece que funciona.

El fuerte de Bahla, patrimonio de la Humanidad de la Unesco desde 1987,
cuando lo salvaron de que se derrumbara completamente.
De vuelta en la carretera visitamos los fuertes de Jabrin y de Bahla, fuertes que son de los más grandes y atractivos de Omán. Más tarde Al Hamra, un oasis atravesado por un montón de canales de agua fresca y cristalina y rodeado de casas de adobe, unas cuantas de ellas derruidas. El cercano pueblo de Misfat mostraba más casas de adobe, algunas bastante altas que producían cierto canguelo..., casi tanto como el canguelo de las imponentes cuestas para llegar al pueblo. Lo mejor de Misfat, una minipiscina -casi el ensanchamiento de un canal- a la que los adolescentes del lugar se lanzaban desde el tejado de una caseta adyacente. Había otro lugar de baños para las mujeres, que Bego describió como un agujero que no invitaba precisamente al baño.

El siguiente destino fue la región de Jebel Shams. Todas las cuestas que habíamos subido hasta entonces palidecían en comparación a lo que a nuestras piernas parecían carreteras verticales, al principio sobre asfalto, después sobre tierra, esa tierra suelta sobre la que pierdes tracción y acabas echando el pie al suelo. Una jornada de algo más de 1500 m de desnivel acumulado no es ninguna barbaridad, ni es nuestro record, pero vaya gradientes... En fin.

Acampamos bien sudados cerca de un lujoso resort (que estaba completo, que si no...) junto al camino que al día siguiente nos iba a llevar, esta vez a pie, hasta el pico más alto de Omán, el Jebel Shams de 2997 m. Ahí estaba yo dando saltos para llegar a los 3000 m. Realmente esos 2997 m corresponden a una cima cercana a la cima verdadera (3009 m), pero ésta está ocupada por los militares y no se permite el paso. Nuevamente más de 1500 m de desnivel acumulado en nueve horas de caminata bajo un potente sol por pura roca con continuas subidas y bajadas, muchas falsas cimas y unas vistas espectaculares sobre varios profundos cañones. Aparentemente Omán es el paraíso para los geólogos, pues, como no hay ni vegetación ni tierra sino solo pura roca, millones de años de formaciones rocosas están a simple vista... para los que sepan leerlas. Es más, los movimientos de la placas arábiga (que estaba bajo el mar) y asiática, han hecho que hoy en día se pueden encontrar un montón de fósiles marinos a cientos de kilómetros de la costa en mitad del desierto o en lo alto de las montañas de Hagar, para alegría de unos y sorpresa de otros.

Pasamos otra noche de acampada en el mismo lugar, nuevamente sin ducha tras otra jornada de fuerte sudada (no había agua disponible... y de todas formas uno se va asilvestrando en estos viajes), para disfrutar al día siguiente de nuevas bellezas geológicas en el cercano balcony trail, un trek que discurre a media ladera en el cañón de Wadi Nakhr -con caídas de hasta mil metros- hasta el pueblo abandonado de As Sab, un trayecto con unas vistas geniales.

Los tres días de paliza nos dieron la excusa perfecta para descansar una noche en Al Hamra y cargar pilas para lo que teníamos por delante. Que no era moco de pavo, pues en esta parte del país, como creo que ya he dejado claro, todas las cuestas son imponentes. Pero eso mismo hace que los paisajes sean abrumadores, rodeados por esas montañas tan escarpadas como desnudas, acompañadas por esos profundos cañones. Los caminos son tan pendientes que subirlos pedaleando es casi imposible (excepto para máquinasss como nosotros, claro), pero bajarlos, ejem, acongoja. No me avergüenza confesar que más de un tramo no asfaltado, cubierto de arena o de una gravilla de esas sobre la que derrapas cuando tocas el freno, fue descendida a pie. Más vale bajar poco a poco disfrutando del paisaje y llegar sano abajo que volar por esos barrancos. No estoy seguro de cómo la habría bajado con una moto llena de equipaje. En fin, el caso es que esta preciosa senda nos llevó con mucho esfuerzo, polvo y sudor durante un par de días gloriosos a los pintorescos y recónditos pueblos de Hatt y Balad Sayt, a la estrecha garganta de Wadi Bimah -también llamada Snake Gorge- y a Wadi Bani Auf. Memorable.

El imponente castillo de Al Hazm en Ar Rustaq,
Abandonamos la zona de camino a Rustaq, Yanqul y Maidan, lugares en los que visitamos, ya sabéis, grandes y poderosos fuertes, así como coloridos y concurridos zocos, amén de los ya mencionados restaurantes y cafeterías indu-pakistán-bangladesís. Pronto la carretera descendió considerablemente hasta dejarnos a pocos metros sobre el nivel del mar, en dirección a Sohar.

Dos objetivos teníamos en Sohar, la ciudad más importante de la zona. Por un lado hacer tiempo para llegar en la fecha correcta al ferry que nos iba a llevar a Musandam; esto nos iba a venir de cine para descansar, algo de lo que nuestras piernas estaban muy necesitadas. Por otro, yo necesitaba que alguien con más herramientas que yo pudiera echar un vistazo al buje trasero de mi bici, que había dejado de ser una freewheel para hacerse casi un bloque con los piñones y girar continuamente como si fuera una fixie. Supongo que la arena y el polvo habían ensuciado los rodamientos de un buje no todo lo estanco que debiera ser.

Para lo primero no hubo problema: un buen hotel, un bien provisto hipermercado Lulú y un estupendo restaurante turco nos aportaron lo que necesitábamos para un buen descanso. El arreglo de la bici fue más complicado, pues la mayoría de los talleres que visité no sabían, no se atrevían o ni siquiera tenían las herramientas para hacer el trabajo. Al final encontré a uno que hizo la mitad del arreglo y con ello pude seguir pedaleando.

Y así, descansados y con la bici más o menos a punto, partimos para hacer los últimos kilómetros hasta Shinas, donde embarcaríamos en el ferry que nos llevaría hasta Musandam. Pero, como diría el motero Charly Sinewan, el guionista tenía otros planes para nosotros.

Un abrazo


Avisados estábamos.
Excepto dos o tres castillos donde pagamos una cantidad ridícula por entrar, al resto el acceso era libre. Eso sí, a alguno entramos por nuestra cuenta y riesgo, abandonados y a punto de derrumbarse como estaban.
El interior de uno de tantos castillos, rodeado de palmerales. El castillo de la foto es el mejor conservado de Omán, el castillo de Jabreen, y fue un centro de aprendizaje de astronomía, medicina y derecho islámico. Lo más llamativo del interior fue el almacén de dátiles o los decorados techos de madera.
Por alguna razón la mayoría de los viajeros sentimos fascinación por los desiertos, y a nosotros no hay desierto que nos haya dejado indiferentes, ahora en EAU, en la vuelta al mundo en bici en Irán, TurkmenistánUzbekistán, TayikistánAustralia, EEUU (Wyoming, Utah o Arizona), México, en el viaje mochilero por África en MarruecosMauritania, Mali o Namibia, o en tantos otros viajes. Pero vamos, que en España también tenemos una buena colección de ellos.
Mar de dunas, en este caso blancas. En dos días de pedaleo llegaríamos a las dunas rojas.
Con el sobrino-bisnieto del difunto jeque dueño de un castillo privado, ahora convertido en museo con la inmensa colección de todo tipo de cachivaches del país que reunió el difunto. Muy interesante.
La tradicional daga de Omán, el janyar (khanjar en árabe). Curvada y afilada en ambos bordes, con su vaina de cuero en este caso, o de plata grabada en otros. La empuñadura solía ser de cuerno de rinoceronte o marfil, pero la mayoría de las que se venden a turistas en los mercados hoy en día son de madera, hueso de camello, o plástico, . Se lleva en una correa que se adorna con filigranas de plata. La de la foto era la que usaba el dueño del castillo privado que visitamos, y hasta tenía una pequeña cartera de plata en la correa.
La costumbre omaní es recibir siempre al visitante con café y dátiles. Y no solo en las viviendas particulares, sino también en hoteles y en muchos negocios. En la foto la versión "elegante", donde los dátiles están conservados en las tradicionales cestas de hoja de palmera (saroud) con su tapa del mismo material (mechabeh) para protegerlos de polvo y bichejos, y el café es preparado en el instante y servido en diminutos vasos desde una especie de jarra. Es costumbre tomarse tres y rechazar el cuarto. La versión "humilde" es un termo con café en la entrada de una tienducha de pueblo, con unos cuantos dátiles dentro de una bolsa de plástico, todo ello dispuesto en el suelo. En cualquier caso, lo importante es el gesto de "eres bienvenido"

El joven de la foto era de Kerala. Llevaba dos semanas en Omán, "regentando" este café en medio de la nada junto a otros dos trabajadores de Bangladesh. Era la norma, los indios generalmente un nivel por encima de los bangladesís. Lo más curioso es que en muchos casos para comunicarse los de Bangladesh aprenden hindi. Y así se daban situaciones de lo más divertidas, cuando un omaní que solo hablaba árabe venía a decirnos algo, el bangladesí era el que le entendía y lo traducía a hindi para el indio, y el indio lo traducía al inglés para nosotros. Al final siempre conseguíamos comunicarnos.
No teníamos muy claro si realmente queríamos subir a la garganta de Khalid, viendo lo que venía de frente....
La subida valió la pena, aunque hubiera que bañarse totalmente cubiertos. Confieso que lo intenté primero con un simple pareo que dejaba mis hombros al descubierto, tras ver a un grupo de indios que se bañaban tranquilamente en bañador, pero no, tuvo que venir un omaní suficientemente hombre para reprender a una mujer extranjera pero no a un grupo de hombres extranjeros, a llamarme la atención. Y yo, como estaba en falta, callé y cumplí.
Por error buscando una cueva que resultó que estaba allá abajo, en el cauce del río donde estábamos acampados, acabamos caminando dos horitas y viendo la garganta desde las alturas. Por suerte el error fue mío y no corrió la sangre.
Escolares que no necesitan uniforme porque el traje omaní ya es un uniforme en sí. La única diferencia, los gorros.
Suerte de carretera asfaltada que discurre diez kilómetros en paralelo a las dunas, si no, no hay manera de pedalear por esta zona, y la única manera de acampar es arrastrando literalmente las bicis.
Siempre pensamos que hemos dormido solos y rara vez lo hemos hecho. Al lado de la tienda en el desierto, era fácil identificar hasta cinco diferentes huellas de diferentes "bichejos".
A falta de bares, los hombres socializan en la calle.
Mudayrib, un pueblo lleno de casas fortificadas y que casi nos saltamos. Las casas habían sido construidas por comerciantes que se habían enriquecido gracias al comercio con África. El pueblo estaba rodeado de colinas con torres de vigilancia en sus cimas, y al fondo las enormes montañas Hajar. De los más bonitos de la zona.
En la mayoría de las mezquitas de Omán las mujeres tienen un edificio completamente separado del de los hombres para rezar, y en tamaño no llega ni a una décima parte.
Los negocios se anuncian en árabe e inglés. Desconocemos si el árabe es correcto, pero al inglés le daban unas buenas patadas.
Acampar está muy bien, pero las ciudades y pueblos mueren al mediodía o incluso antes, con lo que para poder disfrutar del ambiente que se genera nada más caer el sol, nos hemos alojado en más de una pensión.
A Ibra fuímos a conocer su casco viejo. Un lujo pedalear por esas estrechas callejuelas donde no consiguen entrar los coches de cierto tamaño (la mayoría en Omán) entre casas de adobe que aún se conservan, gracias a leyes que prohíben que se tiren abajo.
Nos esperábamos un mercado de mujeres menos colorido, yendo como van la mayoría de las mujeres cubiertas por la bata negra, pero vimos grupos de mujeres beduinas y éstas sí que aportaban una nota de color.
Crucé una mirada y un saludo con la compañera de puesto del mercado de esta mujer, y no pude evitar ser "incorrecta" y preguntarle a bocajarro que a ver de dónde era, ya que sus rasgos eran más bien orientales. De Filipinas, me contestaron. Y así averiguamos que en Omán hay miles de mujeres filipinas, que emigran como servicio doméstico, enfermeras, peluqueras, y que algunas de ellas acaban casándose en el país
En el mercado también había puestos de alfombras y sofás. En la foto el clásico matrimonio, él de blanco impoluto y ella de férreo negro.
El parque natural de Indam nos sirvió de lugar de acampada entre las ciudades de Ibra y Nizwa.
Hasta llegar a Nizwa pensábamos que Omán apenas recibía turistas. Estaban todos concentrados aquí y en su reconstruido y hermoso, aunque algo artificial, zoco. La daga omaní no solo está en el escudo de Omán y se lleva como adorno en ceremonias, sino que como veis, también sirve de decoración en rotondas.
El mercado de cabras de Nizwa. Con la salida del sol comenzaron a hacer circular las cabras en un circuito rodeado a ambos lados de potenciales compradores.
Antes de arrancar la compraventa y los regateos, más de uno ya se había tomado la molestia de analizar bien el material.

Palpando el "material" a la venta.
El pañuelo geométrico con colores rojos es típico de los beduinos, así que imaginamos que estos lo eran.
Desconocemos cuan mal o bien está la mujer omaní. Omán no tiene leyes que prohíban la violencia doméstica o la violación dentro del matrimonio. La ablación está permitida, aceptada, y se practica, aunque está prohibido hacerlo en la sanidad pública. 
Vivan los kufis o gorros omanís.
Valga un dedo por chupete cuando el cabritillo se echa a llorar.
Curiosidad.
Negociando. La verdad es que no eran "baratas". Vimos pagar 28 riales (aproximadamente 63 euros) por una cabritilla.

Apenas había mujeres, pero las que estaban negociaban sin problema alguno con los hombres.
El lomo de las cabras, una parte del animal que todos chequeaban antes de lanzar una oferta.
Nizwa, a pesar de estar en el interior de Omán, también tenía un mercado de pescado. Siempre nos llaman la atención esos zocos donde los dependientes se sientan a la altura de su mercancía.
Las palmeras son atendidas por inmigrantes, y a simple vista no parece que la explotación haya variado mucho. Suben descalzos, usando una cuerda con apoyo para la espalda, y una vez arriba se mueven entre las ramas cortando ramas y haciendo espacio para que los dátiles reciban la luz que necesitan.
Con los dátiles nos ha pasado lo que nos pasó en su día con los mangos, o los aguacates, o los plátanos... ¿qué es eso de que solo en Omán hay cuarenta tipos de dátiles?
Otra maravilla que hacen con los dátiles, pasta prensada con frutos secos, o semillas, o coco, o... deliciosas.
Ahora los dátiles están de moda en montones de recetas de instagram y todas empiezan por "remojar x dátiles en agua durante x minutos". Yo me pregunto por qué no se usa y se comercializa en España el sirope de 100% dátil. Nosotros desde luego ya nos hemos traído un par de botes grandes.
La parte vieja de Nizwa está bien conservada y algunas de las casas de adobe han sido convertidas en hoteles boutique.
El viernes es el día festivo y cuando anochece las calles se llenan de vida, incluída vida inmigrante, que se juntan para jugar al carrom o billar indio. Calles abarrotadas donde no se ve ni una sola mujer.
La idea siempre es estar acampados antes de que el sol se esconda. Pero la verdad es que como los días eran relativamente cortos siempre apurábamos, y más de una vez hemos plantado la tienda in extremis.
La parte vieja de Al Hamra todavía estaba parcialmente habitada. Sus casas impresionantes, muchas de ellas de dos y tres pisos, recordaban a las de esas fotos de Yemen.
Subimos al pueblo de Misfat, rodeado de palmeras.
Impensable circular en bici por su interior, todo cuestas y escaleras.
Misfat está rodeado por un sistema de irrigación del siglo VI que reparte aguas subterráneas por canales para uso doméstico y regadío de cultivos (palmeras sobre todo). El sistema se llama falaj, está por todo Omán, y es patrimonio de la Humanidad.
Una poza de almacenamiento de agua hacía las veces de piscina.... para los varones. Tenía la profundidad suficiente para que los jóvenes saltaran desde una altura de cinco metros.
Las mujeres tienen que seguir el canal unos metros más, y bajar unas escaleras a un pozo cerrado donde bañarse.
Una de las jornadas más duras de Omán, de Misfat a Jebel Shams, que arrancó muy bien, bajando 500m de desnivel en 5km, con vistas al valle de Al Hamra.
A media mañana ya era difícil distinguir el antiguo pueblo de Ghul en la montaña, y la muralla de piedra que todavía se conserva en pie, y que se sitúa al final del Wadi Nakhr, lo que se conoce como el Gran Cañón Omaní o el Gran Cañón de Arabia. El plan era verlo desde arriba, desde bien arriba.
Al pie de aquellas montañotas y sabiendo que no era una ruta circular, sino subir para bajar por el mismo sitio, uno se explica porqué cicloviajeros que conocemos se dan la vuelta. En mi caso, el atractivo eran las caminatas que quería hacer una vez arriba, y la subida en bici era algo por lo que había que pasar. 
Las señales no mentían.
Y mientras hubo asfalto aún...
Pero cuando se acabó costó más pedalear, y acabamos una vez más, encontrando sitio para acampar con la ultimísima luz del día.
Lo mejor de Omán, con mucho. La subida al Jebel Shams de 3000m de altura. Espectaculares vistas sobre lo que se conoce como el Gran Cañón de Arabia.
Rapaces sobrevolando en las termales por encima de nuestras cabezas. Mientras nadie diga lo contrario os diré que es un alimoche común o un buitre egipcio que suena mejor. Reconocible por sus distintivas alas blancas y negras.
Pero si la vista sobre el cañón era impresionante, aún más impresionante era la cara nornoreste. Los ojos como platos. Y un nudo en el estómago pensando que por ahí íbamos a cruzar en bici.
¿Veis a Hugo? Me hubiera resultado muy sencillo convencerle para darnos la vuelta y no hacer cima. Y es que se sumó la subida en bici de la víspera, pocas horas de sueño en la tienda, terreno duro que nos destrozaba las plantas de los pies, y falsa cima tras falsa cima que casi consiguieron desmoralizarnos.
Pedaleando con todos los trastos hasta el comienzo de otra ruta a pie.
Por la Caminata del balcón, la más famosa de todo Omán. Apenas tiene desnivel y se completa en dos o tres horas, así que es apta para todos los públicos... sin vértigo. Discurre serpenteando por la mitad de los acantilados del cañón hasta una diminuta aldea abandonada al final del cañón. ¿Veis a Hugo?
Después de tres días no nos quedaban muchas provisiones así que optamos por descender de vuelta a Al Hamra.
Pues sí, hemos conversado más con indios y bangladesis que con omanís. El hombre de la foto era de Bangalore y nos preparó un té karack de la muerte (como me gustan) y nos hirvió unos huevos para la subida que nos esperaba. Llevaba cinco años trabajando en Omán tras haberlo hecho durante veinte años en Arabia Saudí, y haberse marchado desencantado. Nos repitió cinco veces que en Omán, frente a Arabia Saudí, había mucho más respeto y nada de engaños.
En algunas ocasiones hemos utilizado la aplicación iOverlander para encontrar sitio para acampar. En esta ocasión elegimos un punto en lo alto de un puerto que había marcado Dani (vivirenbicicleta.com), que hasta había dejado el suelo limpio de piedras. Un lujo.
En este viaje hemos incorporado el cacao a nuestra avena mañanera. Le he aburrido a Hugo con las propiedades antioxidantes del chocolate hasta que me ha dejado meterlo en nuestra dieta.
Habíamos dormido sobre los 2000m y nuestro destino estaba a 400m, así que en teoría iba a ser una jornada de descenso. Cuan equivocados estábamos.
Las señales ya nos lo advertían.
¡Y es que vaya pendientes! También hubo tramos de bajar a pie, pero fui incapaz de inmortalizarlos. Imposible sujetarme yo y la bici sin patinar, y soltar una mano para usar la cámara de fotos.
Omán, el país de las cabras.
Teníamos tres (sí, tres) guiás de Omán, y todas se deshacían en elogios para con este mini pueblo enclavado entre las montañas: idílico, de cuento de hadas, impresionante, espectacular... así que había que llegar sí o sí. Voy a tardar en olvidarme de los dos kilómetros de desvío de la ya por sí escarpadísima pista por la que estábamos cruzando las montañas.
Curiosidades que se encuentran en las tiendas de comestibles de Omán aptas para cicloviajeros:
- avena en lata, que viene tan prensada que tras dos desayunos todavía está llena hasta el borde,
- queso feta en tetabrick, estupendo invento para hacerse un bocata con pan de pita y algún tomate en mitad del camino, o una ensalada al final del día.
- humus en lata, solo para casos extremos cuanto te mueres de hambre, es la hora del rezo del mediodía de un viernes, y no hay nada de nada de nada abierto.
La Snake Gorge, otro desfiladero con paredones y piscinas naturales de agua, visto desde arriba.
Y por fin atravesando el desfiladero Wadi Bani Awf, hoy en día asfaltado, felices de haber alcanzado los 400m de altura. Porque sí, para llegar desde los 2000m donde habíamos pasado la noche, acabamos acumulando 1500m de subida y 3100m de bajada, en muy pocos kilómetros. Que tampoco es tan grave, pero en mi caso notaba que era el séptimo día de tralla sin descanso.
Así que el día siguiente pedaleamos tristes 30km en cuasi llano, con múltiples paradas para recuperar lo perdido en los días anteriores. En la foto, redesayunando en la terraza de un restaurante paquistaní, lentejitas y huevos con tomate, pescando trozos de picantísimo chile del interior de los platos para no morirnos.
La mezquita del sultán Qaboos en Rustaq. Una de tantas nuevas mezquitas construidas por el gobierno.
Nos escondimos para acampar, y parece ser que no éramos los primeros en encontrar ese lugar alejado de las miradas ajenas.
Para evitar repetir un tramo de costa de Omán, desde la ciudad de Ar Rustaq optamos por continuar por las montañas todo lo que fuera posible antes de volver a la costa.
Temimos que fuera a ser un error y que la carretera fuera a estar muy concurrida, pero fue todo lo contrario.
Estampas típicas de Omán.
Y por fin dejábamos las montañas detrás y volvíamos al llano de la costa.
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2 comentarios :

  1. Un viaje duro pero muy interesante, yo no entiendo la gente que ve en Dubai, solo centros comerciales y dinero sin sentido.
    Javier
    Londres

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    1. Gracias Javier, y como digo yo siempre, "beauty is in the eye of the beholder". La belleza está en la mirada de quien contempla, y con un poco de atención en todo se encuentra siempre algo interesante.

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