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28 de marzo de 2020

Bicis, caminos y días dan al hombre sabiduría: por la costa de Omán (1)

Fue cruzar la frontera entre Emiratos y el sultanato de Omán (suena bien, ¿no? "sultanato de Omán") e iniciar una ligera cuesta abajo por una estupenda carretera cuasi vacía hasta las muy azules aguas del golfo de Omán. Todo ello con un sol espléndido y una temperatura primaveral, condiciones que se han mantenido, junto con un cierto fresquito nocturno (que puede pasar de "fresquito" a "frío" en las montañas), durante las algo más de seis semanas que hemos permanecido en el sultanato. Un gustazo de tiempo que solo ocurre durante el invierno omaní, pues a partir de abril parece que las temperaturas empiezan a subir, subir y subir y llegan a los cuarenta y muchos o cincuenta grados en verano, momento en que la gente se enclaustra en sus casas cual monje benedictino... o en plan retiro coronavírico.

Lo de las estupendas carreteras -bueno, sobresaliente en firme y arcén, pero suspenso en cuestas- y que están cuasi vacías ha sido una constante en Omán. Tiene, sin duda, las mejores carreteras a este lado del Mississippi. Si es porque les sobra el dinero, porque hay que activar la economía a base de construir infraestructuras o porque están pensando en el largo plazo (para cuando dupliquen o tripliquen sus actuales casi cinco millones de habitantes) no lo sé, pero si exceptuamos una zona de montaña con estupendos caminos sin asfaltar y algún tramo de carretera sin arcén, lo demás ha sido de lujo.

18 de marzo de 2020

E.A.U. (1): Dubái, entre el exceso y la diversidad

El vuelo de Bilbao a Dubái dejó secuelas. Las cajas de las bicis llegaron al aeropuerto emiratí un tanto maltratadas y al montar las bicis en el hotel descubrimos que el eje anterior y la horquilla de la bici de Bego estaban ligeramente doblados, aunque nada que no se pudiera arreglar con un poco de habilidad y fuerza. Por suerte, frente al hotel de Dubái había un taller de bicis y nos echaron una mano. Por otro lado, nosotros llegamos con una gripe en fase de incubación que, sin ser coronavirus (o sí, que Bego tiene sus dudas), a los pocos días nos dejó -sobre todo a un servidor- bastante perjudicados, sin apetito, sin fuerza y con fiebre elevada y continuas tiritonas. Una posterior visita a un hospital omaní me quitó la fiebre, me devolvió la fuerza y, sobre todo y lo más importante, el apetito, así que todo bien. Bego, fuerte como es ella, se tomó unas pastillitas y pronto estuvo a tope.

Pero mientras el virus estaba preparándose para atacar y llegábamos a ese estado, pudimos disfrutar razonablemente bien de Dubái. Este emirato es, junto con la capital Abu Dabi, el más conocido de los siete que conforman los Emiratos Árabes Unidos: Abu Dabi, Ajmán, Dubái, Fuyaira, Ras al-Jaima, Sarja y Umm al-Qaywayn. Reconozco que los otros cinco ni me sonaban. El caso es que estos emiratos árabes se unieron allá por 1971 tras años bajo el protectorado británico y, aunque realmente mantienen mucha autonomía, acordaron que (casi siempre) el emir de Abu Dabi iba a ser el presidente, mientras el emir de Dubái iba a ser el primer ministro. Gracias al petróleo y al gas natural están, como bien sabéis, forrados de pasta, algo que se demuestra continuamente en los edificios, las infraestructuras, los centros comerciales, los yates y cochazos y, en fin, la ostentación general.