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2 de marzo de 2019

México (3): ¡Viva México, cabrones!

Se le atribuye esta cita nada menos que al héroe de la patria Pancho Villa. Pero también, según el periodista Carlos Albert "Es el grito de guerra del pueblo cuando está festejando, o cuando está enojado, o cuando está contento, o con algunas onzas de más en sus bebidas alcohólicas…" Siempre me ha parecido una frase llena de fuerza a pesar de su simpleza y del contrasentido que encierra... una frase que seguramente solo vale para este país.

Y ya que estamos con citas y dichos, ahí va otro: "Para todo mal, mezcal; para todo bien, también". Oaxaca, a donde dirigíamos nuestras pedaladas, es la tierra del agave o maguey y por ende del mezcal, esa fuerte bebida alcohólica mexicana de la familia del más conocido tequila. Pareciera que todos los campos de este estado estuvieran llenos de estas grandes, carnosas y ligeramente amenazantes plantas. Plantas que, por cierto y confieso mi ignorancia, no son cactus, a pesar de tener una pinta de cactus que se matan. El agave crece en tierras arcillosas y bien soleadas a 1.500-2.000m de altura y tarda de seis a ocho años en madurar. Es en ese momento cuando se extrae su corazón -un pedazo corazón de unos 50kg-, se cuece durante unos tres días, se muele bajo la rueda de un molino tradicionalmente movido por un burro o caballo y se pone a fermentar durante diez días. Una vez fermentado se destila: una única vez para obtener un mezcal de unos 50° o más de alcohol, o dos veces para un mezcal de mejor calidad, por encima de los 45°. Angelitos. Supongo que, si no te gusta el brebaje de marras, lo puedes usar como combustible para el camión.

El mezcal goza de denominación de origen y, aunque casi el 90% se produce en el estado sureño de Oaxaca, ha sido tal su éxito en estos últimos tiempos que el Instituto de Propiedad Industrial de México ha decidido sacar tajada del tirón y aumentar la zona de cultivo a tres estados más hasta un total de nueve estados mexicanos. Los mezcaleros de Oaxaca, que ven que les quitan el negocio de las manos, se han quejado, claro. Elegantemente, protegiendo la esencia del licor y no su negocio, aducen que temen una "tequilización" del mezcal, esto es, que se pierda el proceso artesanal y se industrialice la producción. El 90% del tequila, realmente un tipo de mezcal que se obtiene del agave azul, se destila en Jalisco. Se fabrica 50 veces más tequila que mezcal, a pesar de que hay más de 50 destilerías de mezcal por cada destilería de tequila. Vamos, que el tequila es una industria y el mezcal, una artesanía, aunque puede que le quede poco tiempo como tal.

Y así, entre interminables plantaciones de agaves, llegamos a la capital, también llamada Oaxaca (Oaxaca de Juárez, para ser exactos), aunque en tiempos del Virreinato se llamaba "Muy noble y muy leal Ciudad de Antequera". Sin duda, Oaxaca mucho mejor. Patrimonio de la humanidad, es una muy agradable y bonita ciudad colonial de clima suave (está a 1.550m de altura, esos mismos metros de desnivel que tuvimos que pedalear), con calles y plazas llenas de ambiente, amén de monumentos, museos y edificios notables. Es un gustazo pasarse unos días de cansino paseo por sus calles, parando en terrazas a tomar cafés, y llenando la panza de ricas comidas regionales, especialmente el mole, en sus versiones negro, coloradito, amarillo, verde, chichilo, estofado o (el mejor nombre) manchamanteles. Las muy típicas tlayudas -unas enormes, consistentes y un tanto correosas tortillas de maíz de más de 40cm de diámetro, como si a unas tortillas normales las criaran con esteroides- no aportaron nada nuevo sobre otras tortillas a estos desconocedores de las sutiles diferencias del maíz en sus múltiples formas. Reconozco que los populares chapulines o saltamontes ni los probamos. No por asco, claro, sino en deferencia a otro gran héroe mexicano, el Chapulín Colorao.

Solos por Yagul, viendo el complejo desde una fortaleza.
A la salida de Oaxaca, en El Tule, el viajero se da de bruces con un enorme "arbolototote" -que diría un mexicano " de nada menos que 14m de diámetro, que no solo deja pequeña la iglesia adyacente, sino que dicen que es el más ancho del mundo. Poco después, el mismo viajero pasea en solitario por la zona arqueológica de Yagul, con sus templos escalonados, juegos de pelota, estelas de piedra y pequeñas tumbas, uno de los muchos restos arqueológicos diseminados por la región.

Abandonamos la Sierra Madre de Oaxaca -cómo me gustan las bajadas- y nos fuimos metiendo poco a poco en el istmo de Tehuantepec, esa parte estrecha de México, en la que el país llega a "adelgazar" hasta los 220km de ancho, una zona de mucho calor y más viento (aerogeneradores y más aerogeneradores), en la que se tropicaliza el paisaje, aparecen los cocoteros, el mango y la papaya, los mosquitos, y las aves se vuelven muy cantarinas (o tremendamente ruidosas, según la hora del día). Sus habitantes son los zapotecos, unas gentes que hablan el ininteligible zapoteco, salpimentado con palabras en español, como los números. Las mujeres no indígenas también se tropicalizan, los pantalones se acortan, la ropa se ajusta, los generosos michelines reclaman su espacio. En los hombres, más aburridos, no es tan patente el cambio. La música aumenta el volumen y cambia de ritmo hacia la salsa, el merengue, el reggaetón y otras lindezas del estilo, que nos siguen sin tregua por El Camarón, Magdalena Tequisistlán, Sto Domingo Tehuantepec, Santiago Niltepec, San Pedro Tapanatepec.

Sierra va, sierra viene.
Cruzamos la frontera a Chiapas y volvimos a subir a la Sierra Madre de Chiapas. Por cierto, que no son especialmente creativos con los nombres de las cordilleras en este país. Las principales son: Sierra Madre Occidental, Sierra Madre Oriental, Sierra Madre del Sur, Sierra Madre de Oaxaca y, sí, habéis acertado, Sierra Madre de Chiapas. Imaginación al poder.

El "Estado libre y soberano de Chiapas" se mantuvo independiente tanto de la República Mexicana como de la de Centroamérica durante un tiempito hasta que por fin se unió a México. Chiapas es el México más indio, con 33 de los 66 grupos indígenas del país... aunque otras fuentes dicen 12 de 62. A saber cuál es la cifra correcta, pero en cualquier caso las caras que uno ve por las calles no mienten. "Indio", por cierto, es una mala palabra en esta parte del mundo, un nombre políticamente incorrecto, y se sustituye por indígena... aunque todos somos indígenas de algún sitio, ¿no?

Un parachico saliendo de su casa ya metido en su papel.
Tras Cintalapa, Ocozocoautla de Espinosa y un fugaz paso por la capital del estado, Tuxtla, nos plantamos en Chiapa de Corzo. Sin saberlo -me temo que no habíamos hecho los deberes- nos habíamos metido de lleno en la Fiesta Grande de enero, una festividad mezcla prehispánica y católica que se celebra entre el 8 y el 23 de enero (estos mexicanos sí que saben divertirse) y cuyo más importante personaje, el parachico (ved las fotos, que sería muy largo de explicar), ha sido declarado patrimonio de la humanidad. Rinde honor a tres patronos: el Señor de Esquipulas, San Antonio Abad y San Sebastián. No es la única referencia a San Sebastián: los parachicos danzan al son de un tambor y una flauta de carrizo o pito, que se asemejan mucho a nuestros txistu y tamboril. Es de lo mejor que hemos visto en México.

Los parachicos no son los únicos que se divierten. Los "aviadores" (44.000 en todo México, según algunas estimaciones) son gente que cobra un salario de hasta cinco puestos de trabajo, puestos de trabajo a los que no acude nunca... o, si lo hace, es exclusivamente para cobrar. Parece que abundan sobre todo en el sector de la educación. En México la corrupción llega a todas partes.

Postureo por las calles de San Cristobal.
Nos pegamos una buena paliza -2.015m de desnivel acumulado en un día- para llegar a San Cristóbal de las Casas. Pero mereció la pena. San Cristóbal de las Casas es la capital turística y cultural del estado, la "más mágica de los pueblos mágicos", otra ciudad colonial, agradable, rodeada de montañas cubiertas de pinos, con clima benigno (tropical pero a 2100m de altura) y pensada para pasear y deleitarse en sus plazas.

Desde San Cristobal se puede visitar San Juan Chamula, un pueblo habitado por la etnia tzotzil, rápidamente identificables por su atractivo atuendo: hombres y mujeres vestidos como si fueran ovejas, tanto negras como blancas. Aunque la fiesta principal es la de San Juan Bautista, aquí también se celebra la Fiesta de San Sebastián. En el templo de San Juan Bautista, en una ceremonia sincretista, con un manto de agujas de pino en el suelo, cientos de velas dispuestas en filas como ofrenda, alumbrando las bandas de música que tocan con instrumentos hechos a mano (guitarras, arpas), en un ambiente un tanto caótico. La gente bebe con fruición pox, un licor de caña de azúcar no muy fuerte, lo que no impide que haya unos cuantos borrachos. También beben Coca Cola, pues se supone que los eructos ahuyentan a los espíritus. Dicen que los misioneros fueron los que introdujeron la costumbre de beber refrescos, para evitar que los lugareños bebieran tanto alcohol, no sé si con mucho éxito: ahora se emborrachan por el pox y están diabéticos por la Coca Cola.

Prensa que no se corta un pelo con las fotos. Pobres familiares.
Las historias de violencia son constantes en México, tanto que acaban formando parte del paisaje y uno les deja de prestar atención. En esta zona, sin embargo, nos tocaba más de cerca. En abril de 2018 dos cicloviajeros, un alemán y un polaco, habían sido asesinados, de una forma un tanto truculenta, además (uno había sido decapitado). Para colmo la policía había dicho en un principio que había sido un accidente.

Por ello, preferimos hacer el tramo de San Cristóbal a Ocosingo en un día y así evitar pernoctar en algún pueblo en el que estaríamos, supuestamente, más desprotegidos. Durante nuestra estancia en Ocosingo, el epicentro de la revolución Zapatista hace unos años, un grupo de indígenas intentó tomar el ayuntamiento. La cosa no fue a mayores y la situación se resolvió con diálogo, pero está claro que hay descontento acumulado entre los lugareños.

Intento malogrado de toma del ayuntamiento de Ocosingo que presenciamos.
En 1994 en Ocosingo se vivieron fuertes altercados entre el ejército mexicano y los zapatistas, que dejaron 50 muertos en la ciudad. Para los que no se acuerden, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) es un movimiento revolucionario de izquierdas que saltó a la fama el 1 de enero de 1994, justo cuando entraba en vigor el Tratado de Libre Comercio de Norte América, tomando al asalto el ayuntamiento de San Cristobal de las Casas y sitiando la ciudad de Ocosingo. Para los indígenas era una forma de decir "¡estamos aquí!". Aunque poco después hubo alto el fuego y conversaciones, el EZLN todavía está en guerra contra México. Actualmente, sin embargo, su postura es menos de revolución y más de resistencia civil en pos de un mayor control indígena sobre la tierra y sus recursos.

Desde Ocosingo visitamos la zona arqueológica maya de Toniná, con una de las mayores pirámides de los mayas con 74m de alto. Una ciudad, Toniná, que en sus días batalló regularmente contra la más conocida Palenque, antes del abandono de la ciudad allá por el 900 AD, fecha que marca el hundimiento de la era clásica maya.

Lo más espectacular, el bañito solos cuando se marcharon todos los turistas.
Desde Toniná a Palenque, con una parada Agua Azul y sus bellas cascadas.... pero vaya cuestecita para volver a la carretera principal. Las ruinas de Palenque son espectaculares, de las mejores ruinas mayas que uno pueda ver, tanto por sus edificios como por su localización en mitad de la jungla

Ya nos quedaba poco de México. Aunque el norte del país nos llamara la atención por su verdor, huelga decir que no es comparable con el verdor de Chiapas, en particular con la región fronteriza de la jungla Lacandon. No en vano esto es la selva, con sus cocodrilos, jaguares, tucanes, un montón de aves y los muy sonoros y bastante atemorizantes monos aulladores, cuyos gritos nos seguirían hasta bien entrados en Guatemala. En la carretera también nos topamos con pequeños grupos de migrantes hondureños, caminando hasta el lejano destino de los EEUU.

Las gentes de la selva Lacandon, de los que todavía unas 650 personas hablan la lengua autóctona, han permanecido hasta hace muy poco alejados del mundanal ruido. Aún se puede ver algún indígena vestido con una túnica blanca, más propia de un enfermo de sanatorio que de un indio de la selva.

Y por fin llegamos al último pueblo mexicano, Frontera Corozal, un pueblo creado en mitad de los años 70 a la orilla del río Usumacinta, río que hace de frontera con Guatemala. Han sido más de 4.200km pedaleados durante casi cien días por un país tan variado como atractivo y acogedor. Volveremos.

Un abrazo
Las piñatas navideñas son una tradición en México y están muy presentes. Yo en España las conocía de barro y jugábamos en el colegio. Nos tapaban los ojos, dábamos unas vueltas e intentábamos golpearla con un palo para romperla y hacernos con los dulces del interior. ¿Seguirán existiendo? 

El vendedor de sombreros en una de las calles peatonales de la ciudad de Oaxaca.

Los trajes tradicionales buenos costaban un dinerito. Impresionante el trabajo que tenían.

El templo de Santo Domingo de Guzmán en Oaxaca, muy bien restaurado tras el regreso de los dominicos hace ochenta años. Impresionante el retablo y la cúpula interiores.

El antiguo convento anexo es ahora un Centro Cultural con su Museo de las Culturas de Oaxaca donde se exhiben objetos desde la prehistoria hasta contemporáneos. A mí particularmente me pareció que las imágenes perdieron con la llegada de los religiosos a esta parte del mundo ;)

En nuestra clasificación de puestos más vistos el de las gelatinas varias se queda en segundo lugar.

Ganando por goleada el de puesto de maíz, ya sea en forma de elotes (mazorca de maíz hervida), esquites (los granos hervidos y servidos con sal, limón, chile, mayonesa y queso), o mil formas más dependiendo de la región (chascas, vasolote, trolelote, chileatole, elote en vaso, coctel de elote,...).
Nosotros que somos unos tradicionales nos sentíamos más atraídos por el rosco de Reyes (medio para cada para nuestros segundos desayunos en Oaxaca), el chocoflan, o el tresleches, que seguiremos viéndolo por Centroamérica.

Las panaderías abundaban en la ciudad de Oaxaca. Atención a la labor comercial de las dependientas. Vimos más de un cartel en México donde decían buscar trabajadores con ganas de trabajar y sin usar el móvil. Por otro lado, cuando uno ve las horas que tienen que meter al día y los salarios... Además antes ver a un dependiente leyendo un libro no tenía esa connotación negativa que ahora tiene ver a alguien ante un móvil, cuando quizá todo lo que esté haciendo es informarse.

Esos panes dulces de la foto de arriba se acompañaban con chocolate caliente, y así estas tiendas donde se vendía recién molido en forma de pasta (y mezclado con abundante azúcar) abundaban en la ciudad de Oaxaca.

Leímos más de un artículo que acusaba el aumento de obesidad, diabetes y enfermedades cardiovasculares en México al consumo de procesados. Y esos procesados no son solo los litros de CocaCola que beben (se comercializan en botellas de 3 litros), y todos los omnipresentes productos de Bimbo y Lays que devoran, sino también en productos tradicionales laboriosos de preparar, como los frijoles refritos, que te los llevas enlatados con un alto contenido de sodio y mi odiado glutamato monosódico.

Las tlayudas, más de lo mismo, si no hubiera sido porque la vegetariana tenía flor de calabaza que me encanta.
Dos apuestas seguras. Unas buenas tortilla de maíz verde hechas a mano, o un buen mole.
Los quesos frescos de Oaxaca.
Chapulines. Esos saltamontes fritos que no comimos.

Desde Oaxaca hay dos opciones clásicas para los cicloviajeros: directos hacia el sur a la costa y continuar al este, o a través de la sierra en dirección sureste. Optamos por la segunda pensando que iba a ser más corta, pero con tanta montañita al final no hubiera habido tanta diferencia. Nos vamos de México sin pisar la costa.

Es muy agradable acampar solos en algún lugar silencioso, pero también lo es parar en las pequeñas posadas de los pequeños pueblos, buscar algún lugar donde te den de cenar, y disfrutar así algo más de los mexicanos.
Capillita de un puerto de montaña con mesa de picnic incluida. De lujo para devorar el bocata.
Criticábamos en EEUU que algunas de sus señales no solo no fueran internacionales si no que además contuvieran únicamente texto en inglés. Así que nos reímos nada más entrar en México y ver la primera señal de "curva peligrosa" y ya. 

El Volkswagen bocho o vocho, según donde uno mire, ya no se ve tanto como antaño.

Los paisajes del istmo de México.

En esta parte del país por fin nos cruzamos con algún cicloviajero. Viktor de Suecia, que aprovechaba una boda en El Salvador para coger el vuelo de vuelto en ciudad de México y así recorrer el Pacífico unos días, David de Francia que venía desde Brasil, y un holandés con carrito que trabajaba en EEUU.

"Si supieras cuanto te quiero" en zapoteco. Bonito, ¿verdad?

Según supimos no hubiéramos sido los primeros en parar un pickup y meternos dentro en este tramo de carretera. ¡Vaya huracán!

El gas tiene bajo coste en México, pero menos aún es el consumo de madera si no tienes en cuenta el tiempo de mano de obra de cortarla y acarrearla. Chiapas definitivamente era más pobre que anteriores estados por los que habíamos pedaleado.

¿Se lee bien?: "Este hogar es católico, disculpe hermano si no podemos atenderlo. Ni a los testigos de Jehová ni a los mormones ni a misioneros de congregaciones no católicas. Que dios los acompañe. ¡Viva el Papa!"

Llegamos a Chiapas de Corzo y nos encontramos a todas las mujeres vestidas de esta guisa. Ellos iban con traje blanco roto y fajín y pañuelo rojos. Nos dijeron que era por las fiestas de los parachicos, pero nuestra guía nos decía que en esas fiestas los trajes eran muy coloridos. Resultó que tenían diferentes trajes para diferentes días, algo no de extrañar, sabiendo que duraban dos semanas.
Salimos nada más desayunar a la calle, y vimos como poco a poco iban saliendo los parachicos de sus casas y juntándose con otros para formar grandes grupos. Curioso que incluso solos fueran ya haciendo sonar sus maracas metidos por completos en el papel.



Si hay que entrevistar a algún turista, Hugo no se libra nunca. No hay multitud donde no lo cacen.

Por fin veíamos el colorido vestido de las mujeres en estas fiestas.

De lo mejor de México. Durante todo el día se los veía pasear en grandes o pequeños grupos por todo el pueblo, yendo a por las imágenes, acompañándolas de un lugar a otro, y mientras vitoreaban vivas diversos, como "viva los que ya no pueden, muchachos" (haciendo referencia a los ancianos", "viva el gusto de nosotros, muchachos" (con referencia a las tradiciones) y otros muchos. La verdad es que es un traje hermosísimo pero de lo más sacrificado, con esa máscara con agujeros enanos por pómulos o cejas por donde apenas ven, esa escoba caliente en la cabeza, esos pañuelos alrededor del cuello, y ese sarape o poncho de lana.

Los máscaras de los parachicos no solo estaban en las caras de ellos sino también en los pendientes de ellas, en las entradas de las casas, en los ganchos de pelo... por todas partes.

A las tres grandes imágenes las acompañaban todos los parachicos. 

La familia del pequeño hotel donde nos alojábamos, fue la encargada de trasladar una de las pequeñas representaciones de uno de los santos de su casa a otra casa, y nos invitaron a hacer el recorrido con ellos, con el sobrino y sus amigos tocando el txistu y tambor delante, y el yerno y sus compis de la policía que formaban un grupo de mariachis, tocando mariachadas al final.

Grafiti de los que enamoran.
Dos veces hicimos uso de autopistas. La primera fue solo un intento. Era el día de Nochebuena por la tarde, el tráfico en la secundaria era denso y sin arcén, lo estábamos pasando mal, así que nos metimos en la autopista pero la mala suerte hizo que un coche de policía nos viera entrar y rápidamente encendiera las sirenas y nos sacara. La segunda vez fue para subir de Chiapas de Corzo a San Cristobal de las Casas haciendo un desnivel de 2000 en vez de 2.500m. Con un arcén de más de dos metros, poco tráfico y buenas vistas, fuimos de lujo. Hasta que llegamos a un accidente y vimos lo chafado que estaba el coche y sus ocupantes detrás de este camión, y nos enteramos de que más adelante algunos indígenas habían cortado la carretera y tuvimos que salirnos. Luego supimos que con "donar" algo de dinero te dejan pasar, y que aseguran que ese dinero va a los profesores que el gobierno no paga. Quién sabe.

Terrazas de San Cristobal de las Casas con esas mesas y sillas pintadas tan mexicanas. El café que por las mañanas tienen preparado en muchos lugares es el llamado café de olla, café negro con canela y azúcar.

San Cristóbal de las Casas tenía su mercado de viandas, donde podían verse el montón de clases de chiles o frijoles, y el mercado de artesanías, donde se descubren las ropas tradicionales. Hay muchas blusas diseñadas para el gusto del turista, pero también hay blusas específicas de cada pueblo de la región, y es muy  llamativo cuando llegas a ese pueblo y ves a todas las mujeres con la misma blusa y falda.

Muchas partes de Chiapas todavía se estaban recuperando del fortísimo terremoto (¡8,5 de magnitud!) de septiembre del 2017. Y al poco de irnos, ahora en febrero sufrieron otro aunque esta vez de tan "solo" 6,5 de magnitud.

Por todo el estado de Chiapas la presencia de indígenas es mucho mayor que en otros estados. Hay pueblos donde no hemos visto ningún piel blanca. A los indígenas no les gusta ser fotografiados y son menos los que entablan conversación con nosotros. Muchas mujeres bajan a las ciudades turísticas a vender sus artesanías y ya están más habituadas a las fotos.

La iglesia principal de San Juan de Chamula. Rebasas la puerta de entrada y entras en un mundo de flipar, donde a veces es difícil mantener la seriedad. Y es que tras casi 5 años viajando y viendo las cosas que vemos se hacen en nombre de diferentes dioses y religiones... una no puede dejar de pensar en la conferencia TED de Yuval Harari, el autor de Sapiens, cuando afirma que solo los humanos podemos creer las historietas de las religiones, que trates de convencer a un chimpancé para que te dé un plátano prometiéndole que cuando llegue al Cielo de los Chimpancés recibirá a cambio incontables bananas por sus buenas acciones.

Los hombres de San Juan Chamula desfilando el día de San Sebastián. Como decía Hugo en el texto, con unos trajes típicos nada coloridos, unos vestidos de ovejas negras y otros de ovejas blancas, je, je.

Mensajes en fachadas de Chiapas.

Toniná y una de sus bellas estelas mayas.

Vendedora de plátanos a las puertas de su casa en Chiapas, tentempié perfecto a mitad de camino.

El templo de la cruz foliada, que fue construido aprovechando el talud natural del cerro que tiene a sus espaldas. Arriba en el santuario un tablero tallado mostraba una planta de donde salían mazorcas en forma de cabezas humanas. El maíz hasta en la sopa estos mayas. ;)

Estelas de Palenque que han sido copiadas y trasladadas a museos, pero cuyas copias en la naturaleza ya han cogido ese colorcillo que las hace fotografiables.

Por algunos rincones de Palenque se podía disfrutar de ruinas y selva en perfecta soledad.

Mono aullador. Se te ponen los pelos de punta cuando pedaleas por esta parte de México y escuchas los aullidos de estos monos. En uno de los restaurantes dentro de la selva cerca de Palenque, tenían a Pancho, un mono habituado a los humanos que se paseaba tranquilamente por el lugar.

Camino de la frontera con Guatemala acampamos en las Tres Lagunas, donde cuidaban de un tucán con la pata rota, y así pudimos finalmente fotografiarlo. El tucán piquiverde es el ave nacional de Belice, pero se ve desde el sur de México hasta Colombia. Guapo, ¿eh?

Nos hemos puesto las botas a ver aves aunque no todas ellas hayan querido dejarse cazar fotográficamente (esos colibrís que tanto me flipan). Muchas de ellas no las tenemos en Europa, así que es entretenido conocerlas. El zopilote negro, el halcón esmerejón, el mosquero cardenal, la urraca copetona o hermosa cariblanca y su flipante canto, que nos trajo locos hasta que la cazamos, la caracara quebrantahuesos o caracho norteño, el gallinazo cabeza roja o aura gallipavo tan hermoso en vuelo y tan feo de cerca, y el martín pescador amazónico.
In extremis, casi olvidadaba "la" foto. Para que veáis de que a pesar de que ha pasado un enero más y ya sumemos 102 años entre los dos, todavía estamos para saltos.

2 comentarios :

  1. Muy padre! la verdad es que el titulo de esta entrada va "al pelo": ¡Viva México, cabrones! Hay que volver. Nos vemos pronto, abrazos. IRZ

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