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24 de marzo de 2019

Honduras: catracholandia

Así como los guatemaltecos son chapines, los nicaragüenses, nicas y los costarricenses, ticos, los hondureños son catrachos. ¿Catrachos? Según la wikipedia, a mediados del siglo XIX, aventureros estadounidenses, denominados filibusteros, se propusieron convertir a Nicaragua en un estado de la Unión Americana. Los filibusteros tomaron parte del territorio de Nicaragua, controlando el país de forma desorganizada. Los demás países centroamericanos se unieron entonces para luchar contra los invasores. Honduras contribuyó con más de trescientos hombres comandados por el general Florencio Xatruch. A su regreso de los campos de batalla [en donde había vencido a los filibusteros], los hombres del general Xatruch fueron recibidos por los pobladores nicaragüenses como héroes y con frases como: "Ahí vienen los catrachos", palabra mal pronunciada debido a lo complicado de "Xatruch". Y así es como algo mal pronunciado termina siendo el hipocorístico del gentilicio de un país.

La lancha en la que salimos de Punta Gorda en Belice nos dejó mansamente en Puerto Barrios, Guatemala. Hubo que buscar la oficina de inmigración para formalizar nuestra estancia en este país, aunque fuera a ser de solo unas horas, el tiempo que nos llevara recorrer los cuarenta kilómetros que nos separaban de la frontera hondureña.

Amerizando en Guatemala, camino de Honduras.
Los primeros de esos cuarenta kilómetros fueron un polvoriento y ruidoso horror de camiones, pues es la carretera que une la Ciudad de Guatemala con su único puerto en el Atlántico. Afortunadamente catorce kilómetros más allá, la carretera se desgajó hacia la frontera y el tráfico desapareció como por ensalmo. Rápidamente todo se convirtió en infinitas plantaciones de plátano y de aceite de palma en una bucólica atmósfera de paz y tranquilidad. Lo tengo claro: el día que acabemos con el tráfico o, cuando menos, con el tráfico ruidoso, el mundo mejorará inconmensurablemente.

Los agentes de inmigración de ambos países compartían el mismo edificio y el cruce de fronteras entre Guatemala y Honduras fue sencillo. Hubo que pagar 3 USD por persona, menos mal que nos quedaban todavía algunos dólares, una moneda que, diga lo que diga el Euro, sigue reinando en esta parte del mundo. El resto de los pocos dólares que nos quedaban los cambiamos en la frontera al cambio que nos dieron, pues no había ni un solo cajero en la zona.

Lo que fuera un "abarrotes" en México, en Honduras es una "pulpería".
Pasamos la primera noche en el pequeño y relajado pueblo fronterizo de Corinto, que no era gran cosa pero tenía un par de hoteles y restaurantes y alguna tienda de ultramarinos. Estas tiendas, por cierto, en Honduras y en otros países de Centro y Sudamérica reciben el curioso nombre de pulpería. Para algunos su significado se relaciona con el pulpo, siendo así que se denominaban "pulperos" a los más pobres vendedores. Otros sostienen que en estos establecimientos se vendía pulpo a la gallega. Otros, que en estos locales se vendía pulpa de frutas. Otros, que la palabra derivaría de la bebida "pulque" y así la palabra "pulpería" sería una mutación de la palabra "pulquería". Otros, que como estos locales comerciales tenían todo tipo de artículos, el encargado tenía que actuar con sus manos "como un pulpo" para manejar todos los pedidos que se le hacían. Y, por último, otros afirman que este término surge de la venta de varios artículos, al relacionar el uso de los varios artículos que vendían en estas instalaciones con los varios tentáculos del pulpo. Imaginación al poder.

¿Todos vestidos en el agua?
De camino a Puerto Cortés pedaleábamos muy cerca del mar, bajo un sol de justicia. Que mejor momento para darse un chapuzón en el Caribe, ¿no? Sin embargo, las playas públicas de esta zona son de lo menos apetecible que echarse a la cara: arena no demasiado limpia, mar turbio, miles de puestos de comida y bebida con el reggaeton a todo trapo, hombres y mujeres metidos en carnes junto a equipos de música con, obviamente, más reggaeton a todo trapo mientras liban grandes cantidades de cerveza,... Cualquier cosa menos el idílico lugar caribeño, con o sin limones del Caribe, que tenemos en la cabeza. La otra opción son las playas privadas, en las que me temo que también suena el reggaeton rompetímpanos, pero cuando menos las playas están limpias y menos masificadas. Si es que uno es un señorito. Las playas son gratis si comes en su restaurante y si no, pagas 50 lempiras (cerca de 2€) por persona. Nada del otro jueves, pero sin cajero en la frontera ni dólares o lempiras en el bolsillo (pues habíamos consumido lo poco que habíamos cambiado) estábamos "pelaos". Uno es un señorito, efectivamente, pero un señorito pobre. Ya volveremos al Caribe en otra ocasión.

Las tortillerías del mercado de San Pedro Sula. A mano, una a una.
Así que para descansar nos fuimos a San Pedro Sula, conocida en todo el mundo por ser una de las ciudades más violentas del orbe, algo así como el epicentro de la violencia centroamericana. Vamos, cualquier cosa menos un remanso de paz. Y sin embargo el hotel en el que aposentamos nuestros huesos estaba en un barrio tranquilo, con restaurantes y mercados cercanos y nos tomamos unos días de merecido descanso y algún recado. Aprovechamos que parece que en Honduras se ha puesto de moda entre la clase pudiente llevar aparato en los dientes y que hay ortodoncistas por todas partes para hacernos mantenimiento dental.

Una vez abandonado el triángulo norte de la violencia, Honduras, El Salvador y Guatemala (escribo esto desde Nicaragua), ya podemos hablar de la inseguridad de estos países sin que sufráis (ejem) por nuestro bienestar. Sirva lo que sigue como introducción: a una de esas pulperías a las que antes me refería de un pueblo perdido de Honduras llegó un pequeño camión a venderle unos sacos de harina. En la cabina del camión iban tres personas: el chófer, el que descargaba, entregaba y cobraba los sacos y un segurata armado con un buen trabuco. Estamos hablando de un pequeño camión (poca mercancía) de distribución de sacos de harina (nada de oro o diamantes), en una zona rural. La tienda en cuestión servía a sus clientes a través de unas rejas, como las farmacias nocturnas. Todos los negocios tienen seguridad, todas las casas tienen muros, alambradas o similar.

Imagen de miembros de una mara de La Prensa. Miedito.
No es para menos. Leyendo sobre el asunto, uno tiene la impresión de que en esta región todo hijo de vecino ha sufrido violencia o le ha tocado muy de cerca: robos a punta de navaja o pistola, una hermana secuestrada y desaparecida para siempre, los hijos de unos vecinos asesinados por negarse a unirse a una pandilla, la mensualidad que casas particulares y comercios tienen que pagar a las maras por "seguridad". Cuando vas a salir a la calle todo el mundo te advierte: no muestres cosas de valor, no salgas por la noche por determinadas zonas, toma taxis para moverte... En 2011 en Honduras murieron 7.000 personas por violencia, el mismo número que en Siria, un país con el doble de población y en guerra civil. Huelga decir que este es uno de los motivos, junto a la pobreza y la falta de expectativas laborales, que fuerzan a los jóvenes de la zona a emigrar.

Las pandillas callejeras llegaron a El Salvador en los años 90, después de que EEUU deportara a cientos de criminales de cárceles californianas. Las famosas maras o pandillas, Salvatrucha 13 y Barrio 18, se pusieron a trabajar. Con el tiempo, además de la delincuencia habitual, el 80% del tráfico de cocaína hacia Estados Unidos pasaba por este triángulo de Honduras, El Salvador y Guatemala, en buena medida por San Pedro Sula, que devino en la ciudad más violenta del orbe. Algunos norteamericanos todavía tienen el cuajo de decir que ellos no tienen ninguna responsabilidad sobre lo que ocurre en Centro América.

En una calle de Marcala.
Se supone que en 2018 la violencia se ha rebajado considerablemente en los tres países, más o menos a la mitad de sus peores años. La última vez que ocurrió algo similar fue debido a un acuerdo de las autoridades con las maras: menos muertes a cambio de enviar strippers y comida basura a las cárceles. No parece muy serio, pero es lo que hay cuando unos y otros tienen determinado tipo de mente. Tal vez se cansaran de las strippers o del pollo del KFC, el caso es que el acuerdo no duró mucho y volvió la violencia. Ahora se apunta la reducción de ésta a un conjunto de factores: más y mejor seguridad policial y militar en las calles (que, controvertidamente, en algunos sitios pueden matar a delincuentes sin temer represalias judiciales), mejores cárceles desde las que los pandilleros tienen más difícil gestionar sus negocios fuera de ellas, mejores programas de reinserción, cambios legislativos que permiten extraditar a los criminales a EEUU. Pero van a tener que cambiar muchas más cosas para que esto se solucione.

Nosotros seguimos la recomendaciones habituales y con un mínimo de precaución no sufrimos violencia de ningún tipo. Tal vez también diéramos un poco de pena...

Asimismo nos habían hablado mal del tráfico, especialmente por la carretera principal del país, que cruza de la capital Tegucigalpa a la capital económica, San Pedro Sula. Sí había mucho tráfico, sobre todo de camiones, pero en buena parte hay arcén, así que no está tan mal.

El lago Yojoa.
Esa carretera y, posteriormente, algún camino bastante roto nos condujeron hasta el lago Yojoa. Un bonito lago en mitad del país, rodeado de verdes bosques y altas montañas, en cuya ribera, en un lugar llamado D&D Brewery, nos dedicamos en cuerpo y alma a otra sesión de no hacer nada de nada, exceptuando algún que otro cansino paseo. El todavía dolorido brazo de Bego fue la perfecta excusa para ni siquiera ir a remar al lago o excedernos en las caminatas.

Siguatepeque, "lugar de mujeres bellas", es una de esas ciudades sin atractivos que resultan serlo precisamente por eso mismo. Sí vimos a algunos guiris, probablemente trabajadores de alguna ONG o algún colegio cristiano, de esos que tanto abundan por estos países en los que, con la excusa de ofrecer educación gratuita o cuasigratuíta a quien es pobre de solemnidad, congregaciones religiosas de distinto pelo meten la cuña en la población. Como los seminarios españoles en otros tiempos, vaya. En esta ciudad visitamos a un traumatólogo para hacerle seguimiento a las dolencias de Bego en su brazo. Parece que es una pequeña rotura en la cabeza del radio (muy ciclista esto del "radio", yo ya he roto varios) lo que le hace ver las estrellas con determinados movimientos. Pero como la inmovilización del brazo está contraindicada (menos mal que el médico era fácilmente sobornable), seguimos ruta.

Granos de café secándose.
Abandonando la carretera principal nos adentramos en zona cafetalera. Cuesta pensar que el café, tan presente actualmente en esta parte del mundo, tenga su origen en Etiopía y por tanto no llegara a este continente hasta hace, como quien dice, cuatro días. Pero esta "amarga invención de Satanás" que decían algunos curas católicos, bautizada por el Papa Clemente VIII para que no solo los infieles pudieran disfrutar de tan exquisito brebaje, tan rico que una ley turca del sXV precisaba que una mujer podía divorciarse de su esposo si éste no llegaba a proporcionarle una ración diaria de café, cuajó por estos lares y ahora América (Sur y Central) es el primer productor mundial de café seguido por el Sudeste Asiático. Una vez dominado (ejem) el proceso del cacao en Belice ahora nos tocaba aprender sobre conceptos como cafetos, pulpa, uva, oro, pergamino, mucílago, etc. o los niveles de tueste: rubio, canela, medio, ropa de monje, marrón, marrón oscuro, francés (o seminegro), italiano (negro).  Conceptos ya estudiados en el pasado pero que gracias a mi proverbial memoria, siempre tengo el gusto de conocer por primera vez. Muchas veces.

Pañuelo de cuadros a la cabeza característico de las mujeres de la etnia lenca.
Este es el montañoso departamento de Intibucá, una región habitada por unos 100.000 indígenas de la comunidad lenca, limítrofe con El Salvador (donde también hay lencas, aunque menos) en la que te encuentras poblaciones más o menos pudientes (el café a veces deja dinero) junto a otras que, por ejemplo, no han tenido acceso a agua corriente o electricidad hasta hace solo dos años. De aquí sale mucha emigración hondureña, parece que los hombres hacia EEUU y las mujeres hacia España.

Para ayudar a solucionar la falta de acceso a agua corriente o saneamiento trabaja desde hace unos quince años en esta región de Honduras la ONG española Geólogos del Mundo, con quienes tuvimos el gusto de coincidir en la capital departamental, La Esperanza. No solo nos iluminaron sobre sus proyectos y nos explicaron cuestiones sobre la zona sino que, incautos ellos, nos invitaron a cenar en el lugar más guachi de la ciudad. Buena gente.

Con Luis y Viki de Geólogos del Mundo.
Esta ONG tiene su base de operaciones en La Esperanza/Intibucá, dos ciudades unidas físicamente pero en nada más. Separadas por una calle, mientras La Esperanza es española (donde se asentaron los colonizadores), rica, capital, vota a las derechas, es más luminosa (disfruta de más farolas, que están pintadas de verde) y donde se concentran negocios, hoteles y restaurantes, su hermana Intibucá es indígena, pobre, desfavorecida, vota a izquierdas, es más oscura (tiene menos farolas, que están pintadas de marrón), menos turismo y un poco menos de todo. Seguro que en el campo de juego se llevan a matar.

Una noche en Marcala, un lugar de fuerte tradición cafetera con su propia denominación de origen y, como La Esperanza, mucha presencia de indígenas lenca, y una fuerte subida por un camino polvoriento nos llevaron hasta la frontera con El Salvador.

Un abrazo
Lo que antes eran dos puestos de inmigración separados por unos cuantos kilómetros, es ahora uno solo integrado en territorio hondureño. Un lujo, en una ventanilla sellas la salida de Guatemala, y en la siguiente la entrada a Honduras. Tuvimos suerte porque había estado cerrado unos días al caerse un puente en el lado de Guatemala debido a las fuertes lluvias.
En Guatemala la selva estaba comida por plantaciones de plátanos y palmeras de aceite de palma. En Honduras la zona cercana a los ríos aún estaba virgen.
Los restaurantes tienen sobre sus mesas estos enormes botes de verduras en salmuera de lo más variados y coloridos.
Bebiendo cocos como si no hubiera un mañana en lo alto de un puerto. Las temperaturas por Honduras han sido brutales, excepto cuando subimos a las montañas.
Siguatepeque. Y las letras que nos vienen acompañando desde México.
El plato nacional -que no es el de la foto- es el pollo rebozado frito, servido con rodajas de plátano macho frito, alias tajadas, y ensalada de col. Y seguidas muy de cerca están las baleadas, enormes tortilla de harina de trigo, untadas con puré de alubias frito, de donde recibe el nombre, ya que en Honduras las alubias se conocen como balas o balines. Las baleadas pueden pedirse sencillas (frijol más queso), especiales (con lo anterior más huevo), super especiales (más aguacate), mega especiales (más pollo), super mega especiales (más chorizo). Ya os imagináis cual es la de Hugo, ¿verdad? La más cara, poquito más de un euro.

Honduras también es el país de los batidos de frutas o smoothies como los llaman en muchos lugares. Ideal dar con un lugar de estos al acabar la jornada.

El café se recoge entre octubre y febrero, así que cuando pasamos estaban terminando de recogerlo. Al parecer gran parte de la cosecha se ha perdido este año por una plaga. De este fruto, 40% es pulpa, 20% mucílago, y el 40% restante es la semilla que llega al consumidor. Como en casi todos los países productores, los mejores grados son los que se usan para la exportación.
Viveros de café. 


Se conoce como café en pergamino a la semilla seca sin la pulpa, pero aún sin descascarillar.

En Honduras hay mucha cultura del café comparando con México, Belice o el norte de Guatemala, y ciertamente son cafés mucho más fuertes y ricos.

Cuando estás descansando a un lado de la carretera y aparece un coche con altavoces anunciando la venta de mango maduro.

No, Hugo no estaba para mirar a la cámara. Un pinchazo que le costó sus dos cámaras de repuesto, y una mía. Con el mini hinchador que llevamos, trabajo de chinos.

Empatados a pinchazos en Honduras, y qué gusto esa pata delantera que nos permite mantener las bicis en pie mientras sacamos la ruedas y reparamos pinchazos.

Mientras que la vestimenta tradicional de las mujeres Lenca en Honduras es muy colorida, la del hombre es de lo más sencilla. Pantalón blanco, camisa blanca, sombrero, y en ocasiones un pañuelo rojo anudado al cuello.

Su tía de 18 añitos acababa de marcharse a Madrid a trabajar de interna. Sin papeles, con visado de turista. Su tío estaba en EEUU. Y lo cuidaba otra tía que regentaba la tiendita donde paramos a comprar pan y queso para comer.

El interior de la Parroquia Nuestro Señor de Intibucá en la ciudad de La Esperanza, la más alta de Honduras a más de 1700m. Un gusto ponerse chaqueta y taparse bien por la noche. Tuvimos a los mejores cicerones para enseñarnos la ciudad, los estupendos geólogos asturianos que nos llevaron a cenar y nos enseñaron los principales atractivos de la ciudad.

No visitamos ciudades coloniales como Gracias o Comayagua, así que esta es la imagen que nos llevamos de los centros de las ciudades hondureñas. Caos de carteles, cables, y vendedores.

Se cumplían casi tres años del asesinato de Berta Cáceres, líder indígena lenca, feminista y activista medioambiental. Se opuso a la privatización de los ríos y a la construcción de presas hidroeléctricas de inversores extranjeros, a proyectos mineros y proyectos madereros. Según la ONG Global Witness, Honduras es el país más peligroso para ser activista medioambiental. Cuando Berta fue asesinada, su madre e hijas estaban exiliadas por seguridad, y ella tomaba mil medidas que de nada le sirvieron. Vergonzosamente la policía mantuvo durante mucho tiempo la hipótesis de un crimen pasional, y no fue hasta pasados dos años que se concluyó que el asesinato había sido ordenado por ejecutivos de la empresa DESA, por los retrasos que Berta Cáceres les estaba suponiendo en un gran proyecto hidroeléctrico.

Y así era la "carretera" entre Marcala y la frontera con El Salvador. Treinta y pico kilómetros de mucho polvo, pero probablemente mejor polvo que lluvia.

Tocaba bajar a El Salvador, a pasar calor.

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