Ya solo el nombre del estado, Wyoming, resulta evocador, lleno de fotogramas de aventuras entre indios (arapahoes, crows, lakotas y soshones son las tribus de la zona) y vaqueros, como si John Wayne o el indio Winnetou de Karl May estuvieran a punto de asomar en la siguiente curva. Uno se sorprende cuando lee que el sur de Wyoming perteneció al imperio español (aunque imagino que unos territorios tan lejanos y salvajes no estarían muy presentes en las decisiones cotidianas del rey de turno) y después fue parte de México. Con unas fronteras dibujadas con escuadra y cartabón, Wyoming es, como Montana, otro estado muy poco poblado, siendo el décimo en extensión (250.000 km2, la mitad que España) y el que menos población tiene (no llega a 600.000 habitantes). No resulta por tanto extraño que, siguiendo nuestro camino hacia el sur, los siguientes días pedaleáramos por las veredas de la gran divisoria, unas veces por bosques y montañas, otras veces por valles y desiertos, pero casi siempre solos. Con tiempo cambiante, en pleno agosto nos cayó una tormenta que nos dejó temblando y una mañana amanecimos llenos de escarcha. En agosto.
28 de octubre de 2018
24 de octubre de 2018
Estados Unidos (1): entrando por Montana
Dejamos Canadá -con ganas de volver- y entramos a EEUU por el estado de Montana. Como durante nuestros recientes viajes habíamos visitado países pertenecientes al "eje del mal" como Irán, Libia, Sudán, etc., EEUU nos exigía un visado. El proceso incluía una entrevista en una embajada americana, entrevista que mantuvimos en Kuala Lumpur. El visado concedido es para diez años, pero la duración de estancia concreta depende del de inmigración cada vez que uno cruza la frontera. Al final, como era de esperar ante gente seria y responsable como nosotros, no hubo problemas y nos concedieron un visado para seis meses, suficiente para el recorrido que teníamos en mente.
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