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2 de septiembre de 2018

Australia (2): de dioses molestos, canguros atropellados y horizontes lejanos

Alice Springs, en el centro de Australia, es una suerte de capital oficiosa del Outback. La ciudad era en un inicio una estación de telégrafo, una de los doce repetidores que había entre Adelaida en la costa sur y Darwin en la norte. En ellos el personal se pasaba todo el día tecleando telegramas que recibía de un punto y reenviaba al siguiente: vida tediosa donde la haya. El caso es que Alice era la mujer del director de telégrafos de Adelaida, la oficina se llamó Alice Springs y la ciudad, en principio llamada Stuart, acabó tomando el nombre de una mujer que seguramente nunca estuvo en ella.

La ciudad ofrece un respiro al sufrido cicloviajero tras cientos de kilómetros de árido desierto, pertrechada como está de servicios varios, tiendas, hoteles y restaurantes. No es que hiciéramos mucho uso de hoteles (acampamos en el camping más cutre de la ciudad) o restaurantes (una única cena en un restaurante; siempre llegamos a estos lugares con mono de ensaladas y para eso nada mejor que ir al súper), pero sí de servicios y supermercados.

Aprovechamos la vuelta temporal a la civilización para arreglar mi bici. Unos días antes de llegar a Alice Springs, mi buje trasero se rompió, la segunda vez que lo hace en cuatro años. Todavía pude ciclar unos cuantos días hasta Alice, lo cual probablemente no le vino muy bien a la llanta, que parece que ha perdido ligeramente su redondez. No estando disponible mi buje original en el mercado australiano, encontrar un sustituto no fue tan fácil. Y para colocarlo me pedían una fortuna, así que, también por segunda vez en este viaje, me tocó montar la rueda. Algo no tan tedioso como reenviar telegramas, pero del estilo.

En esta pequeña ciudad recibimos un envío de repuestos en correos enviado desde Alemania, gracias a un estupendo servicio de poste restante válido en prácticamente todas las oficinas de correos del país. Los repuestos son muy caros en Australia o simplemente, como con el buje, no están disponibles.

Viandas que recogeríamos tras unos 1500 km
De la visita al supermercado mejor no os doy detalles, que me da vergüenza. Sí os diré que parte de lo mucho que compramos lo metimos en una caja y se lo dimos a una pareja de australianos que se dirigían en caravana dirección sur, con el ruego de que dejaran la caja en un roadhouse determinado de la carretera por el que pasaríamos nosotros tras varias semanas. Ello nos permitiría disponer de alimentos generalmente no disponibles en las pequeñas tiendas de las gasolineras pero necesarios para el camino off-road que íbamos a tomar... y algún caprichillo.

El plan era visitar Ayer's Rock, ahora más conocido por su nombre aborigen Uluru. Uno siempre lo sitúa cerca de Alice Springs, su base natural. Ello dice mucho de lo grande que es este país: nada menos que 700km distan desde esta ciudad hasta la roca.

La cordillera MacDonnell le dio vidilla al paisaje
De camino hacia el popular pedrusco recorrimos los West MacDonnell Ranges y sus múltiples gargantas; otro paisaje cuasi-marciano, pero salpicado de pozas de agua recién salida del congelador: hielo líquido, que decía alguien. Para llegar al  Kings Canyon nos metimos por los 166km de pista corrugada y arenosa del bello y razonablemente solitario Mereenie Loop, un buen entrenamiento para calcular el agua y la comida que nos iba a hacer falta más adelante en el Oodnadatta trail.

Poco o nada queda por decir de Uluru, un pedazo de roca (348 m de altura en su parte elevada y 9,4 km de circunferencia) aislada en mitad del desierto australiano, sagrada para los aborígenes y un imán para los turistas de medio mundo, especialmente por esas diferentes coloraciones que va adquiriendo según pasan las horas del día. Hasta que el próximo año se prohiba el ascenso hasta su cumbre, los aborígenes ruegan que la gente se abstenga de hacerlo, bien por ser sagrada, bien porque no quieren que haya accidentes en una zona sagrada. Nosotros, respetuosos como somos con el sentir y las tradiciones locales (y, bueno, que hacía bastante calor), no subimos. Unos días después de nuestra visita, un japonés murió en la roca.

Llegando a Las Olgas con el sol ya puesto y la luna asomada
Por el  mismo motivo tampoco está permitido pernoctar en el parque nacional de Uluru y las Olgas, unas rocas parecidas a Uluru a unos 50 km de esta. Esta distancia de 100 km de ida y vuelta complica la visita a ambos lugares en un solo día para aquellos que nos movemos a pedal, lo cual implica dormir de tapadillo en las Olgas. Lo malo es que los rangers se las saben todas y te pillan. Aunque sabía perfectamente que nos íbamos a quedar, el ranger nos conminó a que abandonáramos el parque; su compañero, un aborigen aprendiz de ranger, nos advirtió del peligro que pasaríamos si durmiéramos dentro del parque, pues los espíritus se enojarían y harían ruidos que nos matarían de miedo. Lo dijo completamente en serio.

Ruidos del más allá no hubo, pero sí un feroz ataque del más acá, en concreto de hormigas asesinas australianas, a las dos de la mañana, ataque que nos mantuvo despiertos un buen rato. Bueno, tal vez asesinas no eran las hormigas, pero en cualquier caso fueron muy pesadas, así que debería tomarme más en serio estas amenazas de los dioses.

Enfilando los 613 km de la pista Oodnadatta, aquello prometía
Poco a poco volvimos a la Stuart Highway y enfilamos hacia el sur. En Marla (donde por cierto nos esperaban las famosas viandas que habíamos comprado en Alice Springs) la abandonamos nuevamente, esta vez para tomar la solitaria Oodnadatta trail, un camino no asfaltado de 613 km, cuyo principal atractivo es eso, la soledad que uno respira en esos enormes paisajes vacíos, solo habitados por canguros, emus, aves y bichos varios de esos que te hacen cosas malas si los molestas y que, por suerte o por desgracia, no vimos.

El camino está bastante vacío pero no del todo. En tramos de 200, 400 y 200 km encontramos mini poblaciones en las que podíamos complementar la comida que llevábamos encima y llenar nuestras botellas de agua.

Monótono? No. Cada pocos km cambiaba el color del suelo y del cielo! 
Estas rectas y larguísimas carreteras cuasi vacías, solo transitadas por veloces moteros de vez en cuando y alguna caravana, nos traían a la cabeza imágenes de las películas de Mad Max, como sabéis rodadas en Australia. La diferencia es que en la realidad los moteros no son el siniestro grupo de asesinos de la película ávidos de sangre y gasolina, sino simpáticos australianos ávidos de cerveza y conversación.

Efectivamente, entre los australianos abundan los de carácter abierto, simpático, generoso. Están siempre dispuestos a entablar conversación con nosotros, paran en la carretera para asegurarse de que llevamos agua suficiente o nos ofrecen una cerveza fría en las zonas de acampada. Parece, además, que quieren aprovechar el tiempo y sacarle jugo a la vida. Es bastante habitual ver gente que se ha jubilado antes de los 65 y se dedica a viajar. Antes de ello, el horario de trabajo se cumple a rajatabla y a las cinco de la tarde todos abandonan la oficina.

Les faltaba el gato para cambiar la rueda. No pudimos ayudarles mucho.
Lo que no todos son es buenos conductores o, cuando menos, no todos son respetuosos con los ciclistas. Algo curioso en un país tan civilizado como el que nos ocupa, pero muchos pasan a los ciclistas dejando menos distancia de la reglamentaria; o te pasan sin aminorar la marcha en una pista llena de grava y piedras; o incluso te enseñan el dedo corazón en un gesto no especialmente amistoso. No son la regla, claro está, pero son más que la excepción.

En el camino de Marree hacia el sur, uno se topa con un rosario de cadáveres de canguros y emus en la cuneta. En un tramo de 100 km calculé no menos de 1.500 canguros muertos, cifra confirmada por el centro de información de Leigh Creek. Por suerte, también vimos un montón de ellos vivos, más cuanto más al sur. Los emus corren de una manera un tanto extraña y no son muy atractivos, mientras que ver a los canguros esprintar, dando saltos a toda velocidad, es un espectáculo.

En esta parte vimos más emus muertos que vivos.
Los australianos no son los únicos que se comen su animal nacional: por ejemplo, los suecos comen alce y los españoles, rabo de toro. Los canguros, de los que hay unos 47 millones dando saltos por Australia, son considerados una plaga por unos, pues destruye cosechas y ocasiona accidentes de tráfico, y una especie a proteger por otros. Mientras algunos científicos consideran que su carne es una buena fuente de proteínas, otros dicen que está llena de bacterias. Sus depredadores -como los dingos- escasean y algunos se quejan de que el número de canguros crece sin control, a lo que otros contestan que todos esos canguros "extra" morirán en la siguiente sequía. Campañas publicitarias han hecho que el consumo de su cuero y su carne haya descendido, de tal forma que el pago que los cazadores reciben por cazarlos también lo haya hecho y así en 2016 se mataron 1,4 millones de canguros, una quinta parte de la cuota permitida. No está claro qué va a pasar con los canguros...

Un abrazo





Este es uno de los peligros de Australia. La spinifex. Una hierba quebradiza que crece en racimos tan prietos como los de una verdura. No sirve para nada, es la única hierba no comestible del mundo. Y cuando eres tan gili que la tocas, sus puntas afiladas y empapadas de silicato se te clavan en la piel, y te pasas unos días con los pinchacitos.
A pesar de la hierba de la foto anterior, mis dos pinchazos una vez fuera de asfalto nada tuvieron que ver con ella sino con la falta de mantenimiento. Mi rueda trasera estaba tan gastada que los hilos metálicos de dentro se rompieron y pincharon la cámara, y los alojamientos de los radios estaban tan oxidados que descompusieron la cinta que los cubría y la cámara. Nada que un par de parches y un poco de cinta americana no pudiera solucionar.
Muy bienvenido el cambio de pedalear paralelos a la cordillera MacDonnell y de vez en cuando adentrarnos a las gargantas, frente a la enorme planicie desde Darwin hasta Alice Springs
Los colores de las puestas de sol en el centro de Australia son extraordinarios. Como dice Bill Bryson en Las Antípodas, "centenares de tonos - resplandecientes rosas, púrpuras oscuros, brochazos de puro carmesí-, en proporciones inconmensurables."
Como veis en la foto la temperatura era de pedalear con plumífero, así que dejamos atrás los bañitos en las gargantas en tan solo un par de semanas en las que las temperaturas cayeron de golpe 20 grados.
Se agradecía un poco de sube y baja, aunque poco. La montaña más alta en esta zona, el monte Zeil, tiene 1531m
Llegando a la garganta de Glen Helen.
Y pasando allí la noche. Un lugar de lo más tranquilo, como casi todos en este gran vacío del centro australiano.
Vimos la señal de atención caballos, y efectivamente allí estaban. Se estima que en Australia hay unos 400.000 caballos salvajes, lo que ellos llaman Brumby.
Se estima que la cordillera MacDonnell tiene unos 350 millones de años y la erosión en todos estos años ha dejado paisajes como el de la foto. Imposible aburrirse.

Y allí, en medio de la nada, se nos apareció un cráter de meteorito de 22 km de diámetro. El Gosses Bluff es un lugar sagrado para los aborígenes, y la versión de su origen es muy curiosa: un grupo de mujeres celestiales estaban bailando como estrellas en la vía láctea, una de ellas se cansó, colocó a su bebe en un cesta y continuó bailando. El bebé se cayó a la tierra formando un cráter. Sus padres continúan buscándolo y la cesta es una constelación en el cielo.
A lo largo de Australia vimos varios "grass trees", nativos, con el impronunciable nombre de xantorroeóideas en español. Duros, hermosos, con ese aire prehistórico.
La carretera que llaman "Mereenie Loop" fue nuestra primera incursión seria en las carreterreteras no asfaltadas de Australia y muy bien. Cantidad justa de arena, baches y corrugados para hacerla divertida.
Pasaban muy pocos vehículos pero eso sí, nos dejaban hasta arriba de arena.
A veces era complicado buscar un hueco "cómodo" con poco corrugado y sin demasiada arena. Probablemente hicimos unos cuantos kilómetros de más con tanta "ese".
Suelo rojizo, maleza, árboles, cielos inmensos y un horizonte que lo abarca todo.
Acampando sobre un acantilado con vistas al cañón Kings. De lujo.
En ocasiones veíamos en los arcenes mini-melones. Nos contaron que cuando los afganos ayudaron con sus camellos en la construcción del ferrocarril en Australia, también trajeron su alimento.
Los trajeron en el siglo XIX, y en el siglo XX, conforme fueron apareciendo los vehículos a motor, los fueron abandonando. En 2008 había un millón de camellos salvajes. Una peste. Para 2013 consiguieron reducirlos a trescientos mil.
No vimos ningún camello comiéndose los mini-melones, pero sí vimos aves comiéndose los mini-mini-melones. Una pareja de biólogos de Zaragoza nos contaron que los habían probado y que era incomestibles de lo amargos que estaban.
De lo mejorcito de viajar en bici, la de vida que se ve. Aves que no se inmutan al paso de camiones, coches o motos salen espantadas al vernos a nosotros, con lo que aunque andemos despistados, siempre las vemos. Estas son las cacatúas Galah, que no nos han abandonado a lo largo de todo Australia.
Y llegamos al Kings Canyon, cañón del que no sabíamos nada antes. En el parque nacional de Watarrka.
Hicimos una caminata que subía al cañón para luego bordearlo. Impresionante. ¿Veis a la personita en el centro del paredón de enfrente?
Pues desde ahí estamos ahora mirando nosotros al otro lado del cañón. Muy recomendable si os acercáis por allí.
¡Por fin los vimos!? No sé, nos dijeron que este animal que entró en un camping donde ya estábamos advertidos de que en esta época hacían presencia buscando comida, era el famoso dingo, una subespecie del lobo propia de Australia. Pero a nosotros nos pareció un perro bastante común.
Y esta preciosidad es una cacatúa abanderada. Vimos montones. En esta ocasión acampamos cerca de una fuente de agua y vinieron a beber al anochecer y al amanecer.
De Darwin a Alice Springs no habíamos visto este recordatorio de que en Australia se conduce por la izquierda. Camino de la roca de Uluru vimos unos cuantos. Esta claro a dónde van los turistas.
Vergonzosamente le hicimos unas cuantas fotos a esta mole pensando que era Ayer's Rock, y resultó ser el monte Conner o Attila, un ejemplo clásico de inselberg. Y es que junto a Uluru está tanto esta mole, Attila, como Las Olgas o Kata Tjuta, y se piensa que las tres tienen el mismo origen.
Últimos kilómetros a Uluru.
Y por fin, allí estaba. Uluru. Conocimos a un maño que se preguntaba para qué tanto cuento, con lo parecida que era al Turbón, la mole más sagrada y legendaria de la geografía aragonesa, tal y como cuentan por aquí.
Con vistas a prohibir a todo quisqui el próximo año 2019 la ascensión a la roca, han habilitado rutas por la base de Uluru. Muchas de sus caras no permiten ser fotografíadas, y a lo largo del recorrido hay carteles que indican "ahora sí fotos", "ahora no fotos". No sé si al despistarte se funde la cámara o te sale un espíritu de entre las rocas y te da un buen mordisco.
Pedaleando todo el día para que al caer al sol estuviéramos aún a unos kilómetros del mirador de la puesta de sol sobre Las Olgas. Bueno, tuvimos nuestra puesta de sol privada. Ni tan mal.
En la foto no se ve muy bien, pero era un gecko de lo más chulo. Con espinas en la cola amarillenta y esas tres pestañotas en cada hoja. Un spiny tailed gecko según me conformó @guillemcasbas. Si fisgoneáis su cuenta de Instagram, veréis qué fotos más chulas tiene. Aprendí, cuando me preguntó dónde había sacado la foto, que no se mueven mucho.
Alrededor y entre Las Olgas hay muchos recorridos para hacer a pie. El del Valle de los Vientos, espectacular.
Curioso ver paloma tras paloma con cresta. Y es que la paloma bronce crestada abunda en estas partes de Australia. Ésta se levantó con tanto frío como nosotros.
Humor australiano.
"No belt, no brains". Y había carteles aun más claritos.
Un lugar que usamos a menudo para acampar fueron los lechos de los ríos que en invierno están secas sequitas. Terreno blando, en ocasiones incluso algo de hierba, y árboles que daban sombra.
Una curiosidad de toda esta parte de Australia es que los árboles son de hoja perenne, y lo que mudan son la corteza. ¿Y sabíais que tienen ni más ni menos que setecientas variedades de eucaliptos?
Oodnadatta trail, qué ganas teníamos de aún más soledad.
Cero problemas a la hora de elegir lugar para acampar. Y daba igual cuán lejos o cerca estuviéramos del camino. Nada de tráfico durante la noche.
En este tramo Hugo tampoco se separó de sus amiguitas las moscas.
Preparar un bocata tenía su complejidad. ¡Pero cómo les gustaba la humedad! A mí no me molestaban tanto como a Hugo y no me ponía tanto la red sobre la cabeza. Y así en una ocasión en que tenía unas cuantas en los ojos, la boca y las fosas nasales, inspiré con demasiada fuerza y una me entró hasta arriba. Pasaron un par de minutos angustiosos hasta que salió por la boca. Para no repetir.
Y así, kilómetro tras kilómetro.
Una de las dos paradas (cada 200 km) del camino. Qué bien que sigan manteniéndose abiertas. En la tienda de dentro había un joven holandés trabajando. Cuando llegan con su visado de trabajo de un año (working holiday visa para menores de 30 años), tienen la opción de trabajar tres meses en un lugar remoto y así extender automáticamente otro año el visado. Así es como conocimos jóvenes europeos (incluida una gaditana) en mitad de la nada.
Algún repechillo y algún cambio de color.
Anochecía tempranísimo así que los fuegos nos daban mucho juego, especialmente para calentarnos y espantar a las últimas moscas del día. La verdad es que hacía siglos que no preparaba un fuego. Qué satisfacción la vez que te pones con ello y que con tan solo una tarjeta de visita arrancas uno. Increíble lo seca que estaba la madera allí.
El corrugaddo también hizo acto de presencia en el Oodnadatta Trail. Pero llevadero.
El paisaje cambia continuamente. Literal.
Y qué me decís de la luz.
El lago Eyre, el mayor de Australia. Su cuenca es de más de un tercio de la superficie australiana. A simple vista parece un gran salar. Al parecer este año tenía algo de agua en la superficie, pero no llegamos a verla.
Pedaleando paralelos al lago Eyre.
Por bastantes kilómetros del Oodnadatta Trail discurría un ferrocarril ahora abandonado. Algunos de los puentes sobre los ríos permanecen, y a estas cacatúas sanguíneas les molaba posarse en él al acabar el día.
Últimos kilómetros del Oodanatta Trail. Hugo me ha censurado muchas fotos, ¡la de ellas que saqué!
Coincidimos con dos australianos que viajaban de sur a norte. El del centro, hijo de checa, iba camino de la tierra de su madre. Controlaban un montón de bicis y equipamiento, y en un par de horas nos pusieron bastante al día.
Pues sí, hay quien se lo come todo. Los emus (la especie de avestruz australiana), los camellos, y como no, los canguros.
Alcanzar el asfalto tras más de 700 km de pistas. Pura felicidad.

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